—¿Cuándo te casaste con el?
—El 16 De enero de 1940, en Ucrania…—Tambaleante, conteste. Sentada en la silla de aquel comedor lustroso, de roble fino, con un brillo centellante y pavoroso. Con rapidez, Agnes levantó el brazo sobre su rostro e impacto una bofetada limpia perforándome la mejilla. El dolor me había adormecido el rostro entero, y calentarme las sienes.
—17 De enero — Corrigió — de 1940, en Kiev.
Asentí.
—Sigamos.
Bufe fastidiada — Ya no quiero.
Ella levantó la mirada interceptándome con severidad —¿Todavía no acabas de entender, verdad, judía? Tu no estás aquí para hacer lo que quieras, estas aquí para hacer lo que él quiera ¡Termina de entenderlo de una vez! — Golpeó a puño cerrado la mesa haciéndome estremecer y saltar de pánico.
—¡¿En donde naciste?! — Gritó escupiéndome en el rostro.
—¡En Múnich! — Exclame con los nervios descendiendo de mi cuerpo.
—¡¿Cuál es tu nombre?!
Me callé por un momento. Lo había olvidado.
—¿Cual es tu nombre? ¡Dilo!
—¡Amara!
—¡Amara! ¿Amara, que?
—Bähr Diermissen
—Dilo completo, ¡Hazlo!
—¡Amara Bähr Diermissen! — grite quebrándome en lágrimas. Se levantó de la silla frente a mi y me bramo en el rostro mojado de tanto llorar — ¡Lárgate!
—Tengo hambre, no he comido en días…— susurre.
—Comerás cuando yo lo diga. ¡Te digo que te largues! ¡Al closet! — Me levanté con torpeza.
—No, ¡Por favor! Al closet no me lleves…— me tomo del antebrazo lleno de hematomas por sus bruscos agarres anteriores. Me jalo encaminándome al frío closet. Ese closet que en pocos días se había convertido en mi nuevo hogar. Débilmente a penas y podía caminar, llegando al closet, me empujó dentro del closet — Vas a comer cuando te aprendas todo lo que te tienes que aprender — y cerró la puerta con brío, encerrándome, quedándome en un espacio frío, lúgubre y pequeño.
Lo único que podía hacer para poder olvidar tan siquiera por un paulatino momento ese suplicio, era dormir, aunque a veces también era imposible. Mi cabello estaba que quebrado, era rubio ahora, un rubio farsante que me pedía a gritos 'sal de aquí' unas uñas débiles maltratadas, pero pintadas de un color carmín, con joyas pendiendo del cuello que me quemaban el dermis con el más mínimo roce y aquel botón de oro con la esvástica grabada, que me adornaba la solapa del saco que portaba. Un destello de luz, se asomaba por un hueco de la puerta del closet.
Estaba abierta. Entonces fue cuando lo decidí, me levanté y la abrí de lleno en donde me encontraba cautiva, con cautela, puse un pie fuera del closet y camine hasta la puerta de salida del cuarto. Tome la perilla con las manos atiborradas de sudor frío e intensos nervios matandome todo el cuerpo. Abrí la puerta y el pasillo iluminado me está a esperando. Entonces fue cuando perdí el control y decidí correr con prisa hasta la puerta. El pasillo que realmente era bastante pequeño, no podía atravesarli porque sentía que este se burlaba de mi, haciéndose más largo. Cuando llegue a la estancia, atravesé el comedor y llegue a la puerta, la cual sin ninguna cautela la abrí con vigoroso brío y al poner un pie en el umbral, mi cuerpo débil y lánguido, colisionó con otro todo lo contrario al mío, mi rostro palideció al verlo a los ojos y daba pasos torpes hacia atrás sin dejar de mirarlo con los ojos cristalizados de miedo. El me miraba con un gesto disfrazado de tranquilidad, el color de su uniforme me causaba melancolía y mi agitación era parecida a que si hubiese corrido kilómetros sin descansar.
—¿A dónde vas? — Me pregunto caminado frente a mi. Yo seguía sin dejar de caminar hacia atrás.
—Me quiero ir de aquí. Por favor, señor déjeme ir a mi casa — Titubee con lágrimas.
—Tu no tienes casa — Me respondió tan tranquilo y frío que me aterrorizaba más cada vez.
—Por favor, señor.
—No tienes casa, ni un nombre, ¡No tienes nada!— Vocifero como una bestia colmada de incordio — ¡No eres nadie! — Continuó hasta abofetearme con el dorso de la mano sin medir su fuerza bruta. Con brío, me tomo de los hombros y me empujó, caí de espaldas contra el piano de cola, mi nuca fue a impactarse contra el filo donde se encontraban las teclas. Estas sonaron tétricamente. Mi boca sangraba de la comisura derecha y un mareo interrumpió mi llanto.
—¡Agnes! — llamó a mi custodia y está, rápidamente apareció de la nada frente a él. Lo atendía con tal devoción, que pensaba que era capaz de hasta besar el suelo por donde caminaba. La mujer me miro boquiabierta.
—Señor…
—Estaba intentando escapar — Me señaló con el dedo, tirada en el suelo de lado del Banco del piano que se había volcado por el golpe — ¿Así es como la cuidas? — Gritó.
—No, señor disculpeme por favor— rogó aferrada.
El hombre dio una bocanada de aire.
—Ya no la encierres en el closet. En el cuarto de huéspedes, bajó llave.
El mareo se había prolongado. Mi cabeza estaba empapada de sudor exageradamente. No podía levantarme, él no me lo permitía. Se metió las manos a los bolsos del pantalón y suspiro fastidiado.
—¿Le dijiste que tenía que practicar en el piano?
Agnes abrió los ojos con culpa y me miro con cautela, yo, con ceño fruncido no entendía nada de lo que estaba ocurriendo.
—Si… señor — Exclamó titubeando — Pero se ha negado a usarlo.
Fruncí el ceño, la muy malvada había mentido, había olvidado decírmelo y prefirió echarme a los lobos que aceptar su error.
—¡No es verdad!— Grite nerviosa — ¡Ella no me dijo nada, señor!
Me miro con una mirada de flagelación y me tomo del antebrazo, levantándome un poco del suelo.