Sentía cómo cada una de aquellas personas vestidas con exóticos trajes me cubrían con su fragancia, rodeándome, opacando mi aire. Oí a la profesora gritar, disolviendo el grupo de gente a mi alrededor. Excepto por parte de mis más cercanos camaradas. Ellos me recogieron con suavidad, demasiado frágil. Mi mente de nuevo se nubló en la nada, esta vez sin ser capaz de percibir con mis sentidos, por más desarrollados que fueran.
Quería abrir los ojos, pestañear al menos, lo que fuera para extinguir aquel deseo de ansiedad, embriagándome con cada segundo en oscuridad.
— ¿Puedes oírme? ¿Me escuchas? Sigue mi voz.
El paisaje se borroneaba, apareciendo pálidas luces en su contorno. Hasta ser cada vez más persistentes.
Conseguí removerme, sacudirme unos centímetros hacia un lado. Sin dolor, al igual que la movilidad completa. Por lo menos poco a poco podía moverme con mayor libertad.
— ¿Qué…?
Levanté mi espalda, sentada en lo que suponía ser una cama dentro de una sala blanquecina, repleta de luces enceguecedoras.
Oí el tintineo de un objeto metálico cayendo al piso, y mi vista se recuperó por completo.
— ¿Qué…?
Volví a preguntar, sin saber realmente cómo culminar la interrogante.
El doctor se aproximó en un sigilo hacia mí, recostándome nuevamente en la cama, analizándome con preguntas y métodos rutinarios para comprobar mi estado.
—No hay nada fuera de lo normal. Está magnífica…
Su voz se oyó volcado por un mar de pena ¿Por qué razón? Ya no sentía mis células ardiendo en pleno incendio, ni a mis cuerdas vocales desgarrarse por los gritos.
Me sentía bien, pero no parecía estarlo.
— ¿Por qué esas expresiones?
Pregunté al fin. No sólo el doctor estaba en la sala, sino inclusive Willson que aún visitaba la academia.
—Tráeme un espejo.
Ordenó el director Vectore.
—No tienes que asustarte, sigues siendo tú, aún eres la bella jovencita que conocí hace años.
Willson se aferró a mi mano, contagiando el temblequeo de las suyas ¿Por qué tanto pánico?
—No exageren, no se ve mal…
Comentó una voz grave cercana a la puerta ¿Pedro también estaba aquí? Además de madame Pilar a su lado.
El espejo se me fue tendido, volteado al comienzo para no espantarme, pero a medida que lo giraba con mis propias manos logré entender por qué dramatizaban mi apariencia.
Coloqué al instante una mano sobre mi boca, brincando inconscientemente sobre la cama. No podría borrar la ilusión de mi piel siendo estorbada por incontables líneas azules, similares a venas expuestas, pero a su vez movedizas ¡Sí, radiaban una luz en ellas! Exponiendo un efecto visual, en donde parecían estar moviéndose con vida propia. Las arcadas comenzaron a aparecer pero se vieron interrumpidas, retractadas por la aparición repentina de fuertes pasos llegando a la enfermería.
La puerta se abrió de par en par, y Pedro casi se vio estampillado por la pared, aunque logró moverse ágilmente para evitar aquel golpe. Al igual que su rapidez, intenté cubrir mi rostro con ambas manos, tapándolo luego entre mis rodillas. Era un monstruo, y no podía dejar que el equipo élite me viese de esta forma.
— ¡Grace! ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo?
Se aproximó Frey, alborotando por el aire su cabello turquesa, alterado cual ángel preocupado por su deidad. Pero aquella deidad no era una belleza agraciada, sino un completo monstruo apenas revelado.
— ¡Salgan!
Grité, resonando por los rincones de la sala blanca.
— ¿Qué… por qué lo dices?
Retrocedió unos pasos.
Sin ser capaz de pensar solté las lágrimas ¿Por cuánto tiempo me vería así? ¿Sería para siempre? ¿Ahora todos se alejarían de mí?
—Nadie se irá.
Nolan avanzó unos pasos hacia mí, acariciando gentilmente el lomo de mi espalda ¿Por qué continuaría siendo amable conmigo? Siendo esta una circunstancia clara donde todos podrían pisotear y pasar de mí.
Recordé una vez más las marcas en mi cuerpo, comparándolas con las cicatrices de la esposa del director, quien las ocultaba con un velo por temor a que alguien las viera ¿Tendría que empezar a utilizar también uno así? Después de todo, las marcas ascendían hasta dividir mi rostro por la mitad. Tan hostiles y arrogantes.
El rubio aproximó sus pasos despreocupados, rompiendo totalmente la distancia entre ambos, y se sentó a un lado, sin dejar de mover su mano en suaves caricias por encima de la tela. Poco a poco incitó a que levantase mi rostro, había conseguido calmarme y el resto de la audiencia nada más callaba. De manera igual repentina, apartó su palma para colocarla entonces sobre mi mejilla, la cual persistía en relieves indeseados, detestados de espanto.
En cambio, no apartó su piel de la mía y mucho menos sus ojos esmeraldas, brillantes y tranquilizadores. Aquellos continuaban el resplandor movedizo de mis líneas, y por segundos pensé que no se veían tan mal. Si Nolan no había corrido no tenían por qué ser tan temibles.
Frey se aproximó, a una distancia gradual, permaneciendo sin decir nada, pero tampoco sin marcharse de la sala. Creí de nuevo que no estarían mal. No era malo.
Nuevamente un miembro de la élite se acercó, sin ser capaz de continuar el paso. Percibí su miedo. Creí que el resto se aproximaría a mí, pero nadie siguió el ejemplo. Sí, me veían como a un monstruo, porque era en lo que me había convertido.