Un chico de dieciséis años es un verdadero dolor de cabeza para sus padres: Es la etapa de la rebeldía, donde el joven desea impone su carácter y busca su propio camino; comienzan los enamoramientos fáciles y empieza a experimentar con su sexualidad. Quiere asumir riesgos, aventurarse y tomar sus propias decisiones. No es un adulto, pero tampoco es un niño: su cuerpo, su raciocinio y sus emociones están pasando por un proceso difícil de adaptación y desarrollo.
Definitivamente es una de las etapas más difíciles de sobrellevar , y más cuando el chico se ve rodeado de todo ese contexto actual que tiene que ver con la tecnología, las modas y tendencias alocadas del momentos, la presión del grupo de amigos, la preparatoria con todos sus retos, las fiestas, el licor, las drogas, las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos no deseados, las luchas con la imagen personal; además del hecho de que debes definir lo que serás en el futuro, no sólo en el nivel profesional sino como persona, ¿qué tipo de sujeto serás? ¿Un hombre exitoso o un holgazán bueno para nada? Los jóvenes se preparan para enfrentar la vida por si mismos... Aunque, algunos chicos tienen retos aún mayores a esos...
—Charlie... Charlie... ¡Es hora de despertar! La señorita Swan estará pronto aquí, y debes desayunar y asearte. Además hoy tienes terapia física y quiero que te alimentes bien.
El joven abrió los ojos con mucha pereza, apenas vio la sonrisa de su madre, hundió la cara en la almohada ignorándola. Ese gesto de rechazo para la señora Olivia Peterson sólo le indicaba que su hijo no había amanecido de buen humor.
—Charlie, cariño... Tienes que levantarte, lo sabes. ¡Levántate!
La señora Olivia le desarropó y comenzó a halar las sábanas blancas de su cama en un intento por hacer que se levantara, Charlie lo que hizo fue aferrarse a la almohada y ponerse boca abajo.
—¡Charlie! ¡No te pongas luchón! ¿No quieres ir a la piscina a divertirte? Si te levantas ahora y comes todo tu desayuno te voy a dejar nadar un rato. ¡Anda, Charlie! ¡Cariño! ¡Levántate!
Su madre tuvo que sujetarlo con fuerza y despegarlo del colchón. Charlie se incorporó y se sentó, su expresión de mal humor era muy obvia, pero su madre sonreía ya que estaba más que acostumbrada a sus "días malos".
Lo condujo hacía el baño para que se aseara y se preparara para iniciar el día. Al menos Charlie ya podía hacer muchas cosas por sí mismo, no "perfectamente" ya que siempre requería supervisión, pero era un gran avance dada su condición.
Su madre le observaba salir de la ducha. Le pasó una toalla para que se secara y el cepillo de diente con crema dental. Charlie, que no abandonaba ni un segundo su expresión de mal humor, se cepillaba mientras su madre le preparaba la ropa que iba a usar.
—A ver, muéstrame los dientes...
Charlie le mostró una sonrisa grande en un gesto de fastidio. Su madre le sonrió y le pasaba la ropa.
—Sé que odias la terapia física, Charlie, pero es algo que necesitas y que te ayuda a ser más hábil e independiente. ¡Mira cuánto has avanzado desde que el señor Hart te entrena! Además yo creo que es divertido, y le hace bien a tu salud. No puedes estar todo el tiempo encerrado en tu habitación, necesitas ejercitarte. ¿Charlie...? Tienes la camiseta al revés...
La señora Olivia le ayudó a quitarse la camiseta y ponérsela correctamente.
—Pica...
—¿Qué? ¡Es algodón, Charlie! Te las has puesto miles de veces anteriormente. Además le eché casi un pote de suavizante, ¿no te gusta como huele?
Charlie hizo un gesto de desagrado, que su madre ignoró. Salieron del baño y ella le condujo a la cocina. Su padre estaba allí bebiendo café y al verlo se le acercó sonriente a saludarlo.
—¡Buenos días, campeón! ¿Qué? ¿Y esa cara? —El señor Hank se inclinó hasta él y besó su frente de forma muy sutil.
Charlie inclinó el rostro, aunque sólo aceptaba el contacto físico directo de sus padres, cuando estaba de mal humor rechazaba cualquier muestra de afecto.
—Creo que no durmió muy bien anoche y además sabe que le toca terapia física, sabes cómo odia ejercitarse. —Le respondió la señora Olivia a su esposo.
—¿Cómo va hacer eso posible? ¿Eso es cierto, Charlie? ¡Pero si tú eres todo un atleta! Quizás un poquitín perezoso, pero eso seguro lo heredaste de tu padre...
El señor Hank Peterson se echó a reír y frotó el cabello del muchacho de forma cariñosa. Él al igual que su esposa amaban intensamente a su único hijo y se habían entregado por completo a Charlie. Eran una familia económicamente bastante acomodada, Peterson era un hombre de cincuenta y cinco años, un conocidísimo as de los bienes y raíces. Había recaudado una pequeña fortuna a través de la compra y venta de propiedades y decían que al menos tenía un patrimonio estimado en unos cinco millones de dólares, lo suficiente para vivir holgadamente el resto de su vida.