Capítulo 12.
10 De Agosto, 1942.
El olor a brandy se había impregnado en mis ropas, causando un olor fétido y molesto que me provocaba dolor de cabeza, pareciese que fuese un vagabundo borracho tirado en una esquina Con ropas andrajosas y el olor a licor lo respiraba por los poros.
Las piernas comenzaban a adormecerse por la posición en la que me encontraban; arrinconada en el closet astillándome la planta de los pies y con la vista en completa lúgubre oscuridad estudiaba las pisadas del piano en el aire como si un piano estuviera frente a mi.
La puerta del closet se abrió con brío, Agnes me ordenaba levantarme para salir por fin. Lo hice y ella, al percatarse de mi olor se alejó un poco de mi.
— Tienes que asearte — Espetó con las manos juntas hacia al frente.
Asentí con la cabeza. Llena de pesadumbre al notar que el dueño aún permanecía en la casa. La alcoba en donde me estaba quedando tenía un baño propio, pero no me permitian acercarme a el, así que seguramente me asearían con baldes de agua fría, quebrándome los huesos del dolor a causa de lo helado del agua, pero ya nada me importaba, había sido humillada y usada de todas la maneras posibles que me atrevía a pensar que estaba curiosa por saber que otra cosa podrían hacer conmigo, la menos cruel y despiadada cosa que hubiesen podido hacerme fue matarme, pero para ellos eso era hacerme un favor, y los nazis no hacían favores. Trague saliva escasa que mi garganta seca con esfuerzo podía producir, la sensación amarga se sentía a morir.
Agnes me tomo por mi escuálido antebrazo y me llevo hasta al jardín donde procedió a bañarme como lo había especulado. Después, me llevo a la habitación asignada, abrió la puerta del closet y sacó un vestido de tela mascota negro.
— ¿Por que tengo que vestirme así? — Pregunté con extrañeza, pues era algo errático vestirme de esa manera, a menos que ese día sería el gran día que todos (menos yo, por supuesto) estaban esperando.
— Saldremos.
— ¿A donde? — Cuestione con el ceño levemente fruncido.
Agnes suspiro — De compras.
— Las señoras de sociedad no van de compras — Lo dije como si fuese algo que me quemaba la lengua — Eso lo hace la servidumbre — Contesté con infinita verdad.
Jamás, en mi vida pasada me mezcle con las personas de servicio, no porque yo me sintiera con más poder y clase que ellos, por desprecio ni por algún otro despectivo motivo, simplemente no me lo permitían, pero me aferre tanto a eso que termine por enamorarme de Hugo, parte de la servidumbre. Sonreí con levedad al recordarlo.
Agnes subió una ceja y se giró con lentitud — ¿Que dijiste?
La mandíbula me temblaba completamente, pero me negué rotundamente a bajar la cabeza. Nunca dije eso con intención de molestar, pero todo lo que venía de mi, ahí, era molesto.
— Repite lo que dijiste, estúpida —Exclamó tomándome del antebrazo con fuerza — ¡Repítelo! — vocifero aturdiendo mi oído, después de soltarme una bofetada, rápidamente el hombre entró a la habitación gritando su nombre, Agnes se hizo a un lado con lentitud.
— ¿Que diablos haces? ¿Por que la golpeas? — Preguntó, enseguida tomo mi mentón, con el dorso de su mano, lo elevó para inspeccionarlo — Puedes dejarle marcas, Agnes. Hoy no puede tener ninguna marca, mucho menos en el rostro.
Soltó mi mentón y paso a abrocharse los botones de la camisa mientras yo bajaba la mirada. No soportaba mirarlo, e incluso no lo tenía permitido, su rostro me causaba un sentimiento horrido y grotesco.
— Me faltó al respeto, señor.
Negué con la cabeza.
— ¿Que hiciste, judía? — Me preguntó terminando de adherir el último botón con el ojal de su pulcra camisa.
— Le... dije que no podía acompañarla a hacer las compras — Contesté con un hilo de voz — Verá, si me salgo con ella, será mal visto. Las mujeres de los militares no van de compras con la servidumbre.
El hombre me miró con una ceja arqueada, rápidamente gire la cabeza esperando un golpe como respuesta, pero en lugar de eso, escuche un suspirar de fastidio y dijo — Es cierto. Es la primera cosa coherente que dice esta estúpida en todo este tiempo, Agnes. Tendrás que ir tú sola por las compras de la fiesta — Me miró con desdén — Y tu, te quedarás sola mientras Agnes sale por las compras. No intentes nada estúpido, sabes que no funcionará, tienes prohibido acercarte a la puerta, ¡Ni siquiera mires por la ventana! No puedes entrar a mi despacho, tocar el teléfono, encender el radio ni mucho menos la televisión— Tenía toda mi atención en él, pero sin míralo a los ojos — Practicarás en el piano, ayudarás a hacer la cena y después irás nuevamente a asearte, pero está vez usaras el baño que está en tu habitación asignada, usaras los jabones perfumados, y si es posible te echaras encima todas las lociones que están en la cómoda, te miraras al espejo y no saldrás de ahí hasta las siete de la noche, justo antes de la hora ya dicha iré a la habitación y te preguntaré lo que ya tienes que saber de memoria. Yo vendré por ti, y saldremos a presentarte, tú de mi brazo.
Te comportaras como una dama y el más mínimo error, te meteré un balazo aquí — Exclamó tocándome la frente con el dedo índice — ¿Escuchaste, judía?
— Si — Musite.
— ¿Disculpa? No te escuche.
— Si, señor — Contesté en un tono más seguro.
— Regresó a las cinco, para esa hora ya debe de estar listo todo, Agnes.
— Cuente con ello, señor.