Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x15. El nuevo Ichi

1º LIBRO – Realidad y Ficción

15.

El nuevo Ichi

—Chico... ¡Chico! ¡Despierta! ¡Hey!

Kyo abrió los ojos poco a poco al fin, aunque no quería, pero la voz de aquella niña se le estaba clavando en los oídos. Lo primero que vio fue a la chica que le estaba meneando el hombro. Como cada vez que se despertaba a su cerebro le costaba arrancar, tardó un poco en reconocerla, y entonces se acordó.

Después de haber estado caminando por toda la ciudad, había llegado a las afueras de Yokohama y se había alojado en un pequeño y humilde bar para pasar la noche. El dueño, que era buena persona, había aceptado su estancia allí durante la noche. No iba mucha gente a ese sitio, sólo era un bar de carretera, pero bien acogedor. Lo llevaba un hombre con su hija de diez años, y habían sido muy amables con él.

Se incorporó lenta y costosamente sobre el asiento donde se quedó dormido, y se sintió abatido. Tanto estrés no era bueno, desde luego. Había estado todo el día anterior esquivando a sus perseguidores, y había conseguido contar a cuatro de ellos. Se convenció de que sólo eran esos cuatro los que estaban en Yokohama, por lo que los otros cinco debían de estar en otra parte, quedando claro que se habían dividido para buscarlo.

Pese a que se escondía de ellos, podían seguir su rastro, por lo que habían estado yendo muy pegados a él. No le sorprendería que esos cuatro miembros anduviesen cerca de allí, así que no debía perder mucho el tiempo. Pensaba guiarlos a un extenso campo donde no hubiese edificios ni gente, deshabitado, más allá de las afueras de camino a Tokio, que estaba al lado de Yokohama. Para ello, estaba siguiendo la autovía que llevaba a la capital, de poco más de 15 kilómetros.

Además, había estado alerta con respecto a aquellos extraños pájaros negros que habían estado sobrevolándolo allá a donde iba, vigilándolo, y supo que Sam estaba actualmente al corriente de sus movimientos y que se lo habrá estado informando a los demás. Se preguntó qué iban a hacer sus compañeros.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó la chica, dándole golpecitos en la cabeza.

—Ah... —se sobresaltó, esbozando una sonrisa—. Perdona, ¿decías algo?

—Que si quieres desayunar —sonrió a su vez.

—Mm... No, gracias, no tengo hambre. Aunque un chocolate caliente...

—¡Enseguida! —saltó, dándole un susto al joven, y se fue velozmente a la cocina tras la barra del bar.

Kyo observó a su alrededor. El local no era muy grande, pero era alargado y muy luminoso, pues uno de sus laterales entero era una larga cristalera continua. Él estaba en una de las mesas del lugar junto a las ventanas, y era el único que había allí además de un hombre vestido con un peto y con gorra, leyendo un periódico mientras tomaba un té, en la mesa del fondo. Era un granjero normal y corriente, por lo demás, todo estaba tranquilo. Debían de ser las ocho o así, y a través de la ventana podía ver los coches pasando por la autovía. Todo lo demás era un descampado y más allá había unos almacenes.

Quizá una de las razones por las que Kyo se seguía sintiendo tan decaído era por el ambiente. La mañana estaba gris, con niebla, hacía frío y humedad. Para los iris como él, ese clima era lo peor, y le afectaba físicamente.

De pronto se llevó la mano al pecho. Suspiró aliviado al sentir los dos rollos de pergamino en el bolsillo interior, y la pistola en el otro bolsillo. Todo estaba asegurado.

—Aquí tienes, un chocolate calentito —dijo la chica al acercarse a él con una taza, y se la dejó en la mesa—. Ten cuidado, ahora mismo está muy caliente, deja que se temple un poquito, no te vayas a quemar la lengua.

—Ah, tranquila —sonrió—. Muchas gracias.

—Chico, ¿has dormido bien? —le preguntó el dueño del lugar amablemente al mismo tiempo que se dirigía a otra puerta tras la barra que daba al almacén.

—Sí —contestó.

—¿Cuándo te vas? ¿Te quedas durante la mañana?

—No, me iré en breves.

El hombre le sonrió y se perdió de vista, y su hija fue con él a ayudarlo. Kyo miró la taza humeante, olía muy bien. Realmente estaba muy caliente, recién hecho, y a cualquier otra persona le quemaría la lengua si tomara un sorbo ahora. Pero no a él. Para él, ese chocolate estaba templado. El granjero estaba de espaldas a él, por lo que cogió tranquilamente la taza de chocolate y, con sólo tocarla, al poco rato el líquido empezó a hervir ligeramente. Mientras se lo bebía poco a poco, divisó por la ventana que estaba junto a su mesa a la bandada de pájaros negros volando en círculos por la zona, pero no tardó en desperdigarse y perderse de vista otra vez.

Se preguntó cuáles serían los elementos de las cuatro personas que le seguían de cerca.

En una RS, lo normal era que hubiera un iris de cada elemento, siendo nueve en total: el elemento Viento o Fuu dominaba en realidad la materia gaseosa, cualquier gas, por lo que eran inmunes la hora de respirar gases tóxicos, y podían manipular el aire, derribar, mover, elevar o hacer flotar en él todo tipo de cosas, incluso crear tornados, mediante soplidos o sacudidas de las manos, o con una simple orden mental para los más expertos; también, controlar la presión atmosférica, incluso las ondas de sonido propagadas por el aire. Los Fuu eran los iris más ágiles.




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