Cicatrices Invisibles

Capítulo 22 - Latidos En La Oscuridad

El paramédico observó con creciente preocupación el pulso de Alejandro, sus cejas fruncidas ante el ritmo cardíaco irregular y peligrosamente bajo. Con movimientos rápidos pero precisos, colocó una máscara de oxígeno sobre su rostro pálido, consciente de la urgencia de proporcionarle asistencia inmediata.

Los ojos llorosos de la madre de Sofía seguían cada movimiento del paramédico con una angustia palpable. Sus manos se aferraban al borde de la camilla, buscando una esperanza a la que asirse.
—¡Por favor, ayúdenlo! —suplicó con voz temblorosa, cada palabra estaba cargada de pánico.
El paramédico le dirigió una mirada llena de compasión, su corazón apretado por la necesidad de tranquilizarla en medio de la incertidumbre.
—Estamos haciendo todo lo posible, señora —respondió con voz firme pero cálida, intentando infundirle algo de esperanza en medio de la oscuridad—. Mantendremos un estrecho monitoreo de su pulso y le daremos todo el oxígeno que necesite para estabilizarlo —agregó, prometiéndole que no escatimarían esfuerzos en su lucha por salvarlo.
El viaje al hospital transcurrió en un ruido sofocante, el sonido del motor rugiendo por la velocidad junto con el sonido de las sirenas y la respiración entrecortada de la madre. Su ansiedad se reflejaba en cada inhalación y exhalación, llenando la cabina de la ambulancia con una tensión pesada.
La madre no podía apartar la mirada del monitor cardíaco. Sus ojos seguían cada fluctuación del ritmo, sintiendo cómo su propio corazón se encogía con cada latido lento y débil que registraba el aparato. Cada segundo parecía estirarse interminablemente, y la incertidumbre se apoderaba de ella, sumergiéndola en un océano de preocupación y temor.
Al llegar al hospital, el equipo médico estaba listo y esperando, preparado para recibir a Alejandro en el área de urgencias. Con una coordinación impecable, lo trasladaron rápidamente a una camilla y comenzaron a realizar los estudios necesarios para evaluar su estado.
Sin perder un segundo, conectaron a Alejandro a monitores cardíacos y respiratorios, mientras otro grupo de médicos se apresuraba a tomar muestras de sangre y realizar pruebas diagnósticas adicionales. La madre observaba con el corazón en un puño, su mente inundada de preguntas sin respuesta. Cada movimiento de los médicos era un rayo de esperanza, aunque la espera parecía interminable.
Mientras la madre de Sofía aguardaba los resultados, se sentó en una banca fría del hospital. Con manos temblorosas, sacó su celular y marcó el número de su esposo. Con voz quebrada, le informó sobre el accidente de Alejandro y el hospital al que habían acudido.
—Alejandro está muy delicado —explicó, luchando por mantener la calma—. Estamos en el Hospital General. Necesito que vengas, por favor.
En casa, el esposo estaba en la cocina cuando recibió la llamada. Un nudo se formó en su estómago al escuchar el tono de voz de su esposa, pero sabía que debía mantener la serenidad. Se preparó rápidamente para salir, agarrando su chaqueta y las llaves del coche.

Sofía, quien estaba en la sala, notó la expresión preocupada en el rostro de su padre y se levantó del sofá, reflejando angustia en sus ojos.
—¿A dónde vas, papá? —preguntó con voz entrecortada, mostrando su preocupación.
Su padre se volvió hacia ella, intentando mantener la calma en su tono de voz.
—Voy al hospital con tu madre. Asegúrate de cerrar todo —indicó, tratando de infundir tranquilidad con su voz reconfortante.
Al escuchar la palabra "hospital", un escalofrío recorrió el cuerpo de Sofía. Su primer impulso fue querer acompañarlos, estar allí para apoyar a su amado y entender lo sucedido.

—Papá, quiero ir contigo —dijo, dando un paso hacia él.

Su padre la detuvo suavemente, posando una mano firme pero afectuosa sobre su hombro.

—Ahora no es el momento, Sofía. Quédate aquí y asegúrate de que la casa esté cerrada. Te llamaré en cuanto tenga más noticias —le dijo con dulzura, aunque su voz transmitía seriedad.

Sofía asintió lentamente, con el corazón lleno de preocupación. Observó cómo su padre salía apresuradamente por la puerta, mientras el sonido del coche se desvanecía en la noche. Con una profunda sensación de inquietud, cerró la puerta, revisó que todo estuviera en orden y se sentó en el sofá, esperando ansiosamente cualquier actualización sobre Alejandro.

La madre de Sofía estaba sentada en una silla del pasillo, con las manos temblorosas y el corazón latiendo con fuerza. Había estado luchando contra las lágrimas, intentando mantener la compostura, pero la gravedad de la situación se hacía cada vez más pesada.

De repente, sintió una presencia familiar. Levantó la vista y vio a su esposo acercándose rápidamente, su rostro mostraba preocupación y ansiedad. Sin decir una palabra, se levantó de un salto y corrió hacia él. Al llegar a su lado, lo abrazó con fuerza desesperada, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a fluir sin control.

—¡No sé qué hacer! —sollozó, su voz quebrada por el llanto—. Estoy tan asustada.

Su esposo la sostuvo firmemente, rodeándola con sus brazos en un abrazo protector. No dijo nada, simplemente la mantuvo cerca, permitiéndole liberar toda su angustia y miedo. Sentía su propio corazón dolido al ver a su esposa tan afectada, pero sabía que, en ese momento, su presencia callada era su mejor apoyo.

—Estamos juntos en esto. Lo superaremos —susurró finalmente, besando suavemente la parte superior de su cabeza y acariciando su espalda para calmarla.

Ella asintió entre sollozos, sintiendo un alivio mezclado con dolor. A pesar de todo, tener a su esposo a su lado le proporcionaba un pequeño consuelo. Poco a poco, su respiración se fue calmando y el abrazo se volvió menos desesperado, pero igualmente reconfortante.

—Gracias por estar aquí —murmuró ella, apenas audible—. No sé qué haría sin ti.

—Siempre estaré contigo —respondió él suavemente—. Juntos enfrentaremos lo que sea que venga.




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