Ángeles sostenía la carta entre sus dos manos albas. Sentada en el borde de la cama, decidió leerla por última vez.
Mañana del 21 de marzo
Buenos días papá. Como estás? Pelusa (la conejita, no se si te acordas de ella) me desperto antes de lo habitual. Estaba soñando que me ibas a ver a ballet como antes y que a la salida me dabas la mano para ir a tomar un helado. Vos tomabas de chocolate y yo de vainilla con chispitas, como siempre.
El sol brilla, es un día maravilloso. Puedo sentir a mamá cantar en la cocina mientras prepara el desayuno que vamos a disfrutar... las dos. Papá aun no lo entiendo, por que dejamos de desayunar juntos? Es que no eramos suficiente? Que tiene Giovanna que mamá no? Que tiene Julieta que yo no? A veces soy muy chillona lo se, y muy ingenua. Confio demasiado en las personas y quiza por eso aun tengo esperanza en vos. Pero cada dia que no te veo entrar por la puerta me volves a decepcionar.
Mi vida es muy distinta ahora sabes? No soy mas la niña inocente que conocias. Hice lo que nunca creí que haria. Probe algo que nunca creí que probaria. Conoci personas que jamas creí que conoceria! Que pensarias de todo esto? No, es cierto que no te importa ni un poquito. Se que ni siquiera por esto vas a venir. Ni aunque robara un banco vendrias. Ni aunque me atropellara un auto vendrias.
Solo quiero decirte que abandonaste a dos mujeres que te amaban. Mamá es tan hermosa y fuerte... es la mujer a la que mas admiro en toooodo el mundo. Es mi superheroina. Ahora esta un poco enojada conmigo pero nos llevamos super bien. De hecho creo que somos aun mas cercanas y eso me pone feliz. No se que haria sin ella, sin la abuela, sin mis tias y mi prima Solange, sin la gente de la iglesia y mi querida amiga Cat.
Bueno papi me despido por hoy. Nos vemos en la proxima carta. :D
Tu hija que te ama y extraña,
Angelita.
Sus ojos, fuentes de naturaleza infinita, se desbordaron de rocío. Había flores marchitas en el jardín de sus pensamientos. Había tempestad en un mar que una vez fue glauco. María de los Ángeles deslizó la puerta de su balcón, vestido con macetas repletas de margaritas, petunias y geranios. Regó cada una de ellas y observó cómo apuntaban al sol, y este les entregaba sus dulces rayos. Una débil sonrisa se bosquejó en los labios delgados y regresó al interior.
Dobló la carta por la mitad y dejó en ella un beso, para luego introducirla en un sobre y decorarlo todo con un listón róseo. Con el corazón afligido, abrió la caja de madera y la guardó, permitiendo que se perdiera entre las decenas de otras misivas similares. Había escrito tantas... Al inicio las enviaba a aquella nueva dirección, a aquella casa de otra familia que Jorge Ladillo había comenzado a llamar hogar. Ni una sola fue respondida. Cierto día se resignó y cada nuevo manuscrito empezó a llenar un baúl vacío de su dormitorio.
En el tocador barroco divisó una cajita de música del mismo estilo, uno de los obsequios más antiguos de parte de su padre, y se acercó a recogerla. No obstante, ciertas voces emitidas desde el living interrumpieron su cometido. Emprendió un correteo infantil y se topó con una figura alta y apenas arrugada de sesenta y cinco años.
—¡Hola, oma! —exclamó Ángeles, utilizando una palabra que significaba "abuela" en alemán, pues la madre de Romina era hija de germanos y la cultura de dicho país estaba presente en la familia.
Rosario Neumann saludó afectuosamente a su nieta y de inmediato sintió cómo un hocico rozaba sus tobillos. Se colocó en cuclillas para acariciar el pelaje níveo de la coneja Pelusa y con confianza se encaminó a la cocina. Romina y Ángeles la seguían, esta última llevando en brazos a su mascota. La mayor de todas se quitó el saco y la cartera, y entregó a la profesora de Matemática un delicado ramo de ranúnculos rosas y blancos, que iba en sintonía con los colores predominantes de la casa.
—Ma, no tenías por qué —habló, a la vez que lo acercaba a su rostro y aspiraba el aroma encantador. Lucero tenía una infinita debilidad por las flores y su madre lo sabía.
—Ay, no es nada —avisó, con un gesto de mano—. Sé cuánto te gustan las flores, nena, y en el apartamento quedan preciosas. Yo las pongo en agua, no vaya a ser que se te queme eso que tenés en el horno. Que, por cierto, ¿qué es?
—Un intento de strudel de manzana —comunicó Romina, abriendo el horno solo unos centímetros para comprobar si ya estaba listo—. Es la receta de mi abuela, que a vos siempre te sale mejor que a mí, pero al menos estaría orgullosa de que la esté haciendo. Angie, ¿te animás a poner la mesa?
Ángeles hizo lo pedido y su abuela ayudó. Pronto estuvieron las tres en la mesa del comedor, cuyo centro era el distinguido arreglo floral. El desayuno fue del completo agrado de todas, pero había algo de tensión en el ambiente. La más grande, que solía hablar sin tapujos, preguntó lo que desde un comienzo había querido saber:
—A ver, chiquilinas, ¿qué está pasando entre ustedes?
Las que allí residían se miraron entre sí y luego ambas fueron a parar a los ojos azules de la invitada.
—Ya se me va a pasar —murmuró Romina, bajando la vista a la masa dulce que pronto iba a devorar. Ángeles, en cambio, se mostró más abierta; y casi simultáneamente, dijo:
Editado: 03.02.2022