—Eso es trampa. —Trisha señaló a Saud, que le puso mala cara.
—¿Y qué pruebas tienes?
—¿Quieres que te lance la almohada a la cara como prueba, mocoso?
—Recurrir a la violencia cuando no tienes argumentos..., típico de viejas
como tú.
Trisha apretó los labios y le lanzó la almohada, entonces Saud hizo
exactamente lo mismo. Alice tuvo que apartarse para que no le diera a ella.
Cuando esos dos discutían, era mejor esconderse.
—¡He ganado! —exclamó felizmente Jake en medio de la batalla—.
¿Qué teníais vosotros?
Los demás enseñaron sus cartas. Todo el mundo estaba a punto de ganar
menos Alice, que tenía cuatro cartas que no tenían nada que ver entre ellas.
Puso una mueca de disgusto.
—Nunca aprenderé a jugar a esto.
—Claro que sí —le aseguró Dean—. Es solo cuestión de práctica.
—Lo dudo —insistió Alice desanimada—. Soy nula en esto.
—No solo en esto —le dijo Trisha, y Saud y ella respondieron con una
carcajada. Dean y Jake les pusieron mala cara.
—Me encanta tu forma de demostrar tu amistad, Trisha. —Alice negó
con la cabeza.
—No debí enseñarte a usar el sarcasmo tan bien —dijo Jake recogiendo
las cartas de los demás.
—¿Quién ha dicho que seamos amigas? —Trisha la miró.
—En el fondo, me quieres, aunque solo sea un poco. —Alice se acercó a
ella, sonriendo.
—De eso nada.
—Que sí.
—Que n... ¡Ugh! ¡Aparta!
Alice dejó de abrazarla en el instante en que Trisha empezó a revolverse,
como si hubiera intentado matarla.
—¿Vais a jugar otra vez? —preguntó Alice desolada, al ver que volvían
a repartir.
—Sí, perdedora —murmuró Saud maliciosamente.
—Pues yo voy a aprovechar para darme una ducha —dijo ella de mala
gana. No le apetecía aguantar otra derrota segura.
Se le hacía raro tener que bajar la escalera para poder usar el cuarto de
baño. Se sentía como si esa todavía fuera su habitación, aunque sus cosas ya
no estuvieran ahí.
—Por cierto —Jake la miró—, Tina me ha dicho que vayas a verla
después. Necesitaba ayuda con no sé qué.
—¿Hoy? ¡Es mi único día libre! Quería dormir un rato.
Y escuchar música. E ir a molestar a Rhett. Un poco de todo.
—La vida es dura. —Trisha se encogió de hombros.
—Ella duerme en una cama que no está tirada en el suelo —murmuró
Saud—. Su vida no es tan dura.
Alice bajó la escalera lentamente, distraída. Ese había sido el único día
en el que se había podido levantar más tarde de las seis de la mañana en
toda una semana y solo porque era domingo. La perspectiva de tener que
volver a clase con Deane al día siguiente no la entusiasmaba demasiado.
Deseó poder decir que se encontraba mal y, simplemente, no ir. Aunque,
claro, seguro que la instructora mandaría a Kenneth a buscarla. Y esa no era
una perspectiva agradable.
Alguien la llamó y la sacó de sus cavilaciones, justo cuando llegaba a su
habitación. Al levantar la mirada y encontrarse al pesado de Kenneth,
suspiró lastimeramente.
En serio, ¿es que ese chico no se cansaría nunca?
Alice ya no sabía muy bien cómo rechazarlo. Una parte de ella
simplemente quería decirle que la dejara en paz, pero la otra, la que seguía
siendo tan educada como en su zona, se lo impedía.
—Hola —lo saludó, pasando por su lado rápidamente e intentando
librarse de él.
—Espera —Kenneth la agarró del brazo, reteniéndola—, ¿dónde vas?
¿Por qué asumía que era de su incumbencia?
—A ducharme. —Alice retiró su brazo. Seguía sin gustarle que ese chico
la tocara tanto.
—¿Ah, sí? —A él se le iluminó la mirada—. ¿Quieres que vaya contigo?
—¿Para qué ibas a venir?
—No lo sé... —Kenneth dio un paso hacia ella, que se encontró con la
barandilla de la escalera justo detrás, impidiéndole alejarse—. Para frotarte
la espalda.
—No, gracias. Sé hacerlo sola.
Kenneth se rio entre dientes, como si Alice hubiera dicho algo gracioso.
¿Qué le hacía siempre tanta gracia?
Él apoyó ambas manos en la barandilla al lado de las suyas, sin dejar de
sonreír. Eso estaba empezando a resultarle incómodo. Se inclinó hacia ella,
que se echó tan atrás como su espalda le permitió, intentando no caerse por
la escalera en el proceso.
Bueno, en caso de emergencia, Rhett le había enseñado un movimiento
para inmovilizar a alguien tras mencionarle lo de Kenneth, así que podría
usarlo.
—¿Nos vemos esta noche? —preguntó él.
—¿Esta noche?
—Sí, ayer quedamos, ¿no te acuerdas?
—Ah, sí, esta noche... —Alice miró a su alrededor, incómoda—. Es
que... esta noche no puedo.
—¿Y por qué no? —sonó un poco molesto.
—Porque... tengo muchas cosas que hacer.
—Pero si hoy es tu día libre.
—Precisamente por eso. Es mi día libre y no he hecho nada, así que
tendré que hacerlo esta noche.
—Y ¿qué es eso tan importante que tienes que hacer?
Alice intentó ocultar su cara de frustración. ¿Por qué preguntaba tanto?
¿No tenía nada mejor que hacer?
Pero le pareció grosero decirlo en voz alta, así que se limitó a clavar un
codo en su pecho para alejarlo de ella. Kenneth no se movió.
—Kenneth. —La voz de Tom los interrumpió y Alice suspiró, aliviada
—. Vamos, déjala en paz.
—¿Qué es? ¿Tu mascota? —Kenneth se volvió hacia el otro con el ceño
fruncido—. Deja que se defienda sola.
Alice aprovechó el momento para escabullirse junto a Tom, que se había
cruzado de brazos. En realidad, él la solía defender en casos como ese.
Igual que Shana. Y ambos solían ponerse de parte de Alice cuando Deane empezaba a gritarle, cosa que ayudaba bastante a que la pobre chica no se
desmoronara. Eran buenos amigos.
—Te ha dejado claro que no quiere nada contigo —intentó explicarle
Tom pacíficamente.
—A mí no me ha dicho nada de eso.
—¿Cómo que no? —preguntó Alice incrédula—. ¡Llevo un rato
diciéndote que no quiero hacer nada contigo esta noche!
—¡Pero que no quieras nada conmigo esta noche no quiere decir que no
lo quieras nunca!
—¡No lo quiero nunca! —insistió ella.
—Eso dices —Kenneth la señaló con una sonrisita—, pero tus ojos me
transmiten otra cosa.
—Sí, que te vayas a la mierda —sugirió Tom.
—Tú no te metas en esto. No eres su padre.
Tom, al ver que no iba a ser tan fácil que la dejara en paz, miró a Alice y
le señaló el cuarto de baño.
—Ve a ducharte, yo me quedo hablando con nuestro buen amigo.
Alice le dedicó una sonrisa de agradecimiento antes de escabullirse
rápidamente a su litera, donde cogió su toalla y la ropa limpia. Al entrar en
el cuarto de baño, dejó sus cosas en uno de los bancos y comprobó las
duchas. No parecía haber nadie allí dentro. No, no había nadie. Aunque no
fuera su horario habitual, podía ducharse sin miedo.
Se desvistió rápidamente y se metió en una de las cabinas. El agua no
salía demasiado caliente, pero era más que suficiente para ella, que estaba
acostumbrada al agua gélida de los baños de los principiantes.
Se pasó un rato bajo el chorro tibio, quitándose el barro que, por mucho
que limpiara cada día, parecía ser perenne, y se fijó en que su cuerpo
parecía más tonificado, más delgado y fuerte. De hecho, su abdomen estaba
algo duro. Lo recordaba más blandito. Sonrió un poco, pero la sonrisa se
fue cuando siguió su inspección y vio la cicatriz del brazo.