Cenizas En El Cielo.

Parte 3; Sonata De MediaNoche.

Capítulo 10.

 

Un piano de cola, fabricado de abeto color negro, pulcro y hermoso,  de arce el mecanismo y el teclado de madera de tilo. El esqueleto de acero y los bordes de Fierro forjado y centellante, las cuerdas de alambre envueltas en cobre brilloso. Las teclas negras de marfil y las blancas, forradas de piel de  búfalo. Recordaba cada parte de ese piano, lo tenue de las teclas, su esplendoroso sonido. Mi padre tenía uno idéntico a ese piano, el mismo piano con que mi cuerpo había colisionado burdamente con anterioridad. Me encontraba frente a ella, vestida con un vestido de satín con escote pronunciado y pantimedias con una línea trasera iba desde la cadera hasta descender al tobillo. Unos zapatos con tacón alto y lustrosos de color negro. Labios color carmín y largas pestañas que adornaban mis ojos; unos ojos morados, sangrantes, adoloridos y una gasa que cubría una herida superficial en la nuca.
Todo era nuevo, sin usarse, nadie más que yo lo usaría.
— Date la vuelta — Exclamó Agnes inspeccionándome. Obedecí — Bien, ya puedes quitártelo. Anda, en tu cuarto hay otros dos conjuntos de ropa y zapatos para que te los pruebes, pero siento que este es el atuendo perfecto.
— ¿Para que? — apenas podía abrir la boca. Toda la parte derecha de los labios estaba adolorida. Con colores verde y rojo rodeándome la comisura. Nunca pensé que hablar me resultaría tan doloroso y pesado.
— Para la fiesta.
La mire con ojos de suplicio y una mueca transformada en sufrimiento interno.
Por suerte impía me habían elegido a mi y me estaban matando cada día, con cada golpe y cada ofensa.  Cada acto de egocentrismo y egoísmo, desprecio y mirada lasciva que perpetraban en mi contra.
— Repasemos — Suspiro.
— ¿Cuál es tu nombre?
— Amara Bähr Diermissen — Respondí con la voz tambaleante.
— ¿Cuándo y en donde nació?
— Nací en Múnich, Alemania el 20 de Diciembre de 1920.
— ¿Con quien se casó y en donde?
— Mi esposo es Wilhelm Goldschmidt, es un militar en el cargo Obersturmführer para la SS. Me casé con el, en Kiev, Ucrania el  17 De enero de 1940.

 

Era como si me hubiesen vendido al mejor postor. Como si fuera una puta fina y elegante que pareciese que cobraría hasta por mirarme o Una mujer feliz, esposa de un teniente, con lujos y amor al por mayor, pero era dolorosa la realidad.

 

No era cierto.

 

Todo era mentira, una estafa y un trato en el cual, mi opinión no estaba incluida ni beneficiada y por si fuera poco, a pesar de todo tenía que sonreír ante la sociedad, ante aquellos hombres que estaban debajo de un régimen que con belicosidad y altivez ocupaban países y mataban paulatinamente a su propia raza, encerrándolos en un matadero donde se aseguraban que tuvieran el peor sufrimiento antes de morir.
Alojada como prisionera  en una casa que era propiedad de un hombre que a primera vista pareciera un hombre con aires airosos, valía y lozanía en cada parte de su esplendor, pero en realidad era un hombre bruto, altivo y egocéntricamente agresivo. Sólo con su mera presencia, me provocaba un sentimiento de pavor y escepticismo que me hacía pensar en que podía hacerme esta vez.
Agnes notó mi mirada que le transmitía pesadumbre y melancolía pero en definitiva no le importaba absolutamente nada lo que sentía, si algo me dolía, si tenía hambre o si aquel vestido elegido y provocativo era de mi agrado.
Agnes carraspeo la garganta y se levantó del banquillo perteneciente al piano.
— Cámbiate, ve a ponerte tus trapos asquerosos y a las seis en punto te cambias de nuevo.

 

Asentí sin ningún tipo de mueca en el rostro y me dirigí hasta la habitación y rápidamente me saque aquella ropa fina, a la que me recordaba mi antigua vida. Donde había tenido lujos al por mayor y que de repente cambie de golpe todo eso, por el amor de un muchacho de piel apiñonada, casi morena y una melena  crispada y marcada.
Hugo, el único y verdadero amor de mi vida, que había perecido en manos de personas como él hombre que me golpeaba con intermitencia.
Dadas las seis de la tarde salí con la ropa nueva puesta, y con temor atraviese el comedor, donde aquel hombre rubio estaba sentando con elegancia frente a la mesa comiendo un  corte de carne que me golpeaba con su aroma exquisito. Al mirarme, se quedó petrificado, mirándome fijamente de pies a cabeza pero extrañamente sin ningún gesto o mueca en la cara. Frío y sin importancia,  terminó su copa de vino tinto, limpio la comisura de sus labios con la servilleta de seda y se levantó de la silla sin antes  tomar un cuchillo de mantequilla, se quitó el sacó y lo lanzó en el respaldo del sofá, se zafo los tirantes de los hombros quedando colgados de los lados y camino de lado mío hasta acercarse al majestuoso piano negro.
— Ven — Ordenó parado a un costado del banquillo. Dejo descansar el cuchillo en el lomo del piano, yo mientras tragaba  saliva y me acercaba con cautela. Subí la mirada y lo intercepte encendiendo un habano. Me miro ofendido escupiéndome una nube grande de humo en el rostro. Me soltó una bofetada sonora, tan fuerte que azote sentada en el banquillo frente al piano.
— No me mires — Espetó con tranquilidad.
— Discúlpeme— murmure.
— Tampoco tienes permiso para hablar.
Y camino hasta al bar para servirse un brandy con hielos. Justo como lo tomaba mi padre.
— Levántate — Me levanté con rapidez y se sentó en el banquillo — El piano es un instrumento emblemático extremadamente difícil de tocar, incluso para ti. Así que pon atención, porque tengo un límite de paciencia mínimo.
Asentí. Dejo descansar el brandy junto al cuchillo y continuó.
— La postura correcta es doblando los antebrazos en dirección a las teclas y quedarán paralelos al suelo. El banquillo está a la altura perfecta al piano, quiere decir que no tendrás que doblar las muñecas, sólo arquear un poco los dedos hacia abajo para comenzar a tocar. La espalda debe ir perfectamente recta, los pies bien firmes en el suelo, con los dedo en línea recta apuntando al frente, y separados entre sí por una distancia cómoda, no se encorvan los hombros, ni se dobla la columna. Se acerca al piano hasta que las manos puedan posarse sobre las teclas sin necesidad de extender los brazos. Los pies se mueven  hacia adelante y hacia atrás para pisar y abandonar los pedales sin forzar la parte superior de las piernas. ¿Comprendes?
Asentí de nuevo.
— Bien, Cada uno de los diez dedos debería estar posados con delicadeza  sobre una tecla blanca. El pulgar derecho va posado sobre la tecla blanca, que está exactamente a la izquierda de un grupo de dos teclas negras a la mitad del teclado; Se llama Nota Do. Los demás dedos; índice, medio, anular y meñique, van posados en las teclas blancas siguientes, son las notas Re, Mi, Fa y Sol.
La mano izquierda se posa en una forma similar, una octava abajo, pero invertido, el meñique posado sobre la tecla Do y el pulgar en Sol, y deberá haber dos teclas blancas entre los dos pulgares; La y Si. ¿Ajá? — Pregunto, mientras trataba de comprender cada palabra e indicación. Asentí sin seguridad.
—La tecla de Do que esta anclado el pulgar derecho, y esta a la mitad del teclado, se le llamara  “Do medio” Le diré a Agnes que ponga un pedazo de cinta en la tecla para que no se te olvide y resaltar está nota.
Tienes que aprender  primero las notas del centro del teclado, te las preguntaré.
Las teclas van cambiando de más grave del lado izquierdo, a más agudo de lado derecho, pero los tonos son siempre los mismos. Las notas son doce; siete teclas blancas que son Do, Re, Mi, Fa, Sol, La y Si y cinco teclas negras llamadas Do sostenido, Re sostenido, Fa sostenido, La bemol y Si bemol. Al tocar las notas blancas desde Do a  Si, y otra vez a Do, se crea la escala en Do mayor de ocho tonos se le llama octava y al tocar las teclas negras desde Do sostenido  a Si bemol, se crea la escala pentatónica de cinco tonos — Explicaba mientras posaba sus dedos bruscos en las teclas y el habano descansando entre los labios.
— Se pueden tocar ambas teclas al mismo tiempo, negras y blancas. Se tocan suave, pero firme para producir el sonido de las notas.  Intentarás  teclear unas veces más lento y otras más rápido, mas suave otras fuerte, hasta que comprendas el control que puedes tener respecto los sonidos del piano — Se levantó del banquillo, camino con dirección al bar y apagó el habano.
— Siéntate — Me ordenó. Con sudor ahogándome las manos lo hice.
— Siéntate bien, frente al piano — Reiteró y sacó una fusta de cuero que  colgaba de sus pantalones. Tome asiento en el banquillo como lo había dicho anteriormente. Sentí el golpe ardiente de la fusta en la parte baja de la espalda. Me retorcí de dolor por dentro.
— ¡Postura! ¡No encorves la espalda! — Vocifero. Apenas me estaba reponiendo del primer golpe, cuando sentí otro más arriba a la altura de los hombros — ¡Bien derecha! — Gemí de dolor y erguí todo el cuerpo.
Colocó la fusta en el borde del piano para tomar el cuchillo, acercó una silla a mi costado y se sentó para inspeccionarme más de cerca.
— Los dedos — Sentenció — Mano derecha, ¡Rápido!
Y lo hice, coloque la mano derecha en las teclas del borde del piano. El hombre bufo fastidiado y me golpeó los dedos con el lateral del cuchillo, exclame con una mueca de dolor y aparte la mano rápidamente.




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