Cien por Cien

Capítulo veinticuatro

Finn

No quedaba agua caliente en la ducha. Eso solo podía significar una cosa: Diana se bañó durante quién sabía cuánto tiempo y se llevó con ella toda el agua tibia.

¿Esperaba que yo me bañara con agua helada? Porque eso no iba a pasar.

Postergué el duchazo hasta después del desayuno, con la esperanza de que volviera mi preciada agua a no menos de veinticinco grados.

—Buenos días, hijo —exclamó mi padre desde su silla del comedor—. Ayuda a tu mamá con las tazas, ha ido a hablar con la vecina del sexto piso por un inconveniente con su perro.

Obedecí de inmediato y me adentré en la cocina. El café de mi padre y jugo de frutas para el resto ya estaban listos, acomodé como pude todo en mis brazos y lo llevé al individual de cada uno sobre la mesa.

—Buenos días, papi. Hola, hermano —La pequeña, aunque solo cinco años menor que yo, Diana hizo aparición en la mesa con el cabello mojado. Mamá detestaba que no se secara el cabello. “Te vas a enfermar”, repetía hasta el cansancio.

Todos éramos conscientes de los ruidos extraños provenientes de mi estómago. Me moría de hambre y el jugo de naranja frente a mis narices no ayudaba en absoluto. No podía llevar el vaso de vidrio a mis labios, no hasta que mamá llegara y agradeciéramos la comida. Esta solía ser con una oración, pero desde que Diana había regresado del campamento organizado por su colegio católico las cosas cambiaron… Desde entonces, cada comida era acompañada por el rap de la bendición.

“Este es el rap de la bendición, que Dios bendiga la alimentación. Bendice el pan, bendice el vino, bendice las manos que lo han producido…”, canturreé mentalmente. No estaba tan mal. El padre consideró como válido esa forma de bendición. Después de todo, cantar era orar dos veces.

En fin. Lo único que necesitaba hacer dos veces, como mínimo, era comer… Eso y ver a Val. No me quejaba si solo era uno de ellos, sobreviviría.

Una vez mamá llegó y contó que la mascota de la vecina había destrozado sus plantas, pudimos comer con la tranquilidad de todo sábado. Papá y mamá irían a visitar a los abuelos junto a Diana, yo los alcanzaría una vez haya asistido a mi práctica de fútbol. Lo que mis padres no sabían es que solo tenía fútbol, ya que la temporada de béisbol y el campeonato de natación terminaron la semana pasada. No encontré útil liberar esa información ya que tendría más tiempo libre que podría usar sabiamente para estar con Val. Estar con ella durante las clases no era suficiente, sobre todo porque ella era la estudiante más incorruptible, siempre con la mirada al frente y participando en clase. Jamás miraba los mensajes que le dejaba durante las clases ni mucho menos los papelitos que le lanzaba de vez en cuando.

Al asegurarme que mis padres y mi hermana subieron al auto que los llevaría a casa de los abuelos, fui andando en dirección contraria a casa de Val. Ella amaba quedarse en casa los sábados, seguro la encontraría leyendo, comiendo o paseando a Crispy.

Si mis padres supieran de mis movidas, quizá me castigarían. No por ir a ver a Val, ellos la adoraban a primera vista, sin embargo, la mentira era algo que no toleraban. Ni una pizca. Y, aunque sonaba irónico debido a mi comportamiento no tan honesto, yo también odiaba cuando alguien me mentía.

Una melena oscura y una polera blanca en la calle del frente acapararon mi total atención. ¿Val? Iba a gritar su nombre para asegurar su identidad, pero esa polera era inconfundible. Tuve la idea (no tan genial como pensé) de aparecer de la nada a su lado y ver su reacción. El problema se dio cuando ella empezó a caminar rápido y me dio miedo perderla entre las personas, así que corrí tras ella hasta tocar su hombro.

Fue inútil, ella ya se había detenido sin requerir de mi toque. Estábamos en las rejas blancas de la clínica. Venía aquí cada tercera semana del año para mi chequeo anual.

—¿Me estuviste siguiendo? —Percibí molestia en su tono y me extrañó. Ya habíamos dejado atrás la indiferencia. Hasta me había acostumbrado a su nerviosismo y sonrisas en mi presencia.

Ingresó a la clínica y se sentó en la recepción. La imité.

—Estaba yendo a visitarte y te encontré en el camino —expliqué a la par que veía que todo en ella estuviera bien. Si no había nada mal en ella, probablemente el motivo de su asistencia a la clínica era por algún familiar o ser querido. Era raro que no me haya contado—. ¿Qué hacemos aquí?

Dudó segundos antes de responder.

—¿Recuerdas a mi vecino?

Sí, lamentablemente sí. No era mala persona. Durmió en mi casa después de aquella fiesta de universitarios en la que Tory, Val y yo tomamos y nos cuidó…  No podía ser malo. Lo que me alertaba era la notoria importancia que tenía Val en su vida y viceversa.

“Estás celoso de una chica que no es nada tuyo. Lamentable”, comentó Jake, indignado. No era eso, estaba casi seguro… Un chico reconoce a otro chico, y algo iba mal con ese tal Hunter. Agregando que ningún joven universitario prefería quedarse en casa que vivir en los edificios de la universidad. ¿Lo notaron? Raro. Sin embargo, si a Val le caía bien, no había mucho que yo pudiera hacer al respecto.

—Hunter, de la fiesta —Asentí lentamente con confusión—. ¿Le pasó algo?




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