Ciudad OnÍria

FÁCIL DE SENTIR, DIFÍCIL DE EXPRESAR

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La lluvia era lo único que se vislumbraba por las ventanas del local, ni rastro de ser hu-mano. El café poco a poco había comenzado a desalojarse, y yo deseando que mi jornada llegara a su fin.

El partido final y encima disputado en casa, había congre-gado a un sinfín de personas de pueblos cercanos, todo el mundo estaba apoyándolos en aquel momento tan impor-tante para el pueblo. Cuando salen los últimos clientes, bien entrada la noche, recojo todo preparándome para ir a casa. Cierro la reja con rapidez y torpeza, dado que la espesa y condensada lluvia no me dejaba hacerlo, pero lo consigo. Cojo la bici y me dispongo a marchar cuando creo ver a Price, quien se aproxima apareciendo de la nada como un fantasma empapado hasta los huesos:

—¿Qué haces aquí? ¿estás loco?.

—Necesito tu ayuda.

—Price… este no es el mejor momento.

—Te llevo a casa.

—¡Nooo! ¡lárgate!.—intento que se aparte de mi camino.

—Será un momento.—se levanta la camiseta.

La dichosa marca estaba en carne viva, como si un zarpazo se la hubiera medio arrancado. Palidecí. Suelto la bicicleta y me aproximo a él:

—¡¿Qué coño te ha pasado?!

—Eso quiero saber yo, brujita

—¡Vamos a casa…ya!. Pido un taxi.

—Imbécil, tengo el coche al otro lado de la carretera.

—¡No me insultes, ¿quieres?!.—hace un bufido.

Nos vamos lo más rápido que podemos hasta su coche, pero era más que obvio que la herida le dificultaría la conducción. Por primera vez me animé a coger un volante… y de semejante coche, a pesar de los gruñidos insoportables de Price, que pensaba que se lo destrozaría.

Llegamos a mi urbanización haciendo eses, y no hable-mos de la manera de aparcar en la puerta, casi aterrizo contra la verja y Price no dejaba de quejarse, no tanto por su herida sino por mi temeraria conducción… aunque la verdad tampoco quería perder el tiempo, a Price se le veía mal. Consigo a malas penas llevarlo al interior y lo acomodo en el sofá. Corro a por el botiquín, agua caliente y unos paños para limpiar la herida. Me arrodillo a su lado, a la altura de la herida. Apesta a alcohol:

—¿Cómo te has hecho esto?. No sé ni para que pregunto con la borrachera que llevas.

—Cerebrito… céntrate en curarme esa mierda.

—¡¿Para que coño me buscas? ¡Haber ido a otro lado, imbécil!.

—No me grites —hace una mueca de dolor cuando de manera inconsciente le presiono la herida más de la cuenta. Me retiro hacia atrás:

—Casi que prefiero dejarte morir.—hago amago de levantarme.

—¿Joder… quieres hacer algo ya?.—Furiosa me le-vanto.— ¡Vuelve aquí ahora mismo brujita de quinta!.

—Con ese comportamiento no pienso hacer nada… y la verdad, tampoco es que quiera hacerlo. Sería el único modo de librarme de ti de una vez por todas y sin mover un dedo, así que o te callas de una puta vez, o te saco de mi casa ahora mismo y dejo que te desangres como el animal que eres… tu eliges.

Price opta por cerrar el pico y mirar para otro lado, decido ayudarlo y vuelvo. Por mucho que lo deteste, tampoco es que quisiera verlo morir así.

Vuelvo a aproximarme, me acuclillo y limpio la herida. La situación no era la más cómoda –imagino que para ninguno de los dos–, pero aguantamos como cabía esperar de dos personas adultas. Subo a mi habitación dejándolo un momento solo, y acomodo la cama para acostarlo. Vuelvo a su lado. Necesitaba coser aquel espanto, pero él no confiaba tanto en mí y no me permitía tocarlo más que lo estrictamente necesario, acababa con mi paciencia:

—Voy a llamar a Ell.

—No, no quiero que nadie me vea así.—suspiro cansada de sus quejas.

—Pues entonces explícame como lo hago.

—¿Magia?.—se le escapa una risa muda. El cretino aun tenía ganas de chistes.

—¿Puedes andar?.—me mira extrañado.

—Necesito subirte a la habitación. Estarás más cómo-do… lo necesitarás.

—¿Qué quieres decir?.

Price comenzaba a sudar como nunca, palidecía a la velocidad de la luz y ya comenzaba a inquietarme. Yo era inexperta en estos menesteres, y él digamos que tampo-co me lo facilitaba, pide ayuda pero no se deja, aunque de más está aclarar que fui su ultimo y única opción creo entender. Como puedo, lo llevo a rastras hasta mi dormitorio y lo acuesto, sus fuerzas eran prácticamente nulas, pesaba un montón e de admitir. Trato de bajarle la fiebre con paños de agua helada, cosa que parece que funciona en un principio, pero tiembla bastante:

—Necesito que muerdas con fuerza esto.—le coloco un trapo en la boca.

Empieza a balbucear un sin fin de cosas que no me molesté en intentar entender. Tras desinfectar correcta-mente la aguja y la zona, me dispongo a coser aquella herida. Sus alaridos eran tan grandes a pesar del trapo, y sinceramente los amortiguaba bastante, que di gracias de vivir apartada del resto de los chalets de la urbanización. En ese momento supe que aquello que tanto gritaba eran millones de “piropos” hacia mi persona, sentí lástima pues debería sentir un dolor atroz. Acaba desmayándose.

Cuando termino me acomodo en una silla cerca de él para controlar la fiebre y me duermo agotada.

 

Horas después, me sobresaltan sus mudos quejidos, la fiebre le había vuelto a subir. Sin pensarlo, lo llevo como puedo al baño y lo meto en la bañera… eso debería funcionar, el agua fría siempre lo hacía. Tirita de forma abrupta, se aqueja, pero no dice nada, finalmente consigo que nuevamente le baje la fiebre y estabilizarlo. Volvemos al dormitorio, le quito la ropa, y sí… no hay de otra, no podía dejarlo empapado y que para colmo de males se resfríe. La herida no se ve tan mal, inflamada pero buen aspecto, lo tapo con una sábana ligera para que no vuelva a subir la fiebre… sabía que diría cuando fuera consciente de su situación, pero…



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En el texto hay: amor, magia, ángeles

Editado: 09.01.2022

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