El día en que nos conocimos yo había ido a visitar a una tía mía que hacía mucho tiempo no veía, desde la niñez para ser exactos. Estaba sentada en la sala viendo una serie que me encantaba en la TV cuando alguien se atravesó en el medio y me molesté.
—¿Puedes apartarte por favor?
No puede evitar que el enfado se reflejara en mi voz.
—Disculpe señorita. Lo siento mucho en verdad.
Se disculpó educado y con sinceridad. Las palabras y la profunda voz me hizo dejar de prestar atención a lo que estaba viendo para ver a quién pertenecía. Me encontré con un jóven alto, de piel trigueña y una mirada café clara que me llegó a lo profundo del alma. Me sentí muy avergonzada por ser tan grosera.
—Está bien. No tenías por qué disculparte. No hiciste nada malo.
Admití y dejé de mirarlo para seguir concentrada en mi serie favorita. Solía ser alguien muy pesada u odiosa lo reconozco, pero era una especie de escudo protector que se me activaba de modo automático para que nadie me lastimara. Era mi mentira de lucir inaccesible, impenetrable. Ya me había olvidado del joven para cuando terminé de verla. Salí al pateo a conocer los alrededores y a tomar un poco de aire fresco, hacía mucho calor dentro. Me fijé en una enorme mata de mango. Los mangos que tenía eran muy grandes, creo que tendría que tomar uno con ambas manos para poder sostenerlo.
—¿Te gusta el mango?
Preguntó una voz que venía detrás mío. Me sobresaltó. Se me erizaron los bellos de la nuca.
—Sí. Me encantan. Aquel que se ve en el copo es realmente lindo.—comenté con admiración. Su color y su tamaño resaltaba entre los demás.
—Si es el que te gusta iré a buscarlo.
Se ofreció voluntario y no esperó respuesta de mi parte. Se trepó ágil y en poco tiempo estaba en la cima del árbol. Sentí temor de que se callera. La altura era bastante y tampoco estaba en una posición favorable. Me preocupaba. Aún así caminó por una rama hasta el lugar preciso y estirando su delgado cuerpo y su largo brazo lo alcanzó. Se bajó aún más rápido que en su ascenso. Era todo un experto. Cuando lo tuve ante mí extendió su mano grande para ofrecerme el enorme mango, yo lo tome con ambas manos y sin querer envolvieron la suya. Nos miramos a los ojos y otra vez quedé cautivada con la intensidad de la de él.
—Gracias.
—No hay de qué, fue todo un placer poder hacer algo por una chica tan linda.
Sabía expresarse después de todo. Era todo un conquistador.
—Nunca antes te había visto hablar con una chica.—dijo mi tía que estaba cerca de nosotros y no me había dado cuenta. El pareció tímido de momento.
—Ella es Adamaris, mi sobrina.— me presentó.—Él es Lionel, el hijo de una amiga que vive al final del lago.
—Mucho gusto Lionel.
—El gusto es mío.—expresó él atreviéndose a mirarme de nuevo.
Me fuí a comerme mi mango frente al televisor. Ya lo había lavado y lo tenía en un recipiente acomodado en mis piernas y con un cuchillo pegueño para comerlo como me gustaba. El joven se sentó en el sofá. Anunciaron una buena película para la noche que me cautivó. Una Fantasía romántica, mis favoritas. Sin dudas la vería. Poco tiempo después el televisor se dejó de ver. Quedó como si no tuviera antena. Mi tía vino a tratar de arreglarlo pero no pudo. El chico se ofreció a ver la antena pero taco tenía nada aparentemente. Estaba furiosa porque no podría ver la película cuándo de pronto habló Lionel.
—Si quieres puedes verla en mi casa.— ofreció.
—No gracias. No conozco a tu familia—alegué.
Fue una escusa. En verdad tampoco lo conocía a él y no iba a ir a una casa extraña a ver una película. Era ilógico. Además cada cual le gusta ver lo que deseé en su casa y no iba a ir una completa extraña a invadir la privacidad y eso sin contar que sería tarde en la noche. Comenzaba a las 10:00PM. No tenía ni que considerar su propuesta.
—Ve niña son buenas personas. Te tratarán bien y se que no les molestará, ¡todo lo contrario! Llevan mucho tiempo esperando que su hijo lleve a una chica.—ánimo mi tía.
—Pero termina muy tarde para regresar sola.—traté de hacela entrar en razón.
—Yo te traigo.—se ofreció Lionel.
—Es mucha molestia pero ti. Olvídalo.
—Yo quiero hacerlo—insistió
Cuando fui a fregar lo que había utilizado murmuró mi tía Martha. Aprovechando que el chico quedó en la sala.
—Sus padres tienen mido de que sea del otro bando, nunca se ha mostrado interesado por una mujer. Me lo confesó su madre. La pobre está muy preocupada. Le vas a dar una alegría.
—Pero tía ellos no me conocen...—y yo no seré su novia. Iba a agregar pero me interrumpió.
—Pero a mí sí, además yo les hable de la sobrina que vendría a visitarme el fin de semana y quieren conocerte. Anímate.
—Está bien, me convenciste.
***
Esa noche nos fuimos juntos, el joven y yo. Era un camino desolado. Los chirridos de grillos y hasta el croar de las rana me asustaban. Un sonido espeluznante y extraño me hizo brincar y agarrarme fuerte del brazo de mi acompañante.
—Tranquila, es un buho.
¿Un buho?, esa es un ave de mal augurio según mi abuela, pensé. Algo malo va a pasar. Estaba atemorizada. Me estaba arrepintiendo de mi decisión.
—Mira el agua y relájate. Las noches aquí son muy tranquilas te lo aseguro. Yo vivo aquí desde hace más de 4 años y nunca ha pasado nada malo—aseguró.—En las noches cómo estás hasta me baño en sus aguas. Son muy refrescantes.
Su conversación empezaba a relajarme y del miedo pasé a admitir la belleza del lugar. Las aguas brillaban en la oscuridad. Parecía no tener fin el lago. La Luna llena resplandecía despejada en el cielo nocturno. Era mágico ese lugar. Es increíble como la mente juega contigo, lo que antes me parecía aterrador ahora me resultaba hermoso. Todo está en la imaginación.
El resto del camino se me hizo placentero. Llegamos a su casa. Era una vivienda de finca. Pasamos a la vivienda ingresando por la puerta de la cocina. A un lado estaba el fogón, y al frente el fregadero. Cruzamos por una puerta lateral y me guío hasta llegar a la sala. Allí estaban sentados una pareja de señores que debían tener más o menos la misma edad.
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Editado: 25.02.2021