Desperté sobresaltado. Esa noche había tormenta. Mi cuarto se iluminó completamente, no quedó sitio con sombra. Acto seguido, un rayo, un estruendo de los diez mil infiernos, sentí como si despegase un avión.
Algo se acerca.
Salté fuera de mi cama, un ruido aterrador inundó mis oídos, solo podía ver tablas rompiéndose entre crujidos.
Mi cuarto había sido destrozado, el viejo roble que estaba tras mi ventana, fue tumbado por un rayo. No podía creerlo, tan solo quedaban un par de horas para que se deshicieran de el.
La lluvia caía salpicándome. Miré pasmado la escena. La mitad de mi cuarto estaba en los suelos, parte de las tablas me habían caído encima, pero la armazón principal estaba bajo el árbol. Un intenso dolor en mi brazo izquierdo me obligó a morder mis labios fuertemente para así, no gritar.
Un relámpago, la única luz que había en todo el pueblo iluminó la noche. Vi todo con detalle, el roble había caído sobre la casa, y estaba aplastando mi brazo. El dolor era insoportable, a todo eso se sumaban el fuego del tejado y la tormenta.
Traté con todas mis fuerzas se desafarme, aparté todo lo que me cubría con desesperación, pero llegó a un punto, que nunca me hubiera imaginado, grité de dolor. En medio de mi desesperación supe que no podría salir de ahí, un sueño repentino durmió todo mi cuerpo, sin lograr moverme, escuché unos gritos tras la puerta, luego unos golpes. Si me preguntas que pasó luego de eso, no podría decirte.
Susurros. Mi cuerpo dolía, el único sonido que reconocí, fue el latir de mi corazón. Abrí lentamente los ojos, mi mirada estaba borrosa y mi cabeza dolía, veía al óleo.
¿Sabes? Creo que si no hubiera sentido ese inconfundible olor a hospital, hubiese tardado mucho más en percatarme de dónde estaba.
Poco a poco, mi vista se fue despejando, miré a mí alrededor, estaba confundido
¿Qué hacía ahí?
Al despejar mi cabeza un poco, presté más atención a mi condición actual. Tenía algunos vendajes, incluyendo la cabeza. Por alguna razón, me asusté, y moví como pude mis piernas, estaban bien, sentí un alivio inmenso, luego mis brazos, todo bien. No, no lo estaba, no podía mover mi brazo izquierdo, lo miré, tenía yeso, me aterré. No podía perder el brazo, sino ¿cómo podría volar? Mi pánico desapareció.
¿Volar? ¿Eso es lo quiero? Mi cabeza dolió...
— ¿Cuánto falta?
—Ya vamos a llegar...por ahora disfruta el paisaje. ¿No es hermoso hijo?
—El lago parece espejo...
—Eso es porque comenzamos la primera... ¡cinturones!
— ¡Listos!
—En picada...
Desperté con lágrimas en los ojos. Mis padres, quiero a mis padres, mi vida no tiene sentido sin ellos, mi vida no tendrá sentido sin ellos. ¿Quién me enseñará a pilotar?
Mi padre me enseñaba, y mi madre fingía no saberlo. Ahora, ya no tengo alas, no puedo volar, solo estoy... ¡árbol!, claro tuve un accidente. Estaba recordando lo que pasó cuando entró mi tía Alex junto con una enfermera que no conocía. Ambas se sentaron, mi tía secó rápidamente mi cara, solo pude evitar su angustiada mirada volteando a un punto en la pared. Estaba claro el por qué no me había hecho el chequeo ella misma, estaba mal, y demasiado.
—Joven, necesito hacerle unas preguntas...
Mantuve silencio, la enfermera me miró con molestia y comenzó a examinarme. Parecía que le enviaron por obligación al pueblo. Las transferencias no siempre son buenas, hay personas que consideran el peor de los castigos ir y trabajar en zonas tan apartadas como lo es ésta.
La enfermera, escribió en una tablilla, al terminar el examen físico, mi tía me miraba angustiada.
— ¿Cómo te sientes? ¿Recuerdas lo que pasó?—dijo la joven.
Al no ver respuesta de mi parte, miró a mi tía con molestia.
—Señora Alexandra, comprendo la situación de su sobrino, pero es de suma importancia que él responda, y lo sabe...
Justo en ese momento, no pude mantener mi cara neutral, una expresión de dolor apareció en mi rostro, quería gritar, pero solo mordí mis labios otra vez...
—Llamaré al doctor—dijo la nueva y salió.
Me quedé solo con mi tía Alex. Ella acarició mi rostro para calmarme. La sangre bajaba desde mis labios a mi cuello, ella sacó su pañuelo.
—No te preocupes Tomás, yo estaré contigo.
Fue lo último que pude escuchar antes de perder el conocimiento nuevamente.