Ciudades de Humo

7. La puntería de un androide

Tina estaba clasificando una serie de frascos de colores. Al oírlos entrar, 
levantó la cabeza y sonrió ampliamente. 
—Hola, chicos —se detuvo para mirarlos mejor, sorprendida—. Alice, 
¿qué te ha pasado? 
—Rhett. Eso le ha pasado —dijo Jake, sentándose en una de las camillas 
vacías. 
—Ah, entiendo. —Sonrió con un poco de lástima y se puso de pie para 
acercarse a ella—. Al menos, no se ha abierto la herida del otro día... — 
Frunció el ceño y sacó un pequeño bote del bolsillo. En cuanto el ungüento 
tocó el labio inferior de Alice, esta dio un salto hacia atrás sin querer—. Sé 
que escuece, pero tendrás que aguantarte un rato. Te lo pondré en el resto de 
las heridas. 
—Gracias.

Alice se sentó en la misma camilla que Jake, con las piernas colgando, y 
miró a Tina en silencio mientras esta le untaba las heridas. 
—¿Sabes que en la zona de Alice se creían que matábamos a los 
androides? —soltó Jake de repente, sin siquiera alterarse. 
La chica lo miró con los ojos muy abiertos, pero él no pareció darse 
cuenta. 
—Nosotros creíamos que ellos mataban a los humanos para crear 
androides, Jake —le dijo Tina, con una ceja enarcada. 
—Igual deberíamos ser todos como una gran familia —sugirió él 
felizmente—. Así podríamos convivir en paz y armonía, como en los finales 
de los libros que tanto le gustan a Alice. 
—No todos terminan bien —le recordó ella. 
—En ese caso, no me interesan. Si quiero deprimirme ya tengo la vida 
real, no necesito ficción. 
Tina sonrió, pero su sonrisa se evaporó un poco al soltar un suspiro. 
—Ojalá las cosas fueran así de fáciles, Jake. 
—¿Y por qué no lo son? —preguntó Alice curiosa. 
—No es sencillo que un gran número de gente cambie de opinión. Y 
menos cuando su mentalidad se basa en el miedo. Las personas siempre han 
temido lo desconocido. Siempre lo harán. Y tú, querida, eres lo 
desconocido. 
Alice se quedó pensando un momento. 
—¿No le has dicho nada a nadie? ¿De... lo que soy? 
—Si lo hubiera hecho, no estaríamos teniendo esta conversación ahora 
mismo. 
—Y ¿no sospechan de mí? ¿No soy... muy rarita? 
—Confían demasiado en mí. Yo te revisé concienzudamente. —Tina 
quiso tranquilizarla—. Estás fuera de peligro, así que no te preocupes. 
—Pero ¿por qué me protegéis? —preguntó Alice confusa—. ¿No sois 
leales a vuestra ciudad?

—Nuestras normas no son tan firmes como las vuestras. Los humanos 
tenemos valores personales, y a veces no compartimos las mismas ideas. — 
Tina suspiró—. Nosotros siempre hemos sido más... independientes. 
—Nuestros padres solían llamaros locos, pero no lo parecéis. 
—Pues ellos son igual de humanos que nosotros —protestó Jake de mala 
gana. 
—Pero no obtendréis beneficios si no me vendéis. —Alice no acababa 
de entenderlos—. Y los de Ciudad Capital se enfadarán con vosotros, ¿no? 
—Ah, no, claro que no. Somos perfectamente capaces de sobrevivir sin 
su apoyo. Entregar a alguien de vez en cuando ayuda bastante, sí, pero no es 
esencial. La mayoría enviaría a muchos más androides si pudieran, lo sé, 
pero no todos pensamos así. Ellos creen que sois... demasiado distintos. 
—¿Por qué? —Alice frunció el ceño. 
—No lo sé —respondió Jake incómodo—. Quizá porque ni siquiera 
tenéis sentimientos. 
—¿Sentimientos? 
—¿No sabes qué son? —Jake la miró—. Eso solo confirma mi teoría. 
—Sé que son los sentimientos —protestó avergonzada—. Lo leí en un 
libro, ¿vale? 
—Ooooooh. —Jake se llevó una mano al corazón—. Lo leyó en un libro, 
cuidadoooooo... la expertaaaaaa... 
—Alice —los interrumpió Tina —. Es un tema bastante largo y difícil de 
explicar. Y, la verdad, ahora mismo no creo que sea el momento. —Miró la 
hora—. ¿No deberíais ir a comer? 
—No tengo mucha hambre —murmuró ella. 
—Yo me comeré tu plato. —Jake sonrió ampliamente—. ¡Hasta luego, 
Tina! 
La mujer les sonrió por última vez y volvió a centrarse en lo suyo. 

* * * 

Era la primera vez que Alice olía a comida en casi veinticuatro horas, pero 
extrañamente no tenía ningún apetito. De hecho, le entraron náuseas. 
La cafetería era algo más pequeña que la sala de conferencias y también 
mucho menos organizada. Vio que había al menos veinte mesas largas a lo 
largo de la estancia y la gente se sentaba donde y con quien quería, y 
hablaba también cuando y de lo que le apetecía. Esa situación tan caótica le 
provocó cierta desazón. Jamás se acostumbraría. 
—Hazte con una bandeja —le dijo Jake en voz baja—. Da codazos si es 
necesario para abrirte camino. La gente con hambre es peligrosa. 
Alice lo miró con horror, pero obedeció. 
Cogió una bandeja de metal plateada que pesaba mucho menos de lo que 
creía. En la cantina, dos mujeres servían la comida. Jake les ofreció la 
bandeja, que llenaron, y Alice lo imitó. La segunda mujer la miró con 
curiosidad, como también habían hecho muchos de los comensales. 
—Ven, Alice —dijo Jake al ver que se quedaba mirando la comida que le 
habían puesto. 
Él se deslizó entre las mesas de la cafetería y, al seguirlo, la bandeja de 
Alice estuvo a punto de salir volando varias veces por los empujones de los 
alumnos que se cruzaban con ella sin siquiera mirar. Finalmente, dejaron la 
comida en la mesa en la que se encontraban Saud y Dean. 
Ambos pararon de hablar al verlos, o más bien cuando se percataron de 
la cara de Alice observando la comida. Cuando levantó la cabeza, advirtió 
que los tres tenían sonrisitas divertidas. 
—¿Qué es esto? —preguntó, señalando lo que parecía un extraño puré 
de color crema. 
—Es mejor que te lo comas —le recomendó Dean—. No volverás a 
llevarte nada a la boca hasta la noche. 
—Pero ¿qué es? ¿Seguro que es comestible? 
—Bueno, por ahora nadie se ha muerto, así que debe de serlo.



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En el texto hay: futuro, amor, amistad

Editado: 09.01.2024

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