Ciudades de Humo

9. La preciosidad de la vida

Al día siguiente, cuando se dirigió a su mesa, se sorprendió al ver que 
Trisha estaba sentada con Dean, Jake y Saud, quienes la observaban con 
cierta confusión. La chica comía sin mirar a nadie en concreto. 
Nunca la había visto comiendo en compañía. De hecho, nunca la había 
visto con nadie. 
—Debes de tener hambre —bromeó Jake al ver a Alice. 
—No tiene gracia —se enfurruñó ella—. Ayer no pude probar bocado 
apenas. 
—¿Por qué no? —le preguntó Trisha, frunciendo el ceño. 
—Porque el lunático de mi instructor vino a busc... 
—Principiante. 
Cuando escuchó el timbre grave pero burlón de una voz ya conocida, le 
entraron ganas de meter la cabeza en el plato de puré y ahogarse en él.

Alice miró a Rhett casi con desesperación. 
—¡Hace dos días que solo como por la noche! 
—Pues bienvenida al club. Venga, vámonos. 
Él empezó a andar sin esperarla. Alice dejó la bandeja sobre la mesa para 
seguirlo, frustrada. Al instante, escuchó cómo alguien tiraba de la bandeja, 
arrastrándola por la mesa. Se volvió y se encontró con la sonrisa de Jake. 
Rhett lideró el camino por la ciudad con un humor bastante más alegre 
que al que la tenía acostumbrada. Alice decidió no preguntar al respecto 
para no arruinárselo. 
Al final, volvieron a la casa de tiro. Como la vez anterior, él dejó las 
llaves y fue a buscar un arma a la sala contigua. 
Solo que esta vez, cuando volvió, sus labios emitían un ruido extraño y 
agudo. Alice no pudo aguantarse las ganas de preguntar. 
—¿Cómo haces eso? 
—¿El qué? —preguntó él distraídamente. 
—Tu boca... hacía un ruido raro. 
Rhett pareció ligeramente confuso. 
—Estaba silbando. 
—¿Silbando? —repitió, como si lo analizara. 
—Ya sabes... música. 
—He... leído sobre ella —murmuró Alice—. Me pasaba muchas horas 
estudiando en mi zona. Pero no era capaz de imaginarme cómo era 
exactamente. 
Él empezó a reírse. 
—Vale, doy gracias a Dios por haber nacido en un lugar diferente al 
tuyo. 
Estuvo a punto de preguntar algo sobre ese dios, pero se contuvo. En 
lugar de eso, se quedó mirando fijamente el arma enorme que transportaba 
Rhett. Se la puso en las manos y se aseguró de que la sujetaba bien antes de 
soltarla, aunque lo cierto era que no pesaba tanto como la del día anterior.

—Esa preciosidad —señaló él— es un fusil de francotirador. 
Alice lo miró, confusa por la elección de palabras. 
—¿Preciosidad? 
—¿Tampoco sabes lo que es? 
—Es un adjetivo. 
Rhett puso los ojos en blanco. Lo hacía mucho cuando estaba con ella. 
Después, empezó a colocar el material que iban a utilizar. 
—A ver..., el paisaje que se ve desde lo alto de la colina te puede parecer 
una preciosidad, o una puesta de sol, o pensar en este mundo antes de la 
guerra... —La miró de reojo unos instantes—. Para mí esta arma o tu trasero 
también son una preciosidad. 
Ella se miró a sí misma. ¿La había insultado? 
¿Qué tenía que ver su culo con un arma o una puesta de sol? ¿Por qué los 
humanos eran siempre tan raros? 
Él empezó a reírse cuando vio que no lo comprendía y volvió a la sala 
contigua. Alice, por su parte, aprovechó el momento para mirarse el trasero. 
—No le des más vueltas —le recomendó Rhett al volver. 
—Entonces, no me digas cosas así. 
—Es que es muy divertido ver la cara que pones. 
—Pero... ¿es que nadie habla normal aquí? 
—La que no eres normal eres tú —respondió el guardián, negando con la 
cabeza y sonriendo. Luego, le entregó un objeto. 
—Esto se llama soporte. Puede que más adelante no lo utilices tanto, 
pero ahora mismo es importante que lo tengas. Este fusil sirve para avistar a 
un enemigo desde lejos, así que el más mínimo movimiento lo jodería todo. 
Esta vez te lo montaré yo para que veas cómo se hace. Vamos fuera. 
Lo siguió hacia el exterior. Rhett colocó todo cuidadosamente encima de 
una mesa de madera y empezó a trabajar. 
—¿Puedo preguntarte algo? —Sonrió Alice. 
Él no la miró, la chica se percató de su expresión de hastío.

—Supongo que no puedo negarme —aceptó él, al final. 
—¿Cómo es que tenéis tantas armas y munición y tan poca comida? 
—Ah, eso. —Rhett levantó la cabeza y pareció sorprendentemente 
contento con la pregunta—. A Max se le da bien arreglar y encontrar armas. 
Te sorprendería saber en cuántos sitios distintos es capaz de esconderlas la 
gente. Y con la munición igual. Es fácil hacerte con ella si sabes dónde 
buscar. La comida, en cambio... Aquí no se puede plantar nada. Y apenas 
hay animales. Así que, básicamente, lo que comemos es lo que negociamos 
con los de las caravanas a cambio de munición y armamento. 
A Alice le sorprendió recibir esa respuesta tan extensa. Casi esperaba 
que le dijera que no era su problema. 
Sin embargo, para su asombro, Rhett sonrió un poco. 
—Eres observadora, ¿eh? Eso está bien —murmuró distraídamente—. 
Me gusta la gente observadora. 
No esperó respuesta. Volvió a lo suyo sin prestarle más atención, pero 
Alice estaba paralizada de pies a cabeza. 
¿Acababa de decirle algo bueno? 
¿Rhett? ¿A ella? 
¿Se encontraba bien? ¿Se había golpeado la cabeza antes de verla y por 
eso estaba tan simpático? 
Intentó volver a centrarse y decir algo coherente, aunque al final solo le 
salió: 
—Gracias. 
Rhett le echó una ojeada silenciosa, sin responder. 
A partir de entonces, ella lo observó con más atención. Se fijó en que 
volvía a llevar los guantes de cuero con los dedos cortados. Se preguntó si 
no tendría calor. También aprovechó el momento para mirar la cicatriz que 
tenía en la cara, que estaba en el perfil al que tenía más acceso visual en ese 
momento.



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En el texto hay: futuro, amor, amistad

Editado: 09.01.2024

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