En estos últimos días del año, he estado pensando sobre muchos asuntos de la lucha antirracista. Y llegué a una conclusión. Creo que si en principio no reconocía mi resentimiento, ahora lo asumo, lo abrazo, lo acepto y lo pregono como es: esa chispa que requiere el fuego de la lucha para que arda en todo su esplendoroso poder.
Esto no es siquiera un asunto de querer posar como víctima, como seguramente muchos aquí pensarán y me dirán. Tampoco se trata de echar en cara cómo operan las violencias racistas (cosa que es bastante evidente, aunque muchos no quieran notarlo); esto se trata de entender que el resentimiento es válido toda vez que es el resultado de la estructuralidad del racismo, que tiene sus consecuencias en la vida diaria de quienes lo padecen.
La indignación sólo puede ser real, sólo puede movilizar, si se establece sobre la herida abierta que siglos enteros de dominación han dejado en todos nosotros: los dominadores y los dominados. Y este es un sentimiento que sólo acabará en el mundo cuando todas (y me refiero a absolutamente todas) las medidas correctivas hayan sido tomadas. Cuando nos hayamos dado cuenta que el jarrón roto, por más que lo juntemos no volverá a ser el mismo; pero aún así, nos tomemos el trabajo de apreciar las lecciones aprendidas tras siglos enteros de tanto dolor e incertidumbre.
Y para esa indignación, el resentimiento es el origen, pues no es posible moverse de una situación desventajosa si no hay una incomodidad que la preceda. Si no te has sentido incómodo o incómoda con algo, simplemente, no puedes movilizarte al respecto. Es un asunto de coherencia.
Por lo demás, les dejo aquí esta declaratoria: vayan buscándose otro apelativo; que ya no puede ofenderme ser llamada por lo que soy: 𝗨𝗡𝗔 𝗥𝗘𝗦𝗘𝗡𝗧𝗜𝗗𝗔.
Roxana recordaba cada palabra en aquel discurso que dio en la Escuela de Escritores, porque fue allí donde se dio cuenta que incluso la palabra escrita estaba pigmentada, porque el negro no tenía derecho ni a escribir y sus enseñanzas fueron mantenidas en la oralidad. Desde allí inició su lucha, porque mientras le mandaban a leer a Lord Byron y a Shakespeare, ella quería leer a Ngũgĩ wa Thiong'o.
Cuando decidió realizar la revista quería visibilizar muchísimos autores de la diáspora, para que todos supieran lo importante que eran. Aunque René y Rachelle la apoyaban, a ellas muy poco le gustaban los escritores africanos y solo había logrado hacer que leyeran a Chimamanda Ngozi Adichie.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de una bofetada. Se la habían dado René.
–¡Señor! ¡Esta mujer loca me escupió la cara!
–Y lo haría mil veces más ¡Maldito!–le gritó mientras oponía resistencia y este le volvió a pegar.
–René ya basta–le dijo Roxanne–no opongas resistencia.
Su amiga se levantó del suelo y tenía lágrimas en los ojos. A continuación asintió.
Dos hombres abrieron las puertas y Roxanne no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Estaba Darian y Tonny y a sus espaldas alrededor de veinte hombres, la policía y dos helicópteros.
–Será mejor que no intenten nada–les advirtió Darian–O no quedará nada de ustedes.
Los hombres de Bruce le apuntaron a las chicas y estas dieron un respingo.
Darian y Tonny les tiraron una mirada asesina.
Un oficial de la policía se puso al frente con un megáfono.
–Señor Canady no complique más las cosas y entréguese.
–¡Las mataré a ellas primero!
En ese momento Rena lo tomó por el cuello y le colocó un arma en la cabeza.
–¿Cómo prefiere ir a la cárcel señor Canady? ¿Caminando? ¿O sin una pierna? Yo que he estado allí le aseguro que los paralíticos los toman como juguetes–le dijo esta.
Los hombres de él de inmediato las soltaron. Rachelle se fue corriendo a abrazar a Tonny y René hizo lo mismo con Darian.
A Roxanne se le llenaron los ojos de lágrimas. Los oficiales de policía los capturaron a todos. Allí estaba su padre, el cual la recibió con los brazos abiertos.
–Hija ¿Estás bien?–le preguntó y ella asintió.
La pesadilla había terminado.