Chispa de Oscuridad

4: Misión imposible

La causa de mi bajón emocional cambia todo. A pesar de haber pasado una semana de duelo y las clases no fueron extensas como suelen ser, una profunda tristeza se ha apoderado de mí, de lo que soy, negándome volver a como acostumbro a ser.

—Vamos, Alaska. No puedes andar con ese ánimo todo el tiempo.

Luna ha probado todas las maneras posibles para sacarme de la depresión en la que me hundí. Sin embargo, el dolor y la miseria se han incrustado mí sin aviso alguno, llevándome a una oscuridad que apenas despierta y dudo que sea fácil de iluminar; porque eso es lo que pasa cuando caes en el hueco donde me encuentro, la luz es invisible y la penumbra predomina el ambiente que te rodea.

—¡Alaska! —el grito de mi compañera me asusta y me concentro en ella—. Préstame atención cuando te hablo. ¡Por Dios!

Esta niña y su temperamento.

—Tan solo faltan menos de dos cortas semanas para que te vayas y no puedo dejar que te vayas así. Todos están notando ese cambio que traes y, aunque no sea nada nuevo, no puedo permitirlo. Hazlo por mí, ¿sí? Hazlo por tu hermana del alma —se sujeta de mis hombros y me sacude como un muñeco de trapo—, por tu mejor amiga, por los últimos momentos juntas… por favor.

No me hago la de rogar siempre, pero verla suplicando me hace entrar en razón, como también hace que las lágrimas que me había obligado a retener se escapan en medio de un vergonzoso llanto de mi parte.

Mi pequeña compañera me rodea en un abrazo reconfortante, sin importarle que no sea muy afectiva y que mis mocos ensucien el uniforme que trae. Entonces, de verdad considero que debo volver con ella cuando salga de este lugar.

Es una promesa, y no me perdonaría si la rompo.

***

Con su lado generoso saliendo a la luz, Ryder ha hecho acto de presencia, llevándome devuelta a nuestro casual punto de reunión en medio del frondoso bosque. Después de desaparecer cuando inició el luto, ha venido en mi auxilio, a pesar de que yo ando con los ánimos hechos mierda.

La semana ha pasado en constantes lluvias, y en el bosque se puede apreciar la falta de ramas en los árboles y algunos troncos arrancados de raíz por las fuertes ventiscas; mis zapatos están cubiertos de lodo por lo mojado que está el suelo bajo nuestros pies. Y sigo detallando más y más cosas hasta que el hombre chasquea sus dedos frente a mí para llamar mi atención perdida.

—¿Bella durmiente ahora duerme parada y con los ojos abiertos? —pregunta al verme envuelta en mis pensamientos. No respondo—. Bien, como quieras.

Nos volvemos a hundir en un silencio placentero, donde esta vez le observo brevemente. Él está pensando, pone su mente a trabajar para hacer algo o simplemente buscando una excusa para llevarme devuelta al orfanato y desaparecer para siempre por donde vino.

No obstante, rompe el silencio con unas palabras que me desconciertan, dejándome más confundida de la cuenta.

—No sé si sea la mejor manera de guardar luto, pero ¿te enseño a conducir?

Automáticamente le observo con mis ojos bien abiertos y acompañados de unas oscuras ojeras, mi ceño fruncido y los brazos cruzados. Su forma de “guardar luto” es algo fuera de lo normal, pero no rechazaré la oferta de aprender algo que será útil en un futuro, y de enfocar mi mente en otros asuntos, puesto que de mi cabeza no sale la idea de lo irresponsable que fui, porque considero responsabilidad mía cuidar de los más indefensos, a los más pequeños; de haber cuidado a Susi.

—¿Estás oyéndome?

—¿Eh?

Mi desconcentración enfocada en los pensamientos negativos y, en cierto sentido, oscuros, se hacen notar con más diligencia, y no hago un buen trabajo ocultándolo. Pero ¿por qué callar algo que tarde o temprano hará ruido en el exterior y se adherida en ti con mayor vigor? Después de todo, no tengo salvación, aprenderé lo que sea de Ryder y veré qué me deparará el futuro.

—Sigues en las nubes, ¿verdad?

Asiento con la cabeza, ya no tiene caso negar la nula atención que le tengo en estos momentos.

—Entonces, supongo que no quieres aprender a conducir —concluye.

—Ah, no. O sea, sí quiero. ¿Qué hago primero?

—Escucharme, y no lo haces.

Con su molestia más que evidente, me encojo de hombros sin importarme nada, mientras siento la verde mirada de cierto individuo queriendo obligarme a obedecerle, pero debe ser consciente de que no sucederá lo que quiere.

Rendido ante mi escaso respeto hacia su persona, se aparta de mi frente para perderse en medio de la arboleda. El aire húmedo acaricia mi piel, haciéndome compañía en la soledad del inmenso bosque; la sombra que brinda y el oxígeno que ofrece la naturaleza como sustento de vida para los seres vivos, me hace cuestionar las acciones del hombre que, aunque sea para comodidad de la sociedad, no justifica el daño a los elementos.

Luego de varios minutos, el rugido de un motor interrumpe el silencio con el que me había quedado, hasta que una moto negra aparece en mi campo de visión e inmediatamente la considero hermosa, sin mencionar que es la primera que veo en toda mi vida.

Retrocedo unos pasos para apreciarla con más detalle, aunque Ryder se quita el casco protector antes de bajar de ella y empezar a desatar otro casco que está atado a una parrilla trasera de la moto.




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