El tiempo paso deprisa, noviembre se derramo como lluvia constante y fuerte, el agua y la vida que se pierde… el agua también es corrupta, también destruye y llena de moho lo que ayer fue nuevo, el agua de noviembre se cuela por la casa.
Perséfone abrió su mano para que la lluvia que se abría por la gotera la mojara, quería sentir, pero no sabía que exactamente. Hades la abrazo por la espalda, y en ese instante lo supo…
El medico miro a Reina con atención, hizo unas anotaciones y busco las palabras exactas para explicarle a esa chica menuda y curiosa lo que pasaba. Miro su tez pálida y sus enormes ojeras, su extrema delgadez. Sintió compasión ya que siempre iba sola a consulta, algo encorvada y como si la obligaran a caminar.
El Dr. Rolong se sentó frente a ella, cuidadosamente, trataba de explicarle lo de la biopsia y los resultados, lentamente, para que Reina entendiera. Como reflejo, Reina sujetaba las manos del doctor con una increíble presión, y empezó a hiperventilar. El consultorio empezó a dar vueltas y su corazón se aceleraba hasta el punto de dejarla sin aire. Rogo con el rostro al Dr. Rolong, que parecía calmarla, en el fondo del consultorio una imagen iluminada con el ultimo recuerdo de su mirada verde: Su padre.
Reina lanzo un grito que estaba atrapado entre su pecho y su garganta y se desvaneció.
Perséfone seguía con la vista fija en el agujereado techo, con el agua colándose cada vez más, con su mano empapada, inmóvil, serena. Hades la seguía sujetando con fuerza, pero por primera vez no fue placentero, le dolía, era como mil cuchillas cortando su piel. Quiso llorar de impotencia, su olor era detestable, su contacto irritable.
Perséfone, miraba al cielo con ganas de llorar, pero con los ojos secos, llena de fiebre, con la cabeza atormentada, roja, su piel tan roja impregnada por la ira. Ares había extendido su manto de guerra, Afrodita quito el encantamiento, y Perséfone quería zafarse de ese abrazo que se le hacía repugnante.
Perséfone sentía odio.
Hernán apareció corriendo y visiblemente agitado ante el llamado de Reina. La encontró allí sentada, calmada, absorta en quien sabe que pensamiento, con esa mirada herida y muy pálida. Solo se percató que estaba allí cuando el saludo. Hernán no sabía cómo manejar esto, jamás había llegado tan lejos con nadie.
Reina lo miro por primera vez divertida y sonrió, como dando las gracias que hubiese llegado sin ningún compromiso, que pudiera realmente ser su amigo. Inconscientemente se dejó llevar hasta quedar apoyada en su pecho. Héctor la abrazaba casi como un arrullo, suave y delicado. Héctor veía una chispa, un fuego que se le metía en las arterias. Reina veía un fuego que se apagaba una sombra que le impedía ser feliz, como la imagen delirante que la embargo al ver a su padre.
Su madre la miraba aterrada. Quería acariciarla, consolarla y decirle que todo estaría bien, pero ella y Reina eran dos muros de piedra. La pregunta no nombrada en el tensionante silencio la respondió Reina