Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x05. Fuga

1º LIBRO – Realidad y Ficción

5.

Fuga

Llegó la tarde de aquel miserable día. El sol ya se ocultaba tras los rascacielos de más allá, enviando sus últimos rayos de luz a aquella ciudad llena de ruido, de actividad, de gente... Gente que caminaba por las calles sabiendo lo que tenía que hacer en ese momento, disfrutando del fin de un día más en sus vidas. Pero la luz del atardecer ni siquiera podía llegar a ella, lo sentía todo oscuro.

Miraba las grises baldosas de la acera pasando bajo sus pies. ¿Qué iban a comprender ellas? Una no era más que otra entre miles, y con las demás formaba el suelo de la ciudad. Y ella no era más que una persona entre miles, formando con ellas aquel conjunto. No obstante, era diferente, esa tarde era diferente. Ella no encajaba en ese conjunto de personas felices.

Chocaba con ellas constantemente, había tanta... Pero nada le importaba en ese momento. Se sentía tan idiota, empezando a descubrir que no era más que un juguete para alguien a quien ella creía importante. Un juguete igual a muchos otros, y que, como todos, acababan siendo despachados, olvidados, desechables. De usar y tirar, para sustituirlos por nuevos y mejores. Se preguntaba si iba a ser así siempre. Nunca jamás encontraría a nadie dispuesto a estar con ella sin mentiras. Nunca jamás encontraría a aquella persona destinada a estar a su lado pasase lo que pasase. Sólo era un juguete más, demasiado visto, demasiado poco interesante.

Eran las típicas afirmaciones a las que se aferraban las chicas de su edad, el fin de un amorío suponía el fin del mundo. Podría decirse que todos los adolescentes eran idiotas por creer de verdad que el amor eterno se encontraba a los escasísimos 16 años de vida, en los que el humano se mueve más por los instintos básicos de la necesidad del momento que por la razón y por la conciencia real de lo que era la vida, y por sentirse así de trágicos.

Pero no tenían culpa, no era más que otra reacción química programada en la genética como resultado de unas expectativas demasiado altas echadas por tierra, como la risa resultada de algo gracioso. Es lo que diría un iris. Pero Cleven era humana y solamente le importaba cómo se sentía ahora, no el porqué.

Aún tenía las mejillas y los ojos húmedos, pero su expresión ya se había calmado, cansada de llorar. Inexpresivamente, miraba el suelo bajo sus pies, no era quién para ir con la cabeza alta. Paso a paso, descendió las escaleras del metro. Sólo quería irse a casa. Sólo quería dormir, para salir de aquel asqueroso mundo un rato.

Las puertas del vagón se cerraron y se sentó en el asiento, dejando que su mochila resbalase por su brazo y se posara en el suelo. Había gente, pero no tanta como en otras ocasiones, y estaba todo en silencio. Sólo se oía el ruido chirriante de las ruedas del metro sobre las vías.

Por alguna razón, dirigió lentamente la mirada a su derecha, hacia la silla vacía que tenía al lado. No supo por qué, pero en algún rincón de su ser deseó ver otra vez a aquel muchacho que se sentó a su lado el día anterior. Sin embargo, una mujer ocupó ese lugar en ese preciso momento, mientras leía un libro, y apartó la mirada con cierta decepción. Indiferente, volvió a hundirse en sus pensamientos.

Se dio cuenta entonces de que ese chico, Kyosuke, a quien en clase llamaban Kyo, no lo había visto en todo el día, pero ni siquiera tuvo ganas de preguntarse qué le habría pasado. Al fin y al cabo, esa cuestión no superaba su reciente turbación.

“Luego no digas que no te lo advertí”. Su padre era un gafe, pensó. Y no era la primera vez que acertaba.

* * * *

Esa tarde, Yenkis se encontraba en su habitación, sentado en el suelo, rodeado de un amasijo de chatarra y trabajando ensimismadamente en su nuevo invento, aquel aparatito con forma de cubo hecho con diferentes piezas y materiales. Debía continuar haciéndole mejoras. Ya lo había probado el día anterior, pero, para su decepción, aunque su querido cubo llegó a encenderse y a conectarse al ordenador de su padre con éxito, no cumplió con ninguna función más. Al menos, el primer paso estaba logrado.

En una mano sujetaba un destornillador de punta minúscula, que en ese momento estaba usando con sumo cuidado para atornillar un tornillo diminuto en un pequeño circuito electrónico. Sobre la mesa de su cuarto reposaba un soldador, que había utilizado para fundir los pequeños sectores de estaño del circuito, unos tan juntos de otros y perfectamente predispuestos.

El mérito de esto es que Yenkis no se estaba ayudando de ningún libro ni de ningún tutorial de internet ni nada por el estilo. Era una experimentación propia que él se había empeñado en sacar adelante usando su propia cabeza, mediante el método de "prueba y error". Él tenía una inexplicable facilidad para entender la lógica física, incluyendo la electrónica y la mecánica.

Lo único que sí estaba aplicando de otra fuente, era la programación de su aparato, es decir, lo que hacía que tuviera unas funciones, un modo de actuar, cuando se encendía y se conectaba a otro dispositivo. Para esto, había ido a la vitrina del sótano y se había hecho con algunos cuadernos antiguos de su madre donde ella creó algunos códigos de programación para dispositivos vinculantes, que era el tipo de dispositivo que Yenkis había fabricado. Pero le faltaba algún trozo de código en alguna parte, y sospechaba que tal vez se debía a que estaba intentando usar una programación antigua en unos dispositivos actuales más modernos. Pensó que en algún lado podía conseguir ese trozo faltante de código para que las funciones se cumplieran hasta el final.




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