Clever

Capítulo 1

¿Mis héroes o mis futuras pesadillas?

 

Las paredes son frías pero no te juzgan.
Eileen Rains

 

Dos palabras.

Pueblo, de, mierda.

Un, dos, tres... Un momento, esas son tres palabras. Bueno, ¿a quién le importa?

Desde que llegué a esta cloaca, pocilga, hectárea de mierda infernal, mi vida se ha vuelto una completa y perfecta caca perfumada.

Las primeras impresiones, han sido un completo asco. El agua sabe horrible y el cielo siempre está nublado. No veo al puto sol nunca, sin contar que hace un frío mortal, y no hay estrellas visibles en el cielo. La gente es rara, hipócrita, y estúpida... bueno, no tengo argumentos, pero al menos es lo que pienso, pues el la descripción perfecta de la señora Olga, una vieja loca a la que le robo el Wi-fi. Siempre se lo pasa presumiendo sobre su calentador de agua, su rápido Wi-fi, los 143 canales que tiene y su cama de pino fresco.

¿Cómo sabe ella que el pino está fresco? Es sólo un tronco muerto que cortaron, y le pusieron colchón para que no se le astillara el culo.

Para mi, es una simple cama de pino muerto. 

A la mierda.

No está fresco, de hecho, ni siquiera está bien tallada la cama. Creo que si duermo en ella, amanezco con astillas hasta en el culo. Ella piensa que tengo cara de pendeja, y cada día me dice un embuste diferente, a lo que yo simplemente asiento con asombro, y le digo: Guao, señora Olga, ¿en serio?... dígame más.

Aún no logro entenderlo, si tiene tanta plata, la vieja... ¿Por qué no se va de este pueblo antártico en decadencia? 

Bueno, en este momento estoy en su casa. Admito que ambas compartimos gustos e intereses, lo cual me parece genial, pero, en ocasiones dice que soy mal vestida.

Perra.

Sólo tiene envidia de que estoy actualizada, y ella no.

Siempre que necesita ayuda con sus electrodomésticos, y aparatos de tortura para viejas, me busca. Creo que no sólo me vio cara de pendeja, también de Google. Apenas llevo cinco semanas aquí, y ya me debe una millonada. Siempre me ofrece, pero nunca me da nada. Aunque me basta con robarme su Wi-fi.

Hasta el fin por el wi-fi gratis, no me importa tener que lidiar con cosas de anciana.

—Últimamente mi Wi-fi ha estado muy lento... —me comenta.

La miro pensativa, y con interés.

—¿En serio? —creo que tal vez puede ser por la serie que descargué ayer, y las 174 canciones nuevas que añadí a mi playlist. Lo pienso, pero no lo digo.

—Si... creo que llamaré a los técnicos para que lo reinicien —dice, asintiendo con la cabeza lentamente.

¡Coño, no! ya tengo suficiente con que lo apague cuando va a sus clases de Yoga para ancianas. No para de hablar sobre su instructor, dice que tiene trasero de bebé.

Vieja loca.

—¡NO! —grito exaltada, pero inmediatamente de doy cuenta de mi error, retomo la postura—. Digo... no creo que sea necesario. ¿Sabe? A mi abuelo le ocurría lo mismo, eso suele pasar cuando lo apaga. Los MB dejan de fluir con la misma rapidez, y el Wi-fi se pone lento, y algo pesado —digo, con toda la seguridad del mundo.

En clase de historia, descubrí que no importa si estás diciendo mentiras, si las dices con seguridad, hasta las moscas te creen.

—Ahora que lo recuerdo... —me mira ceñuda— siempre lo apago cada que voy a mis clases de yoga rejuvenecedora... —no creo que sea rejuvenecedora, porque usted, cada vez, esta más pasa arrugada.

Se pensó, y se tenía que pensar.

—¡Pues ese es el problema! —exclamo inmediatamente, como si hubiera encontrado la mismísima cura para las lenguas peludas—. Le aseguro, que si lo deja encendido, va a ir mas rápido —le sonrío con seguridad.

—¡No te lo puedo creer! —sus ojos se abren con exageración, y golpea a mesa con la palma de su mano.

—Si, señora Olga, e irá mucho más rápido que antes —Olga sonríe con entusiasmo—. Si le parece conveniente, mañana puedo enseñarle a obtener más canales de telenovelas rusas.

O a robarle la señal de televisión para mi uso personal.

—No te lo... —me mira con gran asombro, mientras levanta sus cejas en altas curvas, muy similares, a la cajita feliz de Mcdonald's— ¡NO TE LO PUEDO CREER! Usted es una niña muy inteligente. Aquí le tengo un dinerito, pero se lo doy mañana, ahorita no tengo cambio.

Ajá, si Luis... finjamos que te creo, Olguita.

—Usted sabe que eso no es necesario, además, me gusta hablar con usted —no es del todo mentira, es entretenidoA pesar de que tengo que explicarle lo mismo como siete veces para que me entienda.

—Ay, linda, es por eso que tengo que dártelo, porque personas que te ayuden, habrán muchas, pero que lo hagan de manera desinteresada, muy pocas. Y otra cosa ma... —coño, ya se va a volver a encadenar.

—¿Qué hora es? —la interrumpo.

Ella se voltea, para mirar su antiguo, y en muy buen estado reloj.

—Son las... —pero de inmediato me adelanto.

—¡Oh, dios! —exclamo—. Ya son las 7:58 pm, debo irme, señora Olga, fue increíble el momento que compartimos, y las galletas muy buenas, pero ya se me hizo tarde. Ya sabe, ¡No apague el Wi-fi! —le digo con exageración, y salgo por la puerta delantera en zancadas, como si tuviera algo bueno que hacer en casa.

—Adiós, querida, vuelve pronto.

Cuando llego, al que ahora es mi hogar: Una casa, con cuatro paredes, con ventanas, y típicas cosas en una casa aburrida.

Espectacular, ¿No? 

Qué novedad.

Lo primero que veo, es a la enana de mi hermana Isabelle, sentada en el sillón viendo a la estúpida de Peppa Pig.

Me pongo en frete de ella, bloqueando la vista hacia la televisión.



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En el texto hay: misterio, hermanos, secretos

Editado: 24.08.2020

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