Cofre de Relatos - Antología de Historias Breves

Hambre Infinita

Estoy tan cansado, la vida me parece aburrida, insulsa. Duermo, como, estudio y convivo sin tener ánimos de hacerlo. Sonrío porque sirve para hacerles creer a los demás que me siento bien, que hay felicidad en mí. No lo sé, no encuentro algo que me llene, que me haga sentir, experimentar y querer más. Apenas tengo veinte años, pero siento que ya he existido en este mundo más tiempo del que soy capaz de soportar y por ratos me asfixia la necesidad de acabar con el suplicio.

Hoy me han invitado a salir los únicos dos amigos a los que de verdad aprecio: Felipe y Alberto. Nos conocemos desde la infancia y seguimos frecuentándonos. Ni ellos advierten los pensamientos indebidos que rondan mi cabeza; al menos soy bueno fingiendo. Les han dado ganas de embriagarnos en el bar que acaban de abrir y que, estoy muy seguro, estará lleno de gente que no conocemos o con la que no simpatizamos. En realidad no tengo ánimos de ir, pero han insistido tanto que accedí. Debo reconocer que somos buenos a la hora de practicar el arte de la seducción, así que es posible que me lleve al hotel que siempre frecuento a alguna mujer que caiga en mis redes; esos son de los pocos momentos en que siento una fugaz satisfacción, pero es tan corta que apenas comienza ya la estoy olvidando.

Decido ponerme unos vaqueros azules y una camisa negra, me gusta el contraste que hace con mi piel trigueña. Les aviso a mis padres que saldré, me dan suficiente dinero y dirijo los pasos hasta la cochera.

Cuando por fin logro llegar al bar, noto que hay más gente de la que pensé y me invade el hartazgo. Pienso zafarme en la primera oportunidad.

—¿Qué te pasó, Saúl? ¿Por qué llegas tan tarde? —indaga Alberto en cuanto me ve.

—El cacharro de carro que tengo se quedó parado —me quejo—. Tuve que caminar porque no pasó ningún taxi. ¿De qué me perdí?

Mis amigos lucen como dos niños que han hecho una travesura y presto algo de atención a sus palabras.

—No vas a creerlo. Estábamos tomando muy tranquilos cuando esas dos cubanas se nos acercaron y nos invitaron a beber aquí, en su mesa. —Felipe señala y me hace voltear a ver dos siluetas que esperan en la barra—. No tuvimos que mover ni un dedo y hasta han querido ir por los tragos. ¡Tremenda perla que encontré! De una vez les aviso que yo vi primero a la de la falda dorada.

—Si no es perrito en centro de adopción —le advierto porque la mulata de la falda dorada llama mi atención. Pocas veces he logrado seducir a una mujer así: bella e importada—. Además, tú siempre terminas como ebrio de banqueta. Dale espacio a los que sí sabemos beber. Para que la dejes a medias, no vale el sacrificio.

—Ya veremos —me reta y ofrece su copa para brindar.

—Ni se hagan muchas ilusiones. Ellas merecen a un tipo bien dotado. Les aseguro que puedo con ambas. —Alberto nos avisa que él también está dentro del juego.

—Debo suponer que tú eres el tipo bien dotado —me burlo, aunque en algo tiene razón, es el más sobresaliente si del físico hablamos.

—Pero claro. ¿Quién más lo sería?

Los tres reímos, pero estamos tensos por la competencia que se nos ha presentado. Seguimos platicando un par de minutos más y es cuando la veo de cerca. Ahí viene esa cosa exótica, contoneando sus caderas, tan bien delineadas que parecen irreales. ¡Cubana tenía que ser!

—¿Nos presentan a su amigo? —comenta una de ellas.

—Ah, sí —se apresura Alberto—. Él es Saúl, y no tengo ni idea de qué hace aquí.

—Lisandra —dice la del ajustado vestido azul y me da su mano con coquetería, luego señala a su compañera—. Y ella es Eliany.

Eliany es el nombre de la caderona que atrapa toda la atención que poseo. Debo decir que esperaba un “Melissa” o un “Bárbara”, algo más acorde a su enigmática presencia. Pero nadie puede ser perfecto.

—Es un placer.

Su voz es como un sedante que atonta mis sentidos. Comienza en mi cabeza una discusión sobre cómo puedo hacer que pique el anzuelo porque no pienso dejarla ir. Ahora ya no quiero irme.

«El placer será todo mío», pienso en mis adentros. La voy a tener y este par de aficionados no evitará que lo logre.

Pasa cerca de una hora en la que hablamos de la ciudad, de su país y otras tantas banalidades. Por ratos contemplo a Eliany, que para mi buena suerte eligió sentarse a mi lado, y nuestros ojos se han topado tanto que ya no resisto. Es como si un fuego ancestral se prendiera en mis entrañas, ¡y se quema de manera tan sublime que me da una felicidad desconocida!

—Propongo un brindis por esta noche. ¿Saúl, puedes acompañarme por otra ronda? Yo invito —pide Felipe. Sabe que lleva las de perder porque Alberto ha puesto la mano en la cintura de Lisandra y sus atenciones son excesivas. La tiene en su bolsillo y pronto la tendrá en su cama si no se apresura.

—Voy detrás de ti.

Estando en la barra, mi casi derrotado amigo se acerca como si quisiera contarme un secreto.

—¿Viste cómo se me insinúa Leandra? —pregunta.

Él miente, no se le ha insinuado ni un poco, pero le respondo moviendo la cabeza para no humillarlo.

—La vi que se subía un poco más el vestido, justo frente a mí —continúa hablando.



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En el texto hay: relatos cortos, oneshot, generos varios

Editado: 14.10.2024

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