Los dos dragones se movían a través del agua de forma pacífica, casi dulcemente.
Avanzaban enredándose entre ellos. En un abrazo silencioso, en una despedida momentánea pero extensa.
Pärla se dirigió hacia el caudal, cerca de una gran montaña mientras que Onix fue hasta un río que se encontraba despejado, rodeado de una hermosa naturaleza.
Ambos concentraron todas sus energías para cumplir su cometido.
Mientras que del poder de Pärla surgió un pequeño bebe con escamas similares a las suyas y una gran piedra que emanaba un color blanco. Del poder que Onix emanó se creó una pequeña bebe de escamas negras y una piedra del mismo tamaño que la anterior, solo que esta vez de color negra.
Onix dejó a la bebé flotando sobre el río junto a la piedra mientras que Pärla hizo lo mismo con el niño.
Ambos se marcharon luego de ello y regresaron a su cueva, sabiendo que las personas indicadas llegarían a los pequeños bebés. Los dragones se abrazaron y luego cayeron en un profundo sueño que duraría décadas.
Se sentían culpables al hacer que crecieran separados, sabiendo que tardarían mucho tiempo en encontrarse pero no podían hacer nada para cambiar las cosas.
Así debían ocurrir.
Más las cosas no ocurrieron como ellos tenían planeado.
Mientras que el pequeño bebe fue encontrado por una pareja que resguardo a la piedra sin cuestionar porque estaba junto a él. Lo criaron y amaron desde el primer momento. Para la niña, las cosas no ocurrieron como debían.
Un hombre la encontró antes que sus futuros padres. Esté, lleno de avaricia, se robó la piedra creyendo que sería valiosa y no miro dos veces a la bebe. La dejó allí.
Horas más tarde otra pareja la encontró y crió.
Los dragones no supieron que sus planes se habían visto arruinados hasta que fue demasiado tarde.
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Editado: 11.10.2021