Cenizas En El Cielo.

Capítulo 11.

Agosto, 1942, Polonia ocupada.


Cada día, era despertada por la burda imagen y petulante voz de Agnes, con las mismas palabras insípidas y lascivas que provocaban que mis ganas de vivir desaparecieran paulatinamente. Me había aprendido cada embuste respecto a mi; Nombre, estado civil, nacimiento y etnia, cada cosa, cada detalle bien pensado, tétrica y macabramente.
Faltaba con exactitud una semana para la visita que tanto se esperaban mis custodios. Estaba aterrada.
Con dificultad y desesperación, intentaba leer y proyectar en las teclas del piano  cada nota tatuada en aquella partitura que torturaba mis dedos débiles y lastimados por el cuchillo que me reprendía con severidad cuando lo hacía mal y que era  manejado por aquel hombre de uniforme color frío y macabro   que me producía un sentimiento de torpeza y dolor físico. Mis dedos entumidos y heridos no me obedecían y me pedían a gritos detenerse. Día y noche practicaba en el piano con inefable temor a que algo saliera incorrecto, hasta que logré que la melodía deseada y ordenada se escuchará con decencia y el tiempo  correcto. Si lo hacía bien, me daban de comer un pedazo de pan y agua fresca que ahora, para mí, se había convertido en un manjar.
La intermitencia del teniente me mantenía alerta y curiosa preguntándome a que lugar se iba por la mañana y volvía por la noche, su mirada decía mucho y al mismo tiempo nada.
Por otro lado, la actitud de Agnes me tenía confundida y me llenaba de escepticismo al mirarla hacer los quehaceres con devoción,  pulía los guantes y  botas del hombre, planchaba sus camisas con celo y dedicación al grado de no permitirme tocar ninguna de sus cosas.
Me encontraba encerrada bajo llave en la habitación que me habían asignado, atormentándome, imaginando en lo profundo de mi pensamiento, el posible color de los ojos  de mi hijo fallecido.
Aquel pedazo de mi y de Hugo que no soporto y murió en la adversidad de la guerra, que quizá en ese momento tendría unos meses de vida, quien lo sabría, en ese momento no sabía que día era, para mí sentía que habían pasado años. Me llenaría de júbilo oírlo llorar, escucharlo reír y mirar su rostro angelical que tanto necesitaba en aquel momento. Lloraba en silencio porque lo tenía prohibido, si él me escuchaba llorar me molía a golpes teniendo como a Agnes de alegre espectadora.
El pigmento de los moretones de mi rostro habían cesado un poco, el hombre  comenzaba a flagelarme en sitios de mi cuerpo en los que no se podían apreciar a simple vista; Mi espalda, hombros, piernas, cadera y cintura. El simple roce de la ropa dolía inverosímilmente, el cuerpo solía pesarme dolorosamente como si estuviera sosteniendo  un mármol pesado en la espalda todo el tiempo.
La puerta se abrió con belicosidad y me levanté rápido de la cama para recibir a mi visitante. Agnes, de pie en medio del umbral de la puerta, con el manojo de llaves en las manos, me miro con discordia y una ceja arqueada   — ¿Otra vez llorando, judía?
Su boca despedía la palabra »Judía« como si le quemará la boca, como si fuese algo profano y mundano, indigno de ella. Lo decía con desdén y asco al mirarme desde abajo, como si ella fuese mejor que yo. Miro mis lágrimas resbalar por mi rostro demacrado y lánguido. Negué con la cabeza, ella sonrió con maldad.
— Sabes que tienes prohibido hacerlo.
Levanté la mirada y suspiré — Me prohíben llorar como si fuera un hábito desagradable que tengo que desaparecer — contesté con valor disfrazado de vigoroso pavor — No es así, no es algo que se quita, como comerse las uñas o tocarse el cabello.
Ella quito esa sonrisa de malicia que se había jaspeado en su rostro y camino frente a mi — No me hables así, no somos iguales.
— Por supuesto que no —Musite con la mirada clavada al suelo.
— ¡¿Que dices?! — Exclamó en un tono alto.
— Nada — Conteste interceptándola fijamente.
— ¡Eres una majadera! — Sonreí con levedad y ella se enfureció más — Le diré al señor y él te pondrá en tu lugar.
