Cleventine 1: Realidad y Ficción

1x22. Enamorado de una muerta

 

1º LIBRO – Realidad y Ficción

22.

Enamorado de una muerta

 

Justo cuando apenas había pasado una hora desde que llegó del trabajo y se había echado a dormir, Kamui abrió los ojos de golpe al escuchar unos ruidos en alguna otra parte de la casa. Parecían los ruidos de alguien entrando por la ventana de la cocina. Era la única ventana que había dejado abierta. Como daba al patio ajardinado interior de la urbanización, solía ser improbable que alguien pudiera colarse por ella. Antes de levantarse de su cama, cogió el bate de béisbol que escondía bajo el colchón, y se dirigió hacia la cocina despacio y con discreción, preparado para batear la cabeza del intruso.

Nada más pararse en el pasillo, al lado del marco de la puerta de la cocina, vio la leve sombra del intruso que la lejana luz de las farolas del patio interior proyectaba. Entonces, aguantó la respiración, dio un paso adentro y blandió el bate. Sin embargo, en una fracción de segundo, Kamui apenas se dio cuenta de que un chorro de agua golpeó su brazo, y acabó con el brazo totalmente pegado a la pared, cubierto de una fuerte coraza de hielo. El bate cayó al suelo.

—¡Por Dios, Drasik! —respiró Kamui con el tremendo susto encima, reconociendo al chico nada más verlo con sus pelos de loco, y con la luz azul claro que emitía su ojo izquierdo.

—Ups… Lo siento mucho, señor Kinomoto —se apuró el chico, deshaciendo el hielo con un movimiento y liberando su brazo.

—¡Creía que eras algún matón o alguien que venía a tomar represalias conmigo! ¡Sabes que me dedico a una profesión peliaguda!

—Lo lamento, lo lamento, es que no quería llamar al telefonillo y despertarlo. Pretendía colarme por la ventana de la habitación de Nak, pero estaba cerrada, entonces he saltado al otro lado del edificio y he visto la ventana de la cocina medio abierta…

—Ayyy… está bien, me da igual… —lo frenó Kamui, con una cara realmente soñolienta y con sus cabellos largos muy despeinados—. Si vais a hablar de vuestros asuntos de iris, no hagáis ruido, por favor.

Kamui se encerró en su habitación y Drasik abrió la puerta de la de Nakuru sin ningún cuidado, por lo que la chica pegó un salto en su cama y miró con alarma a su alrededor, con su ojo izquierdo brillando de su luz naranja. Al ver a Drasik, lanzó juramentos sobre unas cuantas cosas, pegó un suspiro de desasosiego y volvió a cubrirse con la manta.

—Hey, Nak, no me ignores.

—¿Qué haces aquí? —masculló con voz cansada—. Son las tres de la mañana.

—Venía a preguntarte si te vienes conmigo.

—¿A dónde? —bostezó.

—A la pelea.

Nakuru se destapó y se sentó sobre la cama, frotándose los ojos.

—Espero que se trate de una broma. Si es así, te la perdono.

—¿No? Bueno, entonces me voy.

—Dios mío, Dras, ¿es que tú no duermes? ¿Qué has estado haciendo? ¿No te puedes estar quieto ni un ratito?

—Hasta luegooo... —se despidió con voz cantarina, saliendo por la puerta.

—¡Ni se te ocurra ir! —saltó de la cama y corrió tras él—. ¿Por qué no puedes obedecer por una vez en tu vida las órdenes que te dan? Nuestro trabajo ha acabado por ahora.

—Antes muerto que aceptar órdenes de Raijin —replicó con cara alegre, saliendo de la casa.

Nakuru se quedó en la puerta, siguiéndolo con la mirada. Fue a decirle algo, pero ya lo había perdido de vista. Dio otro suspiro y se llevó una mano a la cabeza, abatida. Pasó de detenerlo, sabía que sería inútil, así que volvió a meterse dentro de la casa con intención de seguir durmiendo. Sin embargo, la conciencia le remordía un poco por dentro.

No hacía ni tres meses que la KRS se había visto envuelta en otro asunto similar, una RS fastidiando a otra, solo que esa vez la víctima fue su aliada ARS, la roja, y le pidió ayuda a la KRS. Incluso Lao echó una mano, puesto que necesitaban el Fuego y Kyo por aquel entones seguía en el Monte Zou. Este tipo de problemas no eran más que pura rutina para los iris, y por una vez que le mandaban algo fácil a Nakuru y a Drasik, este no se conformaba, como siempre.
 

* * * *

 

Kyo ya había llegado al tramo final de la autopista Bayshore, en la bahía de Tokio. Iba caminando con más calma, ahora que estaba fuera de peligro. Había dejado atrás bastantes kilómetros desde la ciudad vecina de Yokohama, los cuales los había hecho corriendo tan veloz como un coche gracias a las habilidades que adquirió con el iris. Pero hasta un iris tenía sus límites físicos.

Tenía un aspecto horrible, ya se había dado cuenta de que iba a tener que comprarse otro uniforme para el instituto. Estaba deseando darse un baño con agua hirviendo y dormir en su cama, llegar a su casa y poder alejarse un rato de todo lo que había vivido. Había estado desde el viernes pasado, hace cuatro días, corriendo de un lado a otro, huyendo de la MRS y preocupado por poner a salvo el pergamino a todas horas.

En fin, ya había llegado al final del entuerto. Se sentía bien, y aprovechó para respirar profundamente el aire de la madrugada y contemplar la ciudad a la que se estaba acercando. Todo estaba solitario, apenas pasaban coches por el puente y sólo se oía el susurro de las aguas del mar debajo.




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