Ni siquiera el llanto del cielo era tan molesto como la llamada de ese tipo, amedrentando mi paz. Si de alguna manera estamos conectados, entonces sabe lo que pienso.
«Oye, escúchame.»
Mira, si puedes escucharme, déjame tranquilo. No me has ayudado para nada, y no creo que lo que acaba de pasar con Julissa pueda traerla de vuelta. Sabes que no te gusta la lluvia. Si me quedo aquí, tal vez tú agarres un resfriado.
«Necesito que me escuches.»
Pero yo no necesito nada de ti, ¿o sí? Lo que sea que vaya a pasar, lo sabré por mi cuenta. Tratar de recuperarla no es sano, no quiero seguir con esto. Sufro, y sé que sufres también, pero no puedo aceptar que tú y yo seamos la misma persona. Yo estoy dispuesto a superar lo que fuimos, a seguir adelante y dejarla hacer su vida. Quiero hacerlo; quiero desaparecer lentamente, porque esa es la prueba de amor más grande que puedo darle.
Bueno, para este punto de mis pensamientos, una campanada en el eco de los charcos llamó mi atención. Era sutil y amable, hasta delicado, incluso. Apenas se escuchaba. Poco a poco, se aproximaba desde mi izquierda.
«Vete, y no respondas.»
¿Qué se supone que sabe? O que sé, o... Esto es complicado. ¿Será que recuerda siquiera qué es lo está pasando este día? Con toda certeza, y conociéndome a mí, no lo creo. Son días tan insustanciales que olvidaría de inmediato. Si yo lo hiciera, seguramente él también. Decidí referirme a mi yo del futuro como "él". Creo que será más fácil.
Es entonces cuando siento una mano pálida en mi hombro. Tiembla por el frío. Aunque nos separen tres capas gruesas de tela, puedo sentir su piel congelándose. Había olvidado cómo se sentía.
Ella, vistiendo un largo abrigo negro hasta las pantorrillas, unos jeans, una camiseta estampada negra, y una chaqueta verde militar tres veces su talla, se aproximó lo suficiente para perturbar mis pensamientos, como tanto le gustaba hacer.
Ella, revolviendo su corto y oscuro cabello que a duras penas cubre sus orejas, y encogiéndose de hombros a causa del frío, me miró como si estuviera buscando a otra persona.
Ella, con ese rostro blanco como un fantasma, y mejillas rosadas, ojos achinados y labios invisibles pero tentadores, y con una media sonrisa casi de disgusto, me vuelve a recordar que no hay nadie que pueda comparársele.
Ella, a quien tanto amo, y quien alguna vez estuvo conmigo, se vuelve a apoderar de los mismos sentimientos que no quiso corresponder.
«Vete. ¡Vete ahora! No le digas nada. No la veas. No la escuches. Solo vete. Vete. Vete. ¡Vete! ¡Lárgate!»
Nunca lo escuché tan alterado. Está gritándome. ¿Por qué me gritas? No lo entiendo. Ella está conmigo ahora... No lo entiendo.
⎯Sofía ⎯balbuceé su nombre⎯... ¿Qué haces aquí?
⎯Mi universidad está al frente de esta parada de autobuses ⎯En lugar de reprochar mi presencia, comenzó a reírse con nervios.
Elijo desconocer sus motivos porque en su momento estuve muy ocupado pensando en otras cosas, pero remueve su otra mano del bolsillo y se acerca a abrazarme. Sin detener su risa ni su paso, solo me abraza. Metió sus manos dentro de mi chaqueta para empujar mi espalda y juntarnos más. Quizás lo hizo solo por frío.
⎯¿Qué haces tú aquí, mojándote? ⎯descuidando aún su risa, me arrastra hacia un techo cercano del edificio contiguo a la parada, y me da un tierno y largo beso.
Por mero instinto, o quizás por costumbre, sujeto sus húmedas mejillas y prolongo innecesariamente el beso. Debieron ser cinco segundos en los que el mundo dejó de existir.
⎯Sabes, estoy tratando de superarte y no estás ayudando ⎯No paró de reírse, y continuó besándome.
⎯¿Acaso estabas esperándome?
⎯No planeé este encuentro, lo prometo ⎯Me puse nervioso, pero tampoco mentía. No pensaba verla⎯. Esto fue un accidente.
⎯Está bien, no te preocupes ⎯ya cubiertos, volvió a abrazarme⎯. ¿No tienes frío?
⎯Bueno... De hecho, ahora no tanto ⎯Se rio⎯. ¿Cómo te fue en clases?
⎯Mal. Hoy tuve una prueba y me fue terrible.
⎯Vamos, no puede ser tan malo ⎯Traté de consolarla, devolviéndole el abrazo y acariciando su cabello.
⎯Es que ese profesor no explica un carajo de su clase y nos pone preguntas de temas que nunca nos enseñó ⎯Se enrolló en mi brazo derecho mientras se colocaba a mi lado y suspiraba.
⎯¿Y hablaron con él? Quizás pueda ayudarles un poco si le explican la situación.
⎯Ya lo intentamos pero no nos hizo caso ⎯Un gesto entristecido se apoderó de su hermoso rostro⎯. Estoy estresada.
⎯Si quieres ⎯justo cuando estuve a punto de preguntarle si puedo invitarle algo, sentí una puñalada en mis entrañas⎯... Olvídalo, no importa.
⎯Si quiero... ¿Qué? ⎯Me sacudió de lado a lado, implorando para que termine mi frase.
⎯Iba a preguntarte si quieres ir a comer o lo que sea, pero no sé...
El silencio secuestró el momento, pero su agarre no se debilitó. Bajó su mano hacia la mía y entrelazamos dedos. Estaba muriendo de frío, pero mis manos sudaban bastante, y puedo imaginarme la razón. En ese momento, un huracán de magnitud planetaria rodeó la costa de mi mente, y me volví presa de sus intenciones. Me volví su esclavo de nuevo...⎯¿Vamos? Quiero papas fritas.
⎯Pues vamos a comprar papas fritas ⎯Y así, tomados de las manos, caminamos hacia la plaza.
Un lugar muy recurrente para estudiantes universitarios; muchos locales de comida rápida y buen ambiente. Hoy está casi vacío por la hora y por el diluvio que azota la ciudad. Por suerte, el sitio que vende las papas que a ella tanto le gusta todavía no cierra. Entramos y ordenamos.
⎯Bueno, ¿y cómo te fue hoy? ⎯Pregunté.
⎯Me fue bien, pero me estaba quedando dormida en clases luego de la prueba. No dormí bien anoche.
⎯¿Y eso por?
⎯Tenía muchas tareas, y aparte estaba estudiando. ¿Puedes creer que terminé recién a las dos de la mañana?