— ¡Ya cállate! — Vocifero acercándose de nuevo — ¡Levántate! — ordenó.
Derrotada, obedecí — Ve a la cocina, te diré que hacer.
Y volví a obedecer, tenía la orden de quebrar los huevos en un tazón y batirlos para crear un pastel. Lo hacia con lentitud y con las manos temblorosa sin adjudicar ningún control sobre mis propias manos, al sacar otro huevo de la canasta, este resbaló sobre mis dedos y fue a caer al suelo. Agnes, quien separaba el gravy de la carne, giró la cabeza y miró el huevo quebrado en el suelo, acto siguiente me abofeteo con la mano llena de grasa. El dolor fue cortante, pero resistente, sin hacer ningún gesto de dolor, levanté el rostro y la mire.
— Levántalo — Me ordenó, suspire y tomé un trapo que estaba a mi costado. Estaba por ponerme en cuclillas pero su voz autoritaria me detuvo.
— No, con las manos.
No podía estar más humillada, me arrebató el trapo de las manos y proseguí a levantar los pedazos de cascarón y parte de la yema y clara que se había destruido con el impacto. Simplemente la mezcla se escapaba por mis dedos. Era imposible levantarlo con solamente las manos. En su desespero, tomo un poco de la mezcla del suelo y me enlodo la boca y parte del rostro con eso.
— Ve a bañarte. Ya casi es hora — Espetó. Asentí con la cabeza y salí de ahí.
Con el agua caliente impregnándome el dermis mayormente lastimado, talle mi falsa cabellera rubia que a pesar de verse bien, estaba maltratada y se caía a pedazos. Mis lágrimas se mezclaban con el agua humeante. Ya había olvidado lo satisfactorio que era algo tan habitual como bañarse en un cuarto de baño decente. Mi piel se erizaba y no quería salir de ahí.
Mi piel mutilada por golpes pasados ahora estaba perfumada y despedía un olor a violetas exquisito. El roce de la toalla de algodón era algo que había extrañado con vigor. Al salir del baño, mi atuendo elegido por ese hombre estaba extendido en la cama, junto con ropa interior, accesorios brillantes un tocado para el cabello. En el suelo, unos zapatos de tacón alto y delgado, pantimedias de seda color crema y un abrigo negro colgado en el perchero de lado de la cama.
Pase los dedos por la ropa y era inverosímil creer que yo volvería a usar algo como eso. Procedí a colocar la ropa interior, me mire en el espejo y era inefable lo que mis ojos proyectaban; un cuerpo cansando, con hematomas por todos lados acompañado de una delgadez bastante notoria. Los huesos de la cadera podía verlos sin necesidad de poner atención, las clavículas marcadas y unos pómulos de igual manera marcados por la falta de alimento.
Estaba tan concentrada en mirar en el remedo de mujer en el que me había convertido cuando la puerta se abrió, y era aquel hombre con la fusta de cuero en la mano. Trate de cubrirme pero era demasiado tarde, el hombre ya estaba adentro de la habitación y yo aterrada corrí hacia la esquina de la misma.
— ¿Trataste de escapar? — Me preguntó lo que obviamente ya sabía de sobra. Sus ojos disparaban hastío y odio hacia a mi, no paraba de mirarme de arriba hacia abajo. Negué con la cabeza, temblando incontrolablemente y me solté en llanto.
— No, señor... — Exclame estirando el brazo entre él y yo.
— ¡No me mientas! — Gritó con potencia dejándome boquiabierta llena de miedo súbito que ascendía con cada movimiento de su rostro. Apretaba con fuerza la fusta con la mano cubierta por su guante de cuero.
— ¡Se lo juro! — Grite. Acto seguido el hombre soltó un fuetazo contra mi, pero falló. Yo me hacia más pequeña, me deje caer con lentitud en la esquina de la habitación, juntando mis piernas hacia mi pecho y rodeadas con los brazos. Agnes apareció enseguida en el umbral para apreciar la tortura que estaba por recibir.
— Señor, le recuerdo que el vestido que usará esta descubierto de la espalda — Espeto. El hombre no respondió, pareció que no podía escuchar más que mi agitado aliento, ni ver otra cosa más que el miedo encarnado en mi — Le recomiendo que la golpee en lugares que el vestido no pueda revelar.
— Levántate — Me ordenó en un tono de susurró, sublime y aterrador. Paulatina y torpemente lo hice, cubriendo el pecho con los brazos cruzados. Me tomo por la muñeca, su mano era tan grande y fuerte que su Palma rodeaba esta sin problema.
Me sacudió con belicosidad y grito — ¡Híncate! — Me obligó a hacerlo clavándome en el suelo, pegando mis glúteos a mis pantorrillas. Con una mano tomo mis muñecas y las elevó por encima de mi cabeza, sosteniéndolas con la otra mano con la cual traía la fusta, la apretó con fuerza y tomo impulso con ella. Llorando, quite la vista de lo que estaba por suceder y gire la cabeza hacia la derecha.
El sonido tan particular que hace el aire al ir la fusta demasiado rápido al tomar impulso con fuerza, me helo la sangre y el fuetazo ardiente y cortante en los muslos había sido un calvario lento y doloroso. Grite, hasta casi mudar, pero eso no lo detenía, los muslos pronto se adormecían y sin mirar nada, sabía que estaban por sangrar, pues este último, rasgo el tejido como una hoja de papel cuando se toma de cada esquina y se rompe por mitad. El dolor me causó mareos y podía asegurar que mi piel palideció al sentir lo mojado de la sangre empaparme los muslos. Abrí los ojos, sin mirar mis heridas.