Emma caminaba lentamente por las calles de la ciudad, sintiendo el aire fresco de la mañana en su rostro. Había salido del café unos minutos después que Daniel, tratando de ordenar sus pensamientos. A pesar de que la conversación había sido breve y no particularmente reveladora, algo en ella había cambiado. No podía explicarlo con palabras, pero había algo en la manera en que Daniel la había mirado, como si pudiera ver más allá de las máscaras que ella llevaba puestas.
La ciudad, que normalmente le resultaba opresiva, se sentía un poco menos abrumadora esa mañana. Los edificios seguían siendo altos, las luces aún parpadeaban, y la gente caminaba con la misma prisa de siempre, pero ahora Emma notaba detalles que antes pasaban desapercibidos. Los sonidos de los motores ya no parecían tan lejanos; el aroma del café recién hecho todavía persistía en su memoria. Todo parecía un poco más nítido, como si su mente estuviera más alerta.
A lo largo de su vida, Emma había aprendido a desconectar, a construir barreras emocionales que la protegieran del dolor. No era algo que hubiera decidido conscientemente, sino una defensa natural que había desarrollado con el tiempo. Las personas solían entrar y salir de su vida sin dejar una huella real, y ella había llegado a aceptar esa soledad emocional como parte de su día a día.
Sin embargo, algo en Daniel había tocado una fibra que Emma creía dormida. No era solo que él pareciera diferente a las personas con las que solía interactuar. Era más profundo que eso. Había algo en su forma de ser, en su actitud reservada pero genuina, que resonaba en su interior. Y eso la asustaba.
Se detuvo en un cruce de calles, esperando a que la luz cambiara. La multitud a su alrededor se movía con una velocidad que contrastaba con su propio ritmo pausado. Observó cómo las personas se apresuraban para llegar a sus destinos, cada una inmersa en sus propios pensamientos, como si el mundo exterior no existiera. Emma había sido como ellos durante tanto tiempo: desconectada, sola en medio de la multitud. Y ahora, por primera vez en mucho tiempo, no estaba segura de querer seguir siendo así.
La luz cambió a verde, y Emma cruzó la calle, dejando atrás esas preguntas sin respuestas claras. La oficina no estaba muy lejos, y mientras caminaba, trataba de concentrarse en su día laboral. Sabía que había varios pendientes que necesitaba resolver antes del mediodía, y por lo general, el trabajo era suficiente para distraerla de sus pensamientos más oscuros. Pero hoy, incluso la perspectiva de una agenda ocupada no lograba calmar la inquietud que sentía.
Llegó a su edificio y, después de saludar brevemente al guardia de seguridad en la entrada, subió al ascensor. Mientras esperaba a que las puertas se cerraran, su mente volvió a la conversación de esa mañana. ¿Qué era lo que la había inquietado tanto? Daniel había sido amable, respetuoso, y no había intentado invadir su espacio personal de manera inapropiada. Y sin embargo, había algo en su presencia que la hacía sentirse vulnerable. Como si, con solo mirarla, él pudiera ver a través de la fachada que tanto había trabajado para construir.
El ascensor se detuvo en su piso, y Emma salió, caminando rápidamente hacia su oficina. El ambiente en el trabajo era el de siempre: el ruido constante de teléfonos sonando, conversaciones de fondo y el tecleo incesante de los ordenadores. Se sentó en su escritorio, abrió su portátil y trató de concentrarse en las tareas del día. Pero, por mucho que lo intentara, no podía sacarse de la cabeza a Daniel. Ni su mirada. Ni la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, alguien realmente la había visto.
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Daniel, en la oficina:
Por su parte, Daniel también se encontraba en su oficina, pero su mente no estaba del todo presente. El proyecto que tenía frente a él, una torre residencial en las afueras de la ciudad, era importante, uno de los más grandes en los que había trabajado en meses. Pero hoy, no lograba concentrarse. Cada vez que trataba de enfocarse en los planos y cálculos, sus pensamientos volvían a Emma.
No entendía por qué le afectaba tanto. Solo habían intercambiado unas pocas palabras, y aunque la conversación había sido cordial, no había revelado nada particularmente significativo sobre ella. Sin embargo, había algo en su expresión, en su forma de estar en el mundo, que lo inquietaba. Daniel era un hombre acostumbrado a mantener el control en su vida. No era alguien que se dejara llevar por las emociones ni por impulsos irracionales. Y sin embargo, aquí estaba, distraído y pensativo, preguntándose por qué sentía esa conexión inexplicable con una mujer que apenas conocía.
Recordó el breve intercambio en el café, la manera en que ella había respondido a sus comentarios sobre la ciudad. Había un entendimiento implícito en sus palabras, como si ambos compartieran la misma visión del mundo, aunque nunca lo hubieran dicho en voz alta. Era extraño cómo algo tan simple como una conversación trivial podía resonar tanto. Daniel no era un hombre de conversaciones triviales, al menos no por elección. Prefería el silencio, la calma, y evitaba las interacciones sociales innecesarias. Pero con Emma, había sentido una necesidad de hablar, de romper ese silencio que tanto valoraba.
Miró su teléfono, considerando la posibilidad de enviarle un mensaje. Pero, por supuesto, no tenía su número. Ni siquiera sabía su nombre. Se sintió un poco ridículo por haberse obsesionado tanto con una conversación tan breve. Sin embargo, no podía negar lo que sentía. Había algo en ella que lo intrigaba profundamente, y eso lo desconcertaba.