Quite mi sonrisa  con prisa y fruncí el ceño — Hazlo. No me importa.
— ¡Con que no te importa! ¿Eh?
— Ya no. El solo puede golpearme, pero nada mas, solo puede lastimar mi carne, pero algo que no puede hacer aunque quisiera es prohibirme pensar, imaginar, sonreír, aunque lo haga con escases  y mucho menos puede prohibirme llorar, porque él mismo es el causante de mi llanto.
La mujer se quedó sin habla, petrificada con un gesto en el rostro de impotencia al no responderme nada.
— ¡Miren nada más! Es lo más que has dicho en todo este tiempo, creí que te habías quedado muda. Ya verás, sino te mata a fuetazos, judía maleducada.
— Es lo único que he anhelado desde que pise este recinto. Así que hazlo, para que me mate a golpes de una vez, no importa, porque de todas formas ya estoy muerta
Ella me miro con desdén e incordio sin poder responderme, bajo la mirada derrotada pero con actitud impotente y camino hasta el umbral — Necesito que salgas, es hora de practicar en el piano. ¡Date prisa! — Vocifero con fuerza y salió con furia azotando la puerta. Di una gran bocanada de aire después de soltar las lágrimas que tenía retenidas desde hace unos minutos, me miré al espejo hecha trizas pensando en la incredulidad que había sentido al recordar aquellas palabras que con temor le dije. Sabía de antemano que golpe tras golpe me esperaban más tarde, pase el falso cabello rubio para atrás de mis orejas y salí de la habitación con pasos temblorosos.
Aún con dificultad recordada algunas notas. Estaba tocando con desafinación, eso me provocaba un manojo de nervios inefable, después de tiempo, Agnes se acercó con un plato que poseía pan y un vaso con agua, dejo descansar la charola en el lomo del piano y se dirigió a mi con frialdad.
— ¿Ves su uniforme? ¿Todos esas estrellas y símbolos en el pecho y boina?
Asentí mientras tomaba un trozo de pan.
— Pues la SS es mucho más compleja de lo que crees. La nomenclatura  es importante, el padre de Goldschmidt, se llama Baldwin Goldschmidt, y es Oberstgruppenführer, coronel general. Antes, cuando empezó la guerra, Goldschmidt hijo  fue asignado a una unidad que se encargaba de administrar el gueto de Varsovia, vigilaba que cada judío dentro del gueto cumpliera con cada orden que se les había asignado. Y después, estaba en otra unidad en la cual se encargaba que todos los judíos y gitanos subieran a los trenes para ser deportados, Ahora es parte de la SS Totenkopfverbände, la unidad de las calaveras que son los responsables de la administración en los campos.
— ¿Campos? — Pregunté  con el ceño fruncido y las boronas de pan cayendo en la solapa de mi vestido — ¿Cuáles campos?
— En donde llegaste en primera instancia, de donde el teniente te saco.
Rápidamente había recordado aquel lugar de apariencia macabra y estadía aislada. Un escalofrío atacó mi espina dorsal y el hambre se había ido de pronto.
— El padre de del señor Wilhelm es el un Oberstgruppenführer de la SS, coronel del cuerpo de ejército, es el segundo rango militar de más alta jerarquía, después de Heinrich Himmler.
— Dijiste que tenía un rango pequeño.
— Todos los rangos son pequeños a lado de Himmler. El rango de su hijo está muy por debajo del de el, por eso tienen ciertos roces bochornosos. El señor Wilhelm no puede creer que su padre teniendo el rango que tiene, no puede ayudarle a subir, Goldschmidt padre dice que eso se gana con méritos propios.
— Por eso está enojado siempre — Musite.
— Te estoy diciendo todo esto para que el día de la cena no pases nada por alto, tienes que saber todo. Tiene un hermano menor de quince años y su madre se llama Adeline.
Cumplirá veinticuatro años este 22 de noviembre, era estudiante de historia universal, toca el piano con fluidez y sabe hablar, inglés, polaco, ruso italiano y francés. La mayoría de los integrantes de la SS, lo saben.
— ¿Algo más que pueda saber? — Conteste dejando el pedazo de pan de un lado.
— No, por ahora no — Me miro con recelo y camino hasta la cocina.




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