Gerold no estaba dispuesto a rendirse. La derrota ante Valtheron y los Armatolten lo había dejado malherido tanto física como emocionalmente, pero en su corazón, la llama de la determinación seguía ardiendo con fuerza. No importaba cuántas veces fallara, ni cuántas heridas acumulara; la promesa de encontrar a su hija era lo único que le daba fuerzas para seguir.
Con el paso de los días, se impuso una rutina estricta de entrenamiento. Todos los días de la semana, se levantaba antes del amanecer y se dirigía al bosque Mystre, donde repetía una y otra vez los movimientos que había aprendido a lo largo de los años. Sus músculos dolían y sus heridas aún no sanaban por completo, pero no se detenía. Empuñaba su espada con la misma furia con la que enfrentaba su propia frustración y miedo. Los golpes resonaban en el aire mientras luchaba contra adversarios invisibles, imaginando a cada Armatolten como su próximo objetivo.
Alyssa y Kael lo observaban desde la distancia. Alyssa, con su corazón encogido por el miedo, temía que Gerold no regresara en alguna búsqueda que haga, tras haberlo visto regresar gravemente herido, y aunque sabía que su esposo era fuerte, el temor de perderlo la consumía. Sin embargo, nunca le pidió que se detuviera. Sabía que lo único que lo mantenía en pie era la esperanza de recuperar a Kassia.
Kael, por su parte, lo miraba con una mezcla de admiración y tristeza. Sabía que su padre estaba empujando su cuerpo al límite, pero también sabía que Gerold no se detendría hasta lograr su objetivo. Aunque era joven, quería hacer algo para ayudarlo, ser útil de alguna manera, pero también confiaba en que su padre era lo suficientemente fuerte para superarlo todo. Aun así, cada día se sentía más inquieto, con ganas de acompañarlo en sus búsquedas.
Los domingos, Gerold se preparaba para salir. Era el día en que, con todo el entrenamiento acumulado durante la semana, salía en busca de los Armatolten. Cada vez se adentraba más en el territorio, alejándose más de casa, explorando áreas desconocidas, con la esperanza de encontrar alguna pista que lo llevara a Kassia. Pero las cosas no siempre salían como esperaba.
A veces, encontraba a un grupo pequeño de Armatolten, y aunque lograba derrotarlos, no conseguía ninguna información útil sobre su hija. Otras veces, se topaba con oponentes más fuertes, miembros más experimentados de la organización que lo superaban en habilidad o poder, obligándolo a retroceder y huir, apenas escapando con vida. Y en algunas ocasiones, simplemente no encontraba a nadie, solo el frío silencio de los caminos que recorría lo acompañaba.
El tiempo pasaba, y las semanas se convertían en meses. Los pocos días que Gerold no salía a buscar eran aquellos en los que sus heridas lo obligaban a quedarse en casa, reposando lo mínimo necesario antes de volver a entrenar. No importaba cuántas veces lo superaran, cuántas veces lo derrotaran, o cuántas veces no encontrara nada. Su determinación era inquebrantable.
Cada vez que regresaba herido, Alyssa lo atendía en silencio, sus ojos llenos de preocupación. Kael lo observaba, viendo cómo su padre volvía a levantarse una y otra vez, como si nada pudiera detenerlo. Aunque no lo expresara en palabras, Kael admiraba esa tenacidad, esa voluntad de acero. Sabía que, de alguna manera, él también tendría que encontrar su propio camino para ayudar.
…
El tiempo avanzaba implacable, y ya habían pasado dos años desde la desaparición de Kassia. Dos años de búsqueda incesante, de batallas agotadoras y de esperanzas rotas una y otra vez. Gerold se había vuelto un hombre diferente, más fuerte sin duda, pero también más frío y distante. Su cuerpo, ahora más resistente, mostraba cicatrices que atestiguaban su lucha constante contra los Armatolten y otros enemigos que encontraba en su camino. Cada batalla ganada lo hacía más hábil, pero la carga emocional lo desgastaba de una manera que ni él mismo podía entender.
En esos dos años, también la batalla entre los reinos de Treyidam y Dekuikar se seguida desarrollando en la zona Este del reino de Treyidam, estando ellos en el Sur, no corrían riesgo por ahora, pero si posiblemente se desarrollaría más tendrían que huir a otro lado. Aunque el pueblo ahora guardaba más rencor a la familia por todo el caos desatado.
El cambio en Gerold era fácil de notar. Donde antes era un padre y esposo afectuoso, ahora se había convertido en una figura distante a ello. El estrés y la frustración por no encontrar a Kassia lo estaban consumiendo poco a poco. Había días en los que apenas decía una palabra a Alyssa o Kael, su mente completamente enfocada en la próxima búsqueda, en el próximo rastro. La distancia que había creado entre él y su familia se sentía como una barrera insalvable, aunque ellos intentaban, una y otra vez, llegar hasta él.
Alyssa, en especial, lo notaba. Sus noches eran largas y llenas de preocupaciones, observando cómo el hombre al que amaba se estaba convirtiendo en alguien casi irreconocible. Las pocas veces que lo veía sonreír eran efímeras, y en sus ojos ya no veía la misma calidez que alguna vez la había hecho sentirse segura. Ahora solo veía la desesperación y el dolor. Gerold apenas pasaba tiempo en casa, y cuando lo hacía, su mente parecía estar lejos, atrapada en un ciclo de pensamientos sobre dónde buscar, quiénes podrían tener información, o cómo vencer al próximo enemigo. Alyssa intentaba hablar con él, pero cada conversación terminaba en silencio o en respuestas evasivas.
Kael, por su parte, también sentía el cambio en su padre. Aún lo admiraba, pero esa admiración se mezclaba con una tristeza que no podía explicar del todo. Apenas salía de casa, y cuando lo hacía, era solo por mandato de su madre. Sus escapadas eran breves y cautelosas, evitando cruzarse con cualquiera, queriendo evitar que alguien lo moleste. A menudo, se refugiaba en su habitación, sumido en sus pensamientos, intentando entender cómo había llegado a ese punto.
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Editado: 28.10.2024