El invierno seguía siendo fuerte y el frío era cada vez mayor. Ya había comenzado diciembre y mi familia se dedicaba a quedarse en casa resguardados del frío. Aunque este era abrasador, mamá no nos permitía dejar de asistir a la escuela. Para ella la educación de las muchachas era lo más importante, y deseaba tener hijas cultas y preparadas para la sociedad. Papá no tenía inconveniente en esto, también opinaba que si dejábamos de estudiar por semejante tontería lo haríamos por cualquier otra cosa. El abuelo que conocía por lo que pasábamos se ofrecía para ser nuestro tutor y enseñarnos como había echo con sus alumnos anteriores. Pero papá y mamá no querían, porque el abuelo había sido profesor, pero de niños, y temían que no se entendiera con nosotras.
Aquel día nos levantamos Sammy y yo bien temprano. Bajamos y vimos a nuestro padre sentado en el sofá. Sammy corrió hasta él y se sentó bajo su brazo y yo en sus piernas. Papá nos dio un beso en la mejilla a cada una y nos apretó fuerte contra su pecho. Solo unos minutos más tarde bajaron mis otras hermanas. Lisa se sentó del lado que yo estaba en la pierna de papá. Ágata junto a Sammy, Jane, Tracy y Holly se sentaron en el suelo mirando a papá. Él tenía los ojos clavados en su rodilla libre y parecía lejos. Todas, estoy segura, notamos como sus ojos se llenaban de lágrimas y luego respiraba hondo y las desaparecía todas.
— ¿Cómo pasaron la noche, mis niñas? — pregunto.
— Bien — dijimos a una voz.
— Niñas. Es hora de ir a la escuela — dijo mamá.
— Mamá, ¿nosotros podemos llevarlas? — pregunto Richard y se puso su abrigo y tomo la bufanda de Michael en la mano.
— Yo también voy — dijo Lisa y corrió hasta la percha.
— Bien —dijo mamá.
Nosotros nueve comenzamos a andar. Todos hacíamos muchos chistes y nos reíamos, la verdad es que ni Rich, ni Lisa, ni Michael, lo hacían mucho. Había algo en los ojos de mis tres hermanos mayores que me hacía suponer que había algo que los ponía tristes. Es que esos tres, sobre todo Michael, nunca se estaban tranquilos. Al llegar a la escuela Michael abrazó a cada una como si jamás volviera a vernos. Richard me abrazo y besó tan fuerte que creí que me dejaría sin aire, al igual que a mis otras hermanas. Ellos dos se fueron adelante y dejaron a Lisa sola. Mi hermana mayor nos miro, fingió una sonrisa y salió con paso ligero tras mis hermanos. Ahí fue cuando comprendí parte de todo aquello: algo malo, iba a pasar. Pero en ese momento sonó la campana del colegio y me vi obligada a entrar y a alejar mi mente de los sucesos que pudieran tener lugar en mi hogar.
Cuando comenzaron las clases quede completamente ajena a todo lo que me rodeaba. Estaba nerviosa, pues con lo que había pasado en la mañana no había vuelto a pensar en un examen de historia que tenía a la primera hora de la mañana. Aterrada me senté en mi sitió habitual en la clase de historia y vi al profesor repartir las hojas de exámenes. Al final di un suspiro de alivio, leí rápidamente el examen y comprobé que conocía todas las respuestas. Hice el examen bastante rápido y espere que el profesor pidiera que los dieran hacía delante. Al cabo de una media hora el profesor recogió los exámenes.
— Bien. ¿Todos están aquí? — pregunto el profesor Watson. La clase contestó afirmativamente a una sola voz.
— Me alegra. ¿Quiénes son las alumnas que toman clases de pintura? — pregunto Watson. Algunas manos como la mía nos alzamos tímidamente ante la pregunta. — El profesor de arte no podrá venir. Así que ustedes pueden venir a buscar sus exámenes esta misma tarde y discutir sus calificaciones. Pueden marcharse.
Todas las chicas levantamos nuestras carpetas y yo y Sammy ya nos íbamos cuando:
— Señoritas Gardiner — dijo Watson.
— Si, profesor — contestó mi hermana Sammy.
— Necesito encomendarles una labor.
— ¿De que se trata señor? — pregunté intrigada.
— Necesito que antes de marcharos, hoy en la tarde, cuidéis de mi begonia, pues yo tengo una importante junta. Solo serán quince minutos de cuidados, luego podrán marcharse — dijo el profesor Watson mientras acariciaba una maceta con una diminuta flor.
— ¿Por cuánto, señor? — pregunto Sammy, que era negociante por naturaleza.
— ¿Un dólar estará bien?
¡¿Un dólar?! pregunté, pensando para mis adentros que si ese tipo estaba suficientemente loco como para pagar esa cantidad de dinero a dos chiquillas para cuidar a una fea flor, estaría realmente loco para pagar más por otros favores.
— Así es, señorita Gardiner. ¿Qué creen?
— No esta mal. Trato echo. dijo Sammy y le tendió la mano al profesor. Este la estrecho y yo me quede mirando.