1º LIBRO – Realidad y Ficción
19.
El Señor de los Iris
—Venga, a la cama, niños —les ordenó Agatha.
Los mellizos estaban sentados en el sofá del salón de la casa de la anciana, con los pijamas puestos, viendo la tele. A Agatha le sorprendió que ninguno protestó, pues apagaron la tele y se quedaron en silencio.
—¿Qué os pasa?
—¿Por qué hoy dormimos aquí? —preguntó Daisuke.
—Yo quiero dormir con papá —declaró Clover con pena.
—Ay... —suspiró—. Ya sabéis que cuando vuestro padre no aparece es porque tiene un trabajo importante que hacer. Vamos, no os preocupéis, mañana lo veréis. A la cama.
Clover y Daisuke se miraron un momento, y después a Agatha, con una gran expresión de enfado.
—No queremos —dijeron a dúo.
—Mecachis... —resopló la anciana.
Puso los brazos en jarra, cansada. Por mucho que les obligara, si ellos se negaban, jamás conseguiría acostarlos, pues se volverían a levantar de sus camas cuando bajase la guardia, como muchas veces había pasado cuando ambos tenían que dormir en su casa. Antes de que pudiera intentar de nuevo decirles que se fuesen a dormir, sonó el timbre de la casa inesperadamente.
—Ah, ¿quién es? —se sorprendieron los niños, poniéndose en guardia—. ¡Un ladrón!
—Sí, un ladrón que llama al timbre. Calma, quedaos ahí —los tranquilizó la anciana, yendo hacia la entrada con los ojos cerrados como de costumbre—. ¿Quién será a estas horas? —refunfuñó mientras abría la puerta, y se encontró con alguien familiar, oliéndolo—. Ah, ¿por qué no me sorprende? —sonrió con sorna.
—Hey —saludó el que estaba en la entrada pasivamente.
—Vaya, vaya, el señorito Brey Saehara que tan ocupado estaba, ¿qué demonios haces aquí? ¿Zanjaste tu trabajo antes de lo previsto? —le dijo Agatha.
—No, ya quisiera —aseguró, con aire agotado, pasando al interior—. He venido a coger algo antes que nada. ¿Te queda galabria?
—¿Has consumido ya toda la que tú tenías? —se sorprendió la anciana—. Brey, de verdad, no sé hasta qué punto es bueno consumir tanta...
—Es una planta creada por los Zou. Es imposible que sea mala. Es una hierba inofensiva y eficaz para mantenerse despierto, mejor que la cafeína, y como comprenderás, la necesito para esta noche.
—Todo en esta vida en exceso es malo —pronunció Agatha como si fuera un lema que había repetido mil veces—. Será mejor que la cafeína, pero no es más barata que la cafeína, Brey. Tarda en producirse y no abunda. ¿Por qué no te da tu amigo?
—Tampoco le queda. No te lo pediría si no fuera importante. Quiero zanjar esta noche mismo lo que debo hacer, entonces podré descansar y dormir y rela-...
—¡Aaah! ¡Es papá, es papááá...! —interrumpieron los mellizos, corriendo desde el salón hasta la entrada al haber escuchado su voz desde allí.
—... -jarme —terminó Brey la palabra con los hombros tan alicaídos que parecían dislocados.
—¡Has vuelto, has vueltooo! —exclamaron los niños, agarrándose a sus piernas—. ¿Vienes a dormir? ¿Volvemos a casa?
—Sssh, vais a despertar a todo el mundo —los detuvo Brey, cogiendo a cada uno de un brazo, y los llevó a sentarse en el sofá del salón—. ¿Por qué no estáis durmiendo?
—No quieren —respondió la anciana, acercándose a ellos a paso lento—. Estoy de sus huelguitas hasta el moño. Anda, ya iré yo a traerte las cápsulas.
Agatha se fue hacia la cocina, dejando al hombre con los dos niños.
—¿Cuándo vais a empezar a obedecer? —les riñó—. Queréis ser niños mayores pero todavía os comportáis como bebés. Ya está bien de tonterías. Vamos.
Brey sujetó a cada uno bajo un brazo y se dirigió al piso de arriba.
—¡Pero papá, no tenemos sueño! —se quejaron, agarrándolo del abrigo y dando tirones—. ¡Llévanos contigo!
Él los metió en la habitación de invitados, donde había una cama bastante grande, con una lamparita encendida en la mesilla de noche. Fue a dejarlos sobre la cama, pero se aferraron a su cuello con fuerza como dos monos.
—Ay... Venga, no seáis pesados, que me tengo que ir —dijo, logrando soltarse de ellos.
—Siempre te tienes que ir —se enfadó Daisuke—. Hace mucho que no juegas con nosotros.
—Es verdad —corroboró Clover, cruzándose de brazos—. Sabemos que es tu época de estar muy ocupado, pero esta vez tienes incluso menos tiempo que las otras veces. ¿Es que ya no nos quieres?
—¿Tienes que hacer esa pregunta dramática siempre que quieres hacerme sentir culpable? —refunfuñó Brey—. No es justo.
Los dos niños se lo quedaron mirando con cara de pocos amigos, en silencio. Brey acabó por dar un suspiro de desasosiego, y los metió en la cama. Al arroparles con el edredón, se tumbó un poco sobre ellos.
—Aguantad un poco más —les susurró con calma, con cierta pesadumbre—. Tengo menos tiempo que otras veces porque se me han juntado varios temas a la vez. Ya mañana habré terminado el tema que me tiene más ocupado, y tendré algo más de tiempo.
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Editado: 12.06.2024