Cenizas

I

Las llamas en el contenedor de basura, se hacían cada vez más altas, cobraban vida como lenguas devorando todo lo que había alrededor. Los recuerdos se extinguían con aquel fuego infernal en el que mi madre y el hombre con el que vivía habían acordado reducir a cenizas la mayor parte de mis pertenencias. El fuego brillaba ante mis ojos danzando de un lado a otro.

Aquel día desde temprano los dos se apresuraron a sacar las cosas de mi habitación al centro del patio, por alguna razón mi madre se había dejado llevar por el consejo de ese hombre que desde hacia tiempo la manipulaba a su antojo y conveniencia. Arrancaron las hojas de mis libros para que, según dijeron alimentara al fuego y los consumiera más rápido, luego sacaron ropa y  muñecos de peluche; el patio lucia desordenado con objetos tirados aquí y allá. Me limité a observarlos, sabía que decirles algo no cambiaría lo que ellos ya habían decidido. En ocasiones anteriores me habían golpeado sin razón y todo fue peor cuando les pregunte ¿Por qué? La impotencia me consumía por dentro, algunas lágrimas escapaban rodando por mis mejillas, aunque trataba de contenerlas lo más que podía.

No prendieron fuego inmediatamente, harían de su tortura una lenta agonía, se dedicaron antes a otras actividades, como un día cualquiera. 

Iván se despidió de mi madre y a mí me dedicó una sonrisa burlona, salió rumbo al trabajo. Casi después de él, salía yo hacia la escuela.

—Al menos me dejaste conservar mis útiles —le dije a mi madre mientras llevaba los trastes al lavadero.

—Mejor que no me digas nada porque me voy a arrepentir de hacerlo y puedes no encontrarlos más, —dijo sarcástica— es mejor que llegues temprano, debes recoger y limpiar la casa.

No entendía la razón de su enojo hacía mi, al menos hasta ahora yo había tratado de ser una buena hija, buena estudiante, pero ese hombre la había transformado. ¡Ese hombre era el culpable de todo! Al salir, aún lo vi caminar a lo lejos y una idea atroz se apodero de mí, lo seguí hasta el trabajo.

Por la tarde, casi al anochecer mi madre estuvo esperándolo para cenar y para terminar lo que habían comenzado en la mañana.

—Regresaste temprano hoy, ni se te ocurra querer salvar algo de lo que ya está en el contenedor—la rabia le iluminaba la cara.

—No te preocupes mamá, quema todo lo que quieras.

No quiso esperar más y se apresuró a rociar gasolina en el contenedor y a prenderle fuego.

Poco a poco todo se consumía y en aquella danza lenta de chispas y calor, mi madre alcanzó a ver entre las cenizas de mis libros, el anillo en el dedo mutilado de Iván. En mi rostro se dibujo una sonrisa maliciosa y mientras las llamas aun no terminaban de sofocarse, mi madre —que ahora me miraba con miedo—llamaba a la policía.



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En el texto hay: horror

Editado: 11.11.2022

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