Cicatrices Invisibles

Capítulo 3 - Caminos Cruzados

Un nuevo día despertaba y los rayos del sol se filtraban suavemente a través de las cortinas de la habitación de Alejandro. A pesar de que el ambiente en su hogar seguía siendo tenso, se levantó con ánimo y comenzó su rutina matutina.

Al observar su reflejo en el espejo, notó que su expresión, antes llena de tristeza, ahora mostraba un destello de fuerza incipiente. Mientras ajustaba su uniforme escolar, reflexionaba sobre el apoyo y la solidaridad que había encontrado en línea bajo el alias “Invisible17”. Era asombroso incluso para él mismo cómo había logrado mantenerse firme a pesar de las adversidades en casa.

Con la corbata bien ajustada, se preparó mentalmente para enfrentar lo que el día le deparara. Antes de que pudiera salir de casa, la voz dura y cortante de su madre lo detuvo en seco.

—Alejandro, necesito que me escuches bien —le dijo su madre con tono serio.

Volviéndose hacia ella, Alejandro se encontró con la mirada gélida que conocía demasiado bien.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó con precaución, sintiendo que la conversación no sería fácil.

—No quiero que vuelvas antes de tiempo esta noche. Tendremos visitas en casa —respondió ella con frialdad.

—De acuerdo, mamá. ¿Quiénes vendrán? —indagó Alejandro, intentando obtener más detalles.

La madre guardó silencio por unos instantes, con una expresión que dejaba a Alejandro sintiéndose completamente ajeno a ella.

—No te incumbe. Solo asegúrate de no causar problemas y de no volver temprano —dijo ella con un tono helado.

Un nudo se formó en el estómago de Alejandro al escuchar las palabras de su madre.

A pesar de todo, la mañana se presentaba fresca y rebosante de vida cuando Alejandro se dirigía a la escuela. Aunque la tensión persistía en su interior, el trayecto hasta la escuela siempre le ofrecía un pequeño alivio. La brisa matutina le acariciaba el rostro y los sonidos de la calle le recordaban que había un mundo más allá de sus problemas familiares. La luz del sol inundaba todo con un brillo dorado, dándole a la ciudad un aspecto como de una pintura hermosa. Por un instante, Alejandro se dejó envolver por el mundo que lo rodeaba, logrando escapar de sus preocupaciones por un breve momento.

A medida que se acercaba al edificio escolar, un movimiento repentino captó su atención. Una compañera de la misma escuela que caminaba unos pasos delante de él, tropezó con el pavimento irregular y cayó al suelo con un suave golpe. Sin dudarlo, Alejandro corrió hacia ella. La chica yacía en el suelo, extendida sobre su mochila y con una expresión confusa en el rostro.

Alejandro se arrodilló junto a ella con rapidez, extendiendo una mano amable en su dirección.

—¿Te lastimaste? ¿Necesitas ayuda? —preguntó con preocupación, mientras se inclinaba hacia adelante para ayudarla a ponerse de pie.

La joven tomó su mano con gratitud y se levantó, notando un leve rubor en sus mejillas mientras lo hacía. Algunos libros y cuadernos estaban desperdigados en el suelo, pero Alejandro se apresuró a recogerlos.

—Gracias. No fue gran cosa... Bueno, sí, fue un poco. —murmuró la chica, bajando la mirada con timidez y sintiendo que el calor le subía a las mejillas.

Alejandro no pudo evitar sonreír al ver que la joven estaba ilesa. Con una expresión amable, intentó tranquilizarla.

—Me alegra que estés bien. Esos accidentes pueden pasarle a cualquiera —dijo con gentileza, tratando de calmarla.

—Sí, supongo que sí... Esta vez me tocó a mí —respondió la chica, sonriendo tímidamente y encogiéndose de hombros con resignación.

Alejandro se quedó parado allí, mirando a la chica. Su voz suave y tranquila, su sonrisa amable y su aparente inocencia lo cautivaron.

—Me alegra que estés bien y no te hayas lastimado —expresó con sinceridad.

La joven se ruborizó ante sus palabras, sintiendo un cálido cosquilleo en el pecho al escuchar su amabilidad. Quería decir algo más, expresar su gratitud o simplemente continuar la conversación, pero las palabras se atascaron en su garganta, dejándola sin voz.

Observó cómo Alejandro se alejaba lentamente, sin darse cuenta de la tormenta de emociones que había desatado en su interior. Su corazón latía con fuerza, y sus mejillas ardían con el rubor del momento.

Inconscientemente, extendió la mano hacia él, en ese instante cuando miró su mano, un momento le llegó a su mente, recordando el leve roce que había compartido con un joven, el día anterior en el club de lectura. Sin embargo, Alejandro ya estaba demasiado lejos para notar su gesto.

Rápidamente, retiró su mano hacia su pecho, sintiendo la calidez de aquel recuerdo y una leve sonrisa curvando sus labios. Aunque no pudo hablar con él en ese momento, guardó en su corazón la esperanza de que algún día tendrían la oportunidad de conversar nuevamente.

Durante todo el día, Alejandro irradiaba alegría y amabilidad con sus amigos, esforzándose tanto en sus estudios como en sus interacciones sociales. Se ganaba el respeto y la admiración de sus profesores gracias a su dedicación y responsabilidad académica. Cada gesto y palabra suya transmitía una actitud positiva que contagiaba a quienes lo rodeaban.

Destacaba en el aula por su participación activa, siempre dispuesto a compartir sus ideas y ayudar a sus compañeros con sus dudas. Su disposición para colaborar y su optimismo lo destacaban entre sus compañeros, contribuyendo a crear un ambiente de aprendizaje ameno y enriquecedor.

Incluso al finalizar la jornada escolar, aún conservaba energía para continuar con sus actividades. Sin embargo, recordando las palabras de su madre sobre no regresar temprano, optó por pasar un tiempo extra en la biblioteca, aprovechando para estudiar y evitar posibles conflictos en casa.

Al adentrarse en la biblioteca, fue acogido por una sensación reconfortante, como si una manta cálida lo envolviera. El suave zumbido de las luces y el susurro de las páginas al ser pasadas creaban una atmósfera perfecta para su búsqueda de conocimiento y paz interior. La biblioteca se convirtió en un refugio donde podía sumergirse en un mundo de letras y pensamientos.




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