La vida no es fácil princesa,
ha llegado el momento de quitarse la corona y ponerse la armadura...
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Después de la caída por las escaleras pasaron dos semanas para que me pudiera levantar de la cama por mí misma, al pensar en esa noche me sorprendo al recordarla con temor, tuve terror a morir en manos de esa enfermera, a cualquier cosa que me pudiera hacer y eso que desde hace unos meses mi principal fijación es buscar la muerte. Me cabrea el hecho de que la tuve en mis narices y hui como una cobarde, como aquella niña pequeña y miedosa que fui alguna vez, el infante que, al ver una sombra extraña en su habitación, corría buscando refugio al cuarto de sus padres evitando que el fantasma del clóset apareciera e intentara llevársela. Apenas el médico de la clínica donde ya pago arriendo me dio el alta soy dirigida por una enfermera hacia una camioneta con un logo desconocido para mí, me tenso pues visiblemente no es el vehículo del sanatorio y por un momento tengo la vaga ilusión de que mi familia haya mandado por mí. La cual se desvanece cuando entramos a un lugar distinto y la enfermera a mi lado me informa de que he sido transferida a otro lugar. Todo fue muy diferente a mi anterior ingreso, desde el traslado al trato que te da el personal al ingreso hasta lo administrativo. Cuando apenas llegue, una agradable mujer de unos cuarenta años y la cual se identificó como la directora del lugar me esperaba en la entrada, la sonrisa que su rostro plasmaba amenazaba con dividir su rostro en dos, además de que esta se reflejaba en sus ojos. La enfermera con la cual llegue se fue luego de una breve despedida y otra tomo su lugar, esta me notifico sería mi acompañante a partir de ahora y prácticamente me obligo a realizar un tour para que me familiarizara con el entorno del lugar. Canchas deportivas, un pequeño gimnasio, sector de piscina, cuarto de manualidades, etc. Tienen una gran gama de actividades dispuestas para el disfrute de sus residentes, por un momento pensé que se habían equivocado y esta no era una casa de reposo, hasta que empezó a hablar acerca de las actividades grupales que estaban dispuestas para los pacientes que venían con mi diagnóstico y acerca de una valorización que tendría que hacer la psicóloga del lugar. Al parecer la mujer noto mi cambio de ánimos porque inmediatamente se volvió hacia mí con un gesto tan serio, que su anterior gesto de amabilidad pareció haber sido objeto de mi imaginación.
— Son las reglas, Teresa. Y por ti ya he roto muchas pues, generalmente antes de aceptar un paciente, la psicóloga de nuestra casa les hace una valoración sin embargo yo te recibí sin esta por un favor especial —, la escucho en silencio. — Así que sin importar cuáles sean tus deseos, mañana la psicóloga te hará la valoración reglamentaria y eso no está en discusión.
Después, ignorando mi cara de confusión continúo haciendo el recorrido como si nada hubiese pasado.
En el camino que conducía a la casa grande pude notar que las instalaciones son muy verdes lo cual le confiere un aspecto a campo y relajación, algunas casetas las cuales quedan separadas por cada tramo y a las cuales se dirigen los pacientes siendo ayudados por enfermeros. Personas con la mirada perdida, aunque también se observan algunos alegres y caminando por ahí como si nada
Aunque en este lugar se pueda apreciar lo mismo que en cualquier otro que funja esta misma función, que las personas parezcan muñecos sin vida, títeres esperando que su titiritero maneje los hilos, este sitio tiene algo diferente. Acá de una u otra forma se respira como otro tipo de ambiente, este sitio inspira paz, los pacientes se notan más tranquilos y el personal médico más cómodo con su sitio de trabajo Pasamos por varios pasillos donde se vislumbran los pacientes, trabajadores y más, ella charla con algunas personas mientras yo solo estoy ahí parada, subimos unas escaleras y pronto me encuentro en un pasillo muy largo y luminoso debido a las ventanas. Cuenta con solamente seis puertas, tres a cada lado. Entramos a la tercera y me doy cuenta de que es una habitación pintada en blanco y rosa con flores dibujadas en las paredes, diez camas bien arregladas con ropa de cama gris y curuba.
—Este será tu cuarto a partir de ahora, —me dice y dejo de mirar alrededor—lo compartirás con otras nueve chicas que ahora están en sus actividades diarias, pero pronto conocerás, —se encamina hacia una de las camas y me observa de pie junto a ella. —Esta es la tuya y te corresponde a ti mantenerla ordenada, y acá, — corre un poco la colcha y en el sitio hay cajones, —se encuentran tus cosas. Me dices si necesitas algo más, ¿recuerdas cómo llegar al comedor ¿verdad? Asiento, me observa fijamente y luego de decirme que en media hora me espera en el sitio o viene por mí, finalmente se retira.
La observo hasta que se aleja y luego con zapatos y todo me recuesto sobre la cama y cierro los ojos. Creo que está de más decir que ese día me perdí el almuerzo y hubo consecuencias por eso, hasta para comer y bañarse hay horarios, horarios que a mí no me interesa mucho cumplir así en ocasiones me gané pequeños castigos y regaños de la directora por infractora, castigos que ni me van ni me vienen. Los días transcurren lentamente y aunque no pensé adaptarme tan rápidamente es difícil no hacerlo en este lugar, todo se siente más tranquilo, cómodo, no siento que deba estar pendiente porque alguien intente hacerme daño, aunque si hay algo que me incomoda un poco. Alguien que me observa. Siento el peso de una mirada en mi nuca por lo cual observo a todos lados hasta encontrar la fuente. Unos increíbles ojos cafés me enfocan a la distancia, él nunca abandona su puesto, ni siquiera cuando se da cuenta de que lo veo. Siempre que hago mi visita reglamentaria al parque siento su mirada sobre mí, al principio me sentía tan incómoda que agarraba a la enfermera por el brazo, entonces al mirarlo estaba con los brazos cruzados y una ceja alzada como diciendo: