En mi mano izquierda, una maleta, y en la derecha, un pequeño temblor que pedía a gritos volver a la playa y que todo esto fuese sólo un sueño.
—Nos veremos muy pronto, te lo prometo. Y recuerda que no estarás sola. Me ocuparé de visitarte las veces que pueda.
—No tendrías que hacerlo si no me marchara.
Ya no me esforzaba en convencerlo, nada le haría cambiar de opinión, y sólo quedaba resignarse a lo que pasaría.
—Adiós, Shawin.
Acarició mi cabeza, alborotando los pelos lacios que se aferraban en continuar como cascada bajo mis hombros. Y con pasos demasiado ligeros para un anciano, se marchó del aeropuerto, dejándome con gritos y mil voces internas que no podían ser calladas.
Estaba sola alrededor de personas a quienes salvé la vida y ni ellas sabían que hace dos años todo podría haberse acabado.
Me aferré a mi maleta de cuero. Desde que me había mudado a una academia dejé de tener muchas pertenencias. La mayoría de mis cosas quedaron en la casa de mis padres a la que nunca he regresado, y en este momento sólo dispongo de un par.
Desde mi asiento se comenzó a oír la voz de una mujer, indicando que nuestro avión ya estaba preparado. Me levanté, y aunque aquel era un movimiento ordinario que hacía todos los días, esta vez no pude hacer nada para impedir que las piernas me temblaran. Porque, cuando aquel avión aterrizara, me esperaría el pasado del que intentaba huir.
Me reencontraría con personas que no quería, y que de igual manera, me detestan. Personas a las que arruiné la vida. Volvería a sentir que el corazón me estruja, clavado por miles de espadas llamadas culpa.
El avión despegó, y mi respiración se detuvo. El aire me faltaba.
Durante el resto del vuelo perduré en aquel estado, con el pecho entre las manos, incapaz de hacer ninguna otra cosa. Hasta que, desde las alturas, vi a mi destino acercándose junto a las costas de España.
Las personas de alrededor se sostuvieron con firmeza de sus asientos una vez sentir el temblor del aterrizaje. Mientras todos bajaban me había paralizado. No quería imaginarme lo que pasaría ahora, a quiénes vería o qué harían conmigo. No quiero ver otra vez a Peter y saber que todo ha cambiado.
La azafata me tocó el brazo preguntando si estaba bien. Ya todos se habían ido y era el momento de bajar. No le dije nada. Si hacía algún otro movimiento brusco sería capaz de vomitar.
A pasos pesados, descendí la escalera, pisando al fin las tierras de España. Willson esperaba que lo considerara mi nuevo hogar, pero ambos sabíamos que nunca pasaría.
Levanté la vista, los pasajeros del avión se habían dispersado, reunidos al fin junto a sus familiares y conocidos. Repletos de nostalgia. Una vez dispuesta a no dar marcha atrás, continué mi camino hacia las afueras del aeropuerto. Al menos habría continuado caminando si no fuera por unas personas al frente mío, vestidas de uniformes oscuros con símbolos, probablemente cellos dorados —al igual que armaduras— cubriendo la mayor parte de sus capuchas y capas que sólo estaban apoyadas en sus hombros. Habría pensado que se trataba de gente con un gusto extraño para vestir —o alguna extraña agencia militar— si no fuera porque aquellos uniformes me eran tan familiares.
No me esperaba una bienvenida, y tampoco eran muchas personas las que me lo darían. Al frente se acercaba una mujer mayor con el rostro cubierto por un velo translúcido, donde, si prestabas atención podrías percibir una gran cicatriz recorriendo desde la comisura de su boca hasta el ojo derecho. Y, a su lado, un hombre también mayor vistiendo un sombrero y traje. Daba la impresión que era el de superior jerarquía del grupo.
Y detrás de ellos, las personas con ropa oscura, mascarillas y símbolos dorados; aunque sólo eran un par. Sabía claramente de quiénes se trataban, su uniforme representa sólo una cosa: Exterminadores. Seguro habían más de ellos entre la multitud, ocultos, asegurándose que sus anfitriones estuvieran a salvo.
Todo indicaba que eran los exorcistas que me llevarían a la academia.
Una vez cerca, los de capucha se arrodillaron frente a mí, aún con los mundanos —me resulta extraño que no enloquecieran por la apariencia de la gente enfrente mío— observando. No les importaba. No cuando estaban postrados frente a la elegida que salvó al mundo. La fuerza más grande de todas.
El hombre de traje se acercó y besó mi mano. Incluso en este momento sigo paralizada y con notable expresión seria. Incapaz de reaccionar ante una situación semejante.
—Hemos venido como sus escoltas para darle la bienvenida.
Aquella era la voz más grave que había oído en mi vida. Lograba penetrarte con sólo abrir la boca, esparciendo una sensación escalofriante en tu ser entero. Si habría estado en una situación normal, el sonido de sus cuerdas bocales hubiesen llegado a provocarme algún temor.
Tragué saliva y caminé junto a ellos hasta una gran limusina estacionada delante del aeropuerto. Me pregunto si ellos también seguirán la fachada del director Willson sobre la academia de millonarios, o si de veras lo son.
El chofer me abrió la puerta, y los encapuchados de un sólo parpadeo desaparecieron, aunque muy bien sabía que no dejaron de vigilar.