La casa de la abuela estaba pintorescamente decorada con macetas de colores y un pequeño jardín cuidadosamente mantenido. El ambiente cálido y acogedor se sentía como un bálsamo para los nervios de Guadalupe. Ian tocó el timbre y, después de unos momentos, la puerta se abrió revelando a una mujer mayor con una sonrisa amable en el rostro.
—¡Ian, cariño! —exclamó la abuela, envolviendo a Ian en un cálido abrazo. Luego, sus ojos se posaron en Guadalupe. —Y supongo que ella debe ser Guadalupe.
El corazón de Guadalupe comenzó a latir con más fuerza al darse cuenta de que Ian había compartido detalles sobre ella con su abuela. La abuela de Ian la miró con curiosidad, pero su expresión seguía siendo amable y acogedora.
—Hola, soy Guadalupe. Mucho gusto —dijo, tratando de sonreír con confianza.
—El gusto es mío, querida. —La abuela extendió su mano y Guadalupe la estrechó con suavidad. —Soy Rosario. Me alegra conocerte finalmente.
La abuela Rosario los invitó a entrar en la casa, que estaba decorada con detalles que revelaban un gusto por lo clásico y lo hogareño. Guadalupe se sintió inmediatamente a gusto, como si estuviera en un lugar donde podría ser ella misma. La abuela les ofreció asientos en la sala de estar y, acto seguido, se encaminó hacia la cocina. Ian la siguió, dejando a Guadalupe sola por un instante.
Su atención fue atrapada por una fotografía colgada en una de las paredes. En ella, un Ian pequeño aparecía junto a sus padres y otro niño de aspecto idéntico, pero con ojos marrones. ¿Un hermano? Surgieron preguntas en la mente de Guadalupe. ¿Por qué Ian no vivía con su abuela o con su padre?
—Lo siento mucho, pequeña, pero no tengo mucho que ofrecer para comer. —Rosario colocó sobre la mesa ratona la pava y el mate, junto a un plato con galletitas dulces. —Ayer vino tu hermano y dejó la cocina prácticamente vacía.
—No pasa nada abuela, igual Pupi puede tomar incluso más mate que vos. — El comentario pareció arrancar una sonrisa complacida a la señora. —¿Cómo esta Santiago?
—Se sigue metiendo en líos, como tu papá. Pero es bueno tenerlo por acá cada tanto.
Guadalupe notó que Santiago, probablemente el hermano de Ian, era tema delicado. Había un aire de preocupación en la abuela Rosario al hablar de él.
—¿La tierra de la entrada es de Santiago? —preguntó Ian. Guadalupe no se había percatado de ese detalle en la entrada.
—Sí, es parte de un nuevo emprendimiento de tu hermano. Pero ya sabes cómo es. Trajo toda esa tierra, la hizo colocar allí y luego desapareció durante dos semanas. El vecino se está quejando porque, en los días de lluvia, el agua se acumula y causa inundaciones —Ian sacudió la cabeza con evidente frustración—. Pero no hablemos de eso. Estoy muy feliz de que hayas venido a visitarme. Solo asegúrate de no descuidar tus estudios, hijo.
—Y usted, señora, ¿cómo está? —preguntó Guadalupe, deseando unirse a la conversación.
—Yo estoy bien, querida, gracias. —La abuela la miró con un destello de curiosidad antes de continuar—. Me hubieras avisado que venías con una chica tan bonita, y habría preparado algo.
—Estoy bien, señora. Gracias. Con mate soy feliz. —Guadalupe respondió con rapidez, deseando ser respetuosa.
—Oh, por favor, no me digas señora. —Rosario rió con una calidez contagiosa—. Podría haber cocinado algo para que te llevaras. ¿Estás comiendo?
Guadalupe notó que la abuela Rosario buscaba hacerla parte de la conversación, pero sus preocupaciones por Ian la mantenían en un estado de constante atención.
—No te preocupes, abuela. Estoy comiendo muy bien. —respondió Ian.
Guadalupe consideró ese comentario como un elogio y no pudo evitar sonreír. Ian lo notó y le devolvió una mirada cómplice.
—¿Son compañeros del colegio? —preguntó la abuela.
No quería poner a Ian en una situación difícil, por lo que se apresuró a responder. —Vamos al mismo colegio, él está en quinto y yo en cuarto año.
—Es mi novia, abuela. —añadió Ian.
Guadalupe sintió una oleada de emoción. Ian la había presentado como su novia ante su abuela; era la primera vez que lo decía en voz alta. Aunque estaba eufórica por dentro, se esforzó por mantener la calma exterior. Sabía que debía controlar sus emociones y no parecer infantil, de nuevo.
—¿Tu novia? ¡Ay, por Dios, hijo! ¿Cómo traes a tu novia sin previo aviso? Mira cómo estoy vestida. Va a pensar que soy una vieja...
—Muy elegante. —La interrumpió Guadalupe.
—¿Elegante? Estoy hecha un desastre. ¡Qué vergüenza!
—Deberías verla de entre casa, abuela. Las remeras de Pupi se sostienen de hilos. — Ese comentario de Ian fue innecesario, se ofendería si no fuese cierto.
Era muy apegada a su ropa favorita y le costaba desprenderse.
—Ustedes son jóvenes, las ropas rotas los hacen ver bien. Las viejas como yo deben vestirse adecuadamente para que no se fijen en nuestra edad. Anota eso, querida, una buena blusa puede distraer a los demás de criticar las arrugas.
Guadalupe rió. —Lo tendré en cuenta, señora.
—Puedes llamarme abuela, si sos la novia de Ian, sos mi nieta.
La abuela Rosario irradiaba alegría y amabilidad. Apenas la conocía, pero ya sentía que la quería.
—No tengo a mis abuelas, así que sería un honor llamarte abuela. —dijo Guadalupe sinceramente.
Rosario la abrazó.
—Ian, es una chica hermosa y amable. Estoy tan feliz. Tu mamá estaría feliz. Estoy segura de que la aprobaría.
—Gracias, abuela. —Guadalupe había perdido a su última abuela cuando tenía doce años, era extraño volver a llamar a alguien abuela.
Sentirse aceptada por la familia de Ian le proporcionaba una sensación reconfortante. Ahora, Guadalupe esperaba que sus padres también aceptaran a Ian de la misma manera.
—Abuela, venía a buscar unas cosas de mi habitación. ¿Aún existen?
—Cuando Santiago comenzó a vender las cosas, logré rescatar algunas. Están en dos cajas en mi habitación. Vayan a buscarlas. Mientras tanto, yo cocinaré algo.