La décimo segunda escena de “Peste Negra” no era una escena cualquiera. Era una de las más largas, tensas y reunía a cuatro personajes de la historia. La habían ensayado innumerables veces durante el taller de teatro, que se volvía más complejo e interesante cada mes. Pasó de ser una actividad extracurricular, un hobby, a ser parte esencial de sus vidas, su pasión y compromiso. Los jóvenes actores la repetían una y otra vez, con y sin texto, hasta que sus parlamentos quedasen impresos en su mente con tinta indeleble. Como la escena 12 estaba casi al final, a puertas del clímax de la obra, la mitad del elenco llegaba cansado física y emocionalmente a ese momento. A pesar de ello, continuaban el ensayo.
Existía gran química entre los cuatro: Martín, Camila, Cynthia y Luz. Cuando estaban incompletos, se ofrecían a interpretar el rol faltante además del propio y se divertían en el proceso. Recibían las correcciones pertinentes de su maestro Abel, quien los había instruido desde el primer día que subieron a las tablas. Estaban cerca de alcanzar la fluidez total. O eso creían.
No fue hasta aquella noche, hasta aquel martes de agosto en el que se perdió el hilo de la escena misteriosamente. Un súbito ataque de risa de una actriz contagió a su equipo. Eran los parlamentos, los gestos y la escena misma las que, a pesar del drama y la tensión, provocaban el efecto contrario en los intérpretes. Las incontrolables carcajadas tomaron posesión de ellos, les impedía continuar y repetir la escena. Aquella maldición ralentizaba todo y aquello ponía los pelos de punta al profesor.
Solo ocurría con esa escena. Todo fluía hasta que llegaban ahí. Una sola carcajada y se perdía todo el avance. Ocurrió lo mismo el jueves, durante el primer ensayo general de la obra con las escenas y las marcaciones. Solo bastaba con recordar la clase anterior para que se desaten. También estaba en el intercambio de miradas entre ellos. Los ataques eran intermitentes, llegaban un instante y al siguiente recobraban la seriedad del personaje. Era un círculo vicioso. Además, el controlar la risa consumía demasiada energía.
- Creo que esta escena está maldita – dijo Martín. Iba vestido como Gabriel, el político, con camisa blanca, saco y corbata. –. Solo nos pasa al llegar aquí.
- Sí, es la maldición de la escena 12 – se burló Camila.
Al terminar la escena, los cuatro actores corrieron tras bambalinas lo más rápido posible aguantando la risa hasta llegar a las escaleras y la soltaron. La frustración de Luz al no poder entrar con su personaje se desvaneció al contagiarse con la risa de sus compañeros. En ellas se concentraban la frustración, un poco de enojo y los nervios de los actores al retenerlas.
-¿Qué les da tanta risa? No lo entiendo – cuestionó el profesor Abel, preocupado porque la presentación estaba cerca y no hallaban la forma de solucionar ese problema.
- Son los gestos, creo. – contestó Martín. – No puedo mirar a Cynthia ni a Camila sin que me de risa, profesor.
- ¿Pero qué culpa tengo yo? – preguntó Cynthia.
-Son sus expresiones, Sra. Blanquita.
- Yo tampoco entiendo de qué se ríen. – intervino Luz. – No puedo entrar como Rita por ustedes tres, que se ríen antes de que ella llegue.
Para “romper” la maldición antes de la presentación eran necesarias más horas de ensayo y así lo hicieron. Optaron por la estrategia de agotar las risas antes de la escena para evitar las interrupciones que los sacaban del personaje al instante y era difícil volver a entrar. Con gran esfuerzo trabajaron durante las dos semanas previas al estreno de “Peste Negra” hasta que lograron pasar toda la obra sin interrupción alguna.
Llegó la noche de la presentación. Los seis intérpretes estaban listos para brillar, habían logrado controlarse y eran conscientes de lo mucho que habían trabajado. Nada podía salir mal. La obra fue un éxito. Los espectadores se levantaron aplaudiendo, admirados por la magnífica labor de los jóvenes actores. Una vez tras bambalinas, el profesor Abel y sus alumnos rieron con libertad. Ya todo había acabado. La maldición se había roto.