Cielo color Melancolía, Besos rojos.

Capítulo 2.

Los recuerdos funcionan de manera extraña e inexplicable. Tengo las memorias de mi infancia borrosas, tan borrosas como la visión de un miope por la noche. Pero soy capaz de recordar su nombre, puedo aún escuchar las inflexiones de su voz, incluso puedo recordar detalles insignificantes del día en que la conocí, como el hecho de que ese día la cometa de mi hermano había quedado atrapada en los cables eléctricos. Pero, si intento visualizar su rostro, por más que lo intenté, por mucho que apriete mis ojos, no emerge imagen alguna; ni siquiera estoy seguro si su cabello rizado era de un rubio muy oscuro, o de un castaño muy claro.

Después de unos momentos mirando la casa de enfrente. Llegaron a mí fragmentos difusos de memorias, que se fueron uniendo hasta formar una telaraña de recuerdos.

***

Ese día de noviembre, había sido especialmente frío. Los rayos del sol en ningún momento a lo largo del día pudieron atravesar las brumosas nubes. Lo que hizo que al llegar la noche, el cielo se encontrara desprovisto de estrellas. La luna se veía más lejos de lo normal, era tan solo un círculo borroso con poca forma en el cielo. El aire era fresco y olía a lluvia, una lluvia que nunca cayó. La brisa soplaba fuerte, resonando entre las ramas de los árboles, y haciendo que la cometa de mi hermano, enredada en los cables realizara un baile espasmódico.

Como ya era costumbre, a las ocho, por la calle no transitaba coche alguno, así que realizamos un partido de futbol con todos los muchachos de la cuadra. Equipos de cinco, la portería estaba hecha con cuatro piedras, dos a cada lado de la calle. Cuando un equipo anotaba dos goles, el equipo perdedor salía y entraba uno nuevo, y así en un círculo infinito hasta que los pies descalzos se llenaran de ampollas impidiendo seguir. Mi primo Pedro y yo estábamos en equipos diferentes, él había anotado un gol, y a los minutos yo anoté otro, empatando el marcador. En una de esas luchas por el control del balón, mi primo lo pateó con tanta fuerza hacia arriba, que esté desaparecido unos instantes del campo de visión, regresando como un rayo acompañado por un fuerte trueno. Había caído en el techo de la casa de enfrente.

Cuando fuimos a la casa para que nos dieran permiso para bajar el balón. Fuimos recibidos por el dueño de la misma, quien era un hombre panzón, el cual tenía un piyama de color azul con rayas blancas, y una cara de no tener muchos amigos. Pero pese a su rostro malhumorado, resultó ser un hombre muy amable. La mayor parte de la conversación fue entre el dueño y mi primo. Yo me había quedado ensimismado viendo a la chica de blusa blanca y pantalón corto que había salido segundos después. Y no era porque nunca la hubiera visto antes, ya llevaban meses desde que se mudaron. Siempre observaba de lejos cómo cada vez que salían ella iba acompañada, o por su madre o por su hermano. Pero nunca la había tenido tan cerca.

Me da tristeza el no poder recordar con claridad su rostro, no entiendo la razón detrás de eso. Es como si mi cerebro hubiera querido erradicarla de mi memoria, pero de alguna forma me había aferrado a su recuerdo lo suficiente como para recordar su voz, la cual era delgada y dulce. Su piel tenía un bello tono moreno, que sería envidiado por cualquier fanático del bronceado natural. Y lo que nunca podría olvidar, sus ojos; eran grandes y de color celeste, cubiertos por un fino velo blanco que absorbía el brillo. Sus ojos grandes y ligeramente caídos siempre se encontraban mirando un punto fijo en el espacio. Me observaba, pero a la vez no.

—¿Por qué me miras así? —preguntó.

Dude de si me estaba hablaba a mí. Pero después de mirar para un lado y ver a su padre hablando con mi primo, lo confirmé.

—¿Verte cómo? —le pregunté.

—No sé, como algo extraño —me respondió, volteando su rostro en mi dirección—. No me gusta sentir cuando se me quedan mirando como si fuera algo raro.

—¿Algo raro? ¿Por qué crees que te veo como algo raro?

—Puedo sentirlo, aunque nadie lo diga, puedo sentir como muchas personas cuando me ven, me miran como si fuera algún bicho raro, o peor, con lástima.

—Ni lo uno ni lo otro —dije, y agarré con mis manos la reja que nos separaba—. Bueno tus ojos si son un poco raros, pero me gustan.

***

Sentí una mano pesada sobre mi hombro. Al voltear, vi a un chico rubio, alto y atlético que tenía el cabello cortado al estilo militar.

—¡Hey ¿cómo has estado?! —me dijo con una gran sonrisa.

— ¿Mono? —comenté. Me levanté y le di un abrazo.

—Estaba llamándote desde hace rato desde el otro lado. Pero estabas en otro mundo.

Le sonreí, y vi que llevaba una camisa negra con el estampado del Ejército Nacional de Colombia, y un pantalón deportivo color verde oliva.

—¿Te has unido al ejército? —le pregunté con asombro—. Lo último que pensaría es que te atrajera la vida militar.

—Nah, que va. Un día me llegó un correo para que fuera al batallón, ese que queda en Barranquilla, que fuera para solucionar algunos problemas con lo de la libreta militar, y cuando vine a ver ya estaba calvo y con uniforme.

Nos echamos a reír por unos segundos.

—¿Y cómo es eso de la vida militar?

—No te lo recomiendo —me comentó—, te tienes que levantar súper temprano, tienes que seguir órdenes a cada rato, y sin constar cuando te toca hacer guardia, esos meses duermes solo dos horas como mucho. Y lo peor es estar lejos de la familia y amigos. Es una cosa dura, esto no es para todo el mundo.




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