No es tan fácil como creí.
Resulta que mi trabajo aquí no es quedarme a disfrutar la fiesta y las maravillas de este hotel de lujo como una invitada más, sino que debo fingir estar en una relación estable de mucho tiempo con Frederik y, por ende, pasar cada segundo del día pegada a su costado, sonriéndole a gente desconocida que ya me intimida sin siquiera haberles visto la cara.
Se preguntarán: "pero Murphy, ¿Por qué no solo te niegas y te vas?". Bueno, la verdad es que estoy un tanto emocionada por arriesgarme a esta locura, además, necesito su dinero, si me niego tendré que buscar una aventura igual de emocionante en casa de la molesta tía ogro. Hay que elegir la opción menos dolorosa.
Sin contar que él en serio cree que debo pagarle el reloj...
—Mi famila es... especial— dice mientras bajamos del auto frente al hotel. La brisa tropical llena mis pulmones de felicidad, casi puedo oler las frutas que crecen en los árboles—. Principalmente mi madre, ella es un poco, ya sabes, estricta. De hecho no nos llevamos muy bien.
Genial, al parecer otra de mis funciones es servir como bandera blanca en una disputa familiar. Espero no quedar en medio de una discusión, sería muy incómodo.
—¿Por qué?.— ahí está esa curiosidad que me mete en problemas y algún día terminará matándome como al gato.
Un trabajador sale del impresionante edificio y se acerca a nosotros, toma nuestro equipaje con tal cordialidad que comienzo a creerme el cuento de que soy un huésped estrella. Todo el lugar destila elegancia, aunque eso no le quita ese ambiente relajado y vacacional.
—No quiero hablar de eso.
Que no es asunto mío, dice.
Ya en la recepción, Frederik se encarga de reclamar la llave de la que será nuestra habitación durante los próximos días. Él había dicho que tendría una para mí sola, otra mentira, pero en realidad las reservaciones ya se habían hecho con anterioridad y sería raro que durmieramos en sitios diferentes siendo una pareja tan estable como la familia cree que somos.
Entonces, un chico se detiene frente a nosotros con cero disimulo y toma una fotografía de mi acompañante con su celular, para colmo no se molesta en quitar el flash.
Es la segunda vez que ocurre, esto se está poniendo extraño.
—Frederik, ¿Eres una celebridad?.
¿Preguntarle a una celebridad si es una celebridad puede tomarse como un insulto?
Él mira al chico directamente, quien se pone nervioso y continúa caminando con la cabeza gacha.
—Algo parecido, soy atleta, he ganado unas cuantas medallas— observo su cuerpo de reojo, cómo no lo pensé antes—. ¿Qué hay de tí, Grace? ¿A qué te dedicas?.
Oh, santo cielo. Piensa rápido.
¿A qué se dedica Grace?.
—Artísta— no es del todo una mentira, pero su mirada expectante espera algo más específico—. Soy pintora.
La decepción cruza su rostro, es tan arrogante y egocéntrico que cree que no se puede vivir del arte.
Idiota.
Me cruzo de brazos, debería dejarle en claro que en esta situación él me necesita más, podría irme y dejarlo muy mal parado frente a su familia.
Un grupo de personas camina hacia nosotros, nos señalan y hablan entre ellos. Estoy esperando los flashes, pero no llegan.
Los analizo un poco más. El hombre que lleva a los dos niños de las manos tiene cierta similitud con Frederik y el hippie de la izquierda es como una mezcla de ambos.
No puede ser.
Tiene que ser una broma.
Pestañeo un par de veces para comprobar que no es una alucinación, pero la mujer sigue acercándose a nosotros con esa sonrisa de caricatura.
La señora de la parada de autobuses viene colgada del brazo del mismo hombre que llegó por ella en el flamante auto el día que Bruno rompió conmigo.
Hasta aquí llegó mi farsa, será mejor que empiece a correr.
—¡Por fin llega el rebelde sin causa!— exclama quien parece ser el padre de los niños, abrazando a Frederik con cariño—. Eres un caso serio, hermano.
Los pequeños ni siquiera se le acercan, de hecho se esconden detrás de las piernas de la anciana. Frederik no los saluda para nada, sólo reparte besos y abrazos a sus demás familiares. Comprobado, el tipo odia los niños.
—Ella es Grace, mi... novia.— ubica la mano en mi espalda y, a pesar de que no me toca del todo, la cercanía me pone nerviosa.
—Sí, yo soy...soy su...
—¡Grace!— la señora de la parada se abalanza sobre mí, rodeándome con sus brazos como si yo fuese una hija que no ve hace mucho. Se acerca a mi oído y susurra:—. Buen movimiento, querida.
Río junto a ella.
—Mi abuela, Mérida, condesa de Monpezat.
Es de la realeza, qué sorpresa. Y pensar que estuve a punto de llamarla demente.
Las rodillas me tiemblan cuando el hombre del auto extiende su mano hacia mí con el ceño fruncido.
—Max, es un placer— estrecho nuestras manos, la mía tiembla como nunca—. Creo que nos hemos visto antes.
—Yo...
—Cariño, Grace es esa chica de la que te conté aquel día lluvioso. Me acompañó mientras te esperaba y hablamos mucho tiempo.— interrumpe Mérida.
—Dijiste que se llamaba...
—Grace.— acentúa cada sílaba y me guiña un ojo. Vuelvo a respirar.
Frederik me observa con una ceja levantada, el mundo es tan pequeño.
—Mi turno de presentarme. Klaus, hermano mayor de este hombre que dice ser tu pareja y ese espécimen de allí— señala con el dedo al hippie que sostiene una taza de café, viste una camisa hawaiana y sandalias, su cabello enmarañado. Me saluda con un asentimiento—. Mi esposo Max, ya lo conoces. Mis hijos, los pequeños Timothée y Artemisa.
Los gemelos agitan las manos con timidez, yo hago lo mísmo.
—Es un placer.
—¿Y los demás?.— la voz de Frederik suena inocente, incluso temerosa.
—Preparándose para la cena con los novios— Klaus se muestra compasivo, la tensión crece en el ambiente, tanto como la curiosidad en mi interior—. Todo bien por ahora, Fred.