Los primeros rayos de sol se colaban tímidamente entre las cortinas de la habitación, impregnando el ambiente de una calidez tranquila, Alejandro dormía plácidamente. De repente, un golpe brutal lo sacó de su sueño, lanzándolo al suelo con una fuerza despiadada. Aturdido, vio cómo la luz se desdibujaba ante sus ojos mientras el dolor se extendía por su mejilla, dejando un moretón instantáneo.
Tendido en el suelo, intentaba comprender lo que acababa de suceder. La mirada llena de odio de su padre no dejaba espacio para la razón ni la compasión. El silencio opresivo de la habitación se rompía solo por la respiración entrecortada de Alejandro, cuyo corazón latía con fuerza en su pecho.
—¿Qué demonios estás haciendo durmiendo, inútil? —bramó su padre, con voz cargada de furia—. ¡Eres una carga para esta familia!
Con esfuerzo, Alejandro se levantó, sintiendo el calor abrasador del golpe en su rostro. El moretón se perfilaba como un recordatorio tangible de la brutalidad de su padre, cuyos actos carecían de toda lógica o compasión. Las palabras crueles resonaban en su mente, llenándolo de un temor paralizante y una angustia abrumadora.
—Tu madre no está aquí, así que prepara mi desayuno y luego lárgate de mí
vista —ordenó su padre, con voz cargada de desdén y desprecio.
Alejandro sabía que no había lugar para él en esa casa. Su presencia era una molestia para su padre, quien lo golpeaba sin razón ni remordimiento. Su único anhelo era escapar de aquel infierno, buscar refugio lejos de la violencia y el maltrato que lo consumían.
—¿Qué esperas, inútil? ¿Acaso eres sordo? ¡Muévete! —exigió su padre con voz ronca y amenazante.
Con pasos apresurados, Alejandro se vistió y tomó sus cosas rápidamente. Se dirigió hacia la cocina, evitando cruzar miradas con su progenitor, consciente de que cualquier gesto podría desatar más violencia. Mientras preparaba el desayuno, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, mezclándose con el sudor y las pequeñas gotas de sangre que emanaban de su herida. Su rostro se marcaba con el sufrimiento silencioso de quien anhela una libertad que parece inalcanzable.
Alejandro añadió el toque final al desayuno que había preparado con miedo para su padre, quien permanecía ensimismado frente a la televisión, ajeno a todo lo que lo rodeaba. Sin recibir siquiera una mirada de reconocimiento, su padre tomó el plato que Alejandro le ofrecía y comenzó a devorar la comida con avidez, sin pronunciar una sola palabra de agradecimiento o cortesía. Aprovechando la distracción de su progenitor, Alejandro decidió escapar de la opresiva atmósfera del hogar, agarrando su mochila con sus escasas pertenencias.
Caminó rumbo a la escuela, sabiendo que ya había perdido la primera clase y llegaría tarde. Sin embargo, eso no le importaba. Su único deseo era refugiarse en la biblioteca, donde se sentía verdaderamente cómodo y seguro.
Para Alejandro, la biblioteca era más que un lugar de libros, era su oasis en medio del desierto, su refugio en la tormenta. En ese lugar encontraba paz y consuelo en las páginas llenas de historias, conocimientos y mundos imaginarios.
Mientras tanto, desde una de las ventanas del edificio, Sofía observaba con atención la llegada de Alejandro. Se sorprendió al ver su rostro marcado por una mancha y una mirada cargada de tristeza. Sin titubear, solicitó permiso al profesor para ausentarse al baño, aunque su verdadera intención era seguirlo y averiguar qué le había ocurrido.
Con discreción, Sofía se deslizó por los pasillos, procurando no llamar la atención mientras seguía a Alejandro hasta la biblioteca. Al estar más cerca, pudo distinguir con claridad la marca en su rostro, lo que le apretó el corazón con un nudo de preocupación y angustia.
Alejandro se adentró en la tranquilidad de su rincón favorito en la vacía biblioteca, buscando un refugio para su alma inquieta. Tomó un libro al azar y se sentó, deseando perderse entre las páginas para escapar de sus propios tormentos. Sin embargo, por más que intentaba concentrarse, las palabras se desdibujaban ante sus ojos, ahogadas por el peso de sus recuerdos amargos.
¿Por qué sus padres lo despreciaban tanto? ¿Por qué la felicidad parecía tan esquiva para él? Estas preguntas lo acosaban sin tregua, impidiéndole encontrar paz ni siquiera en la lectura. Cerró los ojos con pesar, anhelando un mundo donde todo fuera distinto.
Mientras tanto, Sofía recorría la biblioteca con la esperanza de encontrarlo entre las estanterías. Finalmente lo divisó en una mesa apartada, con un libro entre las manos y la mirada perdida en el vacío. Lo observó con ternura y amor, sintiendo cómo el dolor de Alejandro calaba en su propio corazón.
En el íntimo santuario de la biblioteca, donde los libros eran testigos silenciosos de su conexión, Alejandro percibió la presencia de Sofía entre los estantes. Un coraje repentino lo embargó, impulsándolo a enfrentar las emociones que lo habían atormentado durante tanto tiempo.
Sofía, que había estado observando con preocupación desde la distancia, se quedó sin aliento al verlo aproximarse con firmeza. Antes de que pudiera pronunciar una palabra, sus labios se encontraron en un beso valiente y apasionado.
El susurro del beso rompió el silencio de la biblioteca, llenándolo con la magia del momento. Los libros, testigos silenciosos de su historia, parecían susurrar palabras de aliento y celebración. Alejandro había encontrado la valentía para expresar sus sentimientos, desafiando sus propios temores.
Después del beso, Alejandro miró a Sofía con temor y anhelo, mientras ella, emocionada, respondió con igual fervor y cariño. Sus manos se entrelazaron, fortaleciendo su conexión.
Con una ternura irresistible, Alejandro inclinó su cabeza y selló de nuevo sus labios con los de Sofía, transmitiendo todo su amor en ese gesto apasionado.
Sofía rodeó el cuello de Alejandro con sus brazos, entregándose al beso con todo su ser. Sus corazones latían al unísono, y la conexión que compartían se hacía más palpable con cada roce y caricia.