Estoy calentita en mi cama, rodeada de grandes sabanas pesadas. El sueño intenta vencerme pero soy más fuerte que él, hoy es un día importante y no puedo quedarme dormida.
Me levanto y calzo mis pies en unas pequeñas pantuflas suavecitas y comienza a dirigirme a la puerta pero me detengo y regreso a la cama para agarrar una manta y rodearme con ella. Hace frío, muuucho frío.
Abandono la habitación y bajo corriendo las escaleras de madera hasta llegar a la cocina, donde se encuentran mamá y papá hablando bajito.
—¡Es mi cumple! —grito dando pequeños saltos y sobresaltándolos.
—Te dije que no podríamos sorprenderla… —dice mamá con una mueca graciosa.
—Lo sabemos, princesa —papá me toma en brazos y deja un sonoro beso en uno de mis cachetes y el otro es atacado por mamá.
—Guacatela, babas —dijo limpiando mis mejillas. Ellos ríen y yo frunzo el ceño.
—Feliz cumpleaños, hija —dicen ambos, envolviéndome en un cálido y apretado abrazo.
Sonrió, contenta por toda la atención que me otorgan.
Me siento en un lado de la mesa y mamá deja frente a mí mi desayuno especial por mi cumple.
Desayunamos juntos y luego pasamos a mi parte favorita del día, ¡los regalos!
—Tenemos seis regalos para ti —dice él mientras se acercan con los brazos escondidos detrás de su espalda —Uno por cada año…
Tapo mis mejillas sonrojadas por la emoción. Ellos siempre me han dado un regalo más cada año y estoy ansiosa de ser grande, para que me den muuuchos regalos.
Todos los regalos que me dan son hermosos pero el que mas me sorprende y encanta, es un pequeño conejito negro que mueve su naricita cuando lo acerco a mi rostro.
—¡Mira mami! —digo cuando nuestras narices se acarician —¿Qué nombre le pongo…?
—El que tu quieras, cariño —dice ella, acariciando mi cabello.
—¡Pelusa!
—¿Pelusa? —cuestiona papá con la cara arrugada.
—¿No te gusta? —pregunto observando al conejo.
—Si, si me gusta —contesta él rápidamente.
Sonrío por mi nuevo y primer amigo y me marcho a mi habitación luego de darle un beso a mis padres.
—Ven pelusa, te mostraré mi habitación.
Ya en mi habitación, algo en la ventana llama mi atención y al acercarme, veo que todo está cubierto de nieve.
—¡Quédate aquí, Pelusa! —le digo emocionada para salir corriendo de la habitación, no sin antes cerrar la puerta para que este no se lastime si se cae por la escalera. Ya me ha pasado y duele mucho, Pelusa es chiquito y no quiero que le duela.
—¡Mamá, papá! —grito volviendo a sobresaltarse.
—¿Qué ocurre, cariño? —pregunta él, acercándose preocupado.
—¡Está nevando! —grito emocionada —¡¿Puedo salir a jugar?!
Ellos se miran, decaídos.
—¡Por favooor! —muchas veces he intentado que me dejen salir, pero jamás lo conseguí. Sin embargo esta vez se observan inseguros, por lo que agrego —¡Puedo devolver uno de mis regalos y lo cambiamos por ese! ¡Pero no a Pelusa!
—Si la abrigamos bien, podemos tapar sus escamas, Eveleen —le dice papá.
—No lo sé…
—Por favor… —decimos ambos juntando las manos y poniendo ojitos tiernos. Mamá sonríe y para mi sorpresa, acepta.
—¡Siii! —frito para ir corriendo a mi habitación, ponerme el abrigo, un gorro y una bufanda para luego rodear a Pelusa con una manta y bajar corriendo las escaleras.
—¡Estamos listos! —digo con Pelusa en mis manos.
Papá sonríe y acomoda mi gorro y bufanda. Me veo reflejada en un espejo, mis escamas casi no se ven, ya que últimamente han empezado a desaparecer y toda la ropa que traigo las tapa.
Los cuatro salimos y lo primero que siento es el frescor de los pequeños copos de nieve cayendo.
Paso horas jugando en la nieve con papá y mamá. Al conejo lo dejamos dentro, ya que no quiero que se resfríe. Jugamos y nos divertimos mucho, por la noche, cuando ya estoy en mi cama, pienso que ningún cumpleaños podrá superar a este.
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Editado: 11.10.2021