Cazafortunadas - Microrrelatos

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En la ciudad llena de neón, un grupo de amigas se reúne en un elegante bar, ataviadas con sus ajustados vestidos y brillante falsa joyería. Tenían la intención de cazar algo más que simples oportunidades: buscaban el tan codiciado “sugar daddy”. Cada una ya tenía armada su propia estrategia. Lo primero que revisarían era que llevaran un reloj ostentoso. “Mientras más viejo, mejor”, les recordó una de ellas. Las cuatro chicas se esparcieron entre la multitud, como piezas de un rompecabezas en busca de su perfecto benefactor.

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Cada intento de conversación se convertía en un juego de máscaras, donde el oro y el estatus se desmoronaban tras unas pocas palabras. Una de ellas, la más desesperada porque ya casi cumplía los veinticinco, intentó deslizarse hacia una figura prominente en la esquina, pero se encontró atrapada en un palabrerío de negocios inentendibles. Parecían moverse en círculos, como sombras esquivas en una danza de desilusión.

**3.**

Cuando la noche llegó a su fin, tres de las amigas se encontraron en la acera, exhaustas, derrotadas y un poco alcoholizadas. Solo una logró capturar las atenciones de un dulce papito: un hombre de setenta y tres de piel pálida y canas disfrazadas. Feo de rostro, pero apuesto de billetera. Las otras lo tenían claro: escotes más pronunciados para volverlo a intentar el próximo fin de semana.