Bajó mi madre con todos los modales entregándole el regalo a una sirvienta que seguía órdenes.
— ¡Que gusto verte Penélope! — exclamó mi madre falsamente y besó una de sus mejillas.
—El gusto es mío— respondió Sonia actuando de la misma manera.
—También me alegro de verte Gastón. — le dijo dirigiéndose al esposo de Sonia, el hombre solo sonrió y no mostró otra expresión, saludó a mi padre con la mano y yo parado arreglándome los pelos totalmente normal veo a Berla y Miriam abrazarme, con Ian siempre les dábamos golosinas a escondidas. Angelina me saludó con la mano y Samuel me dedicaba miradas asesinas.
Entramos en la mansión y nos sentamos en el comedor en silencio, comimos incómodamente por un par de horas.
—Valentín, mi hijo dijo que te vio jugar al golf, se te da muy bien. —dijo Gastón limpiándose la boca con una servilleta.
—Me llevó mucho tiempo, fui un inútil, un tullido del golf. —comenté nervioso.
Mi respuesta dio pie para que mi padre contara una vieja anécdota de sus tiempos de juventud con Gastón. Aunque fue entretenida duró pocos segundos y nuevamente nos sumergimos en un silencio profundo. Penélope llamó a un sirviente y le dijo algo en el oído, luego pidió disculpas. Cuando pasaron aproximadamente dos minutos, el sirviente volvió asintiendo su cabeza.
—Les pido que pasemos al despacho a conversar, ¿Les parece?— preguntó Penélope poniéndose de pie.
—Me parece excelente. — respondió mi madre haciendo el mismo gesto que Penélope.
—Angelina, acompáñanos. — ordenó Gastón, su padre.
—Valentín, vos también. — me dijo mi padre. Me levantó atónito, parecería un poco extraño que los Berlusconi habían delegado el trabajo de Samuel a Angelina.
—Samuel. — le llamó su padre. —Lleva a tus hermanas a la casa de tu abuelo, te espera un chofer. — él asintió y nos marchamos de aquél lúgubre comedor.
El despacho era completamente negro, tenía una imagen de Ian arriba de la chimenea. Mi padre y Gastón se dirigieron en esa esquina con un vaso de Ron, Penélope y mi madre se sentaron a beber un café charlando efusivamente y con Angelina que llevaba un vestido color beige y un gran rodete, estábamos en una esquina, ella no paraba de hablar, yo solo observaba el cuadro de Ian
— ¿Qué piensas— preguntó Angelina comentándome de una idea, era un monólogo del cual no había participado.
— ¿Qué decías?— volví a preguntar, prestándole más atención.
—Que iré a tu escuela, es una de las mejores, ¡Es fantástica! necesito que me pongas al tanto de todo, ¿Hay periódico escolar?—preguntó sonriendo intensamente.
—Sí, solo lo manejan los que están en años avanzados, ¿Por qué?—pregunté interesado. Nunca me había puesto a pensar en lo importante que podría ser un periódico escolar.
— ¿No sabías? estaremos manejando el periódico de Green City, por eso el regalo de tu madre, quiero estar preparada porque lo voy a llevar yo en unos años más. — dijo Angelina tocando mi hombro algo no andaba bien, asique esto escondías madre.
— ¿Y Samuel?— pregunté. — ¿De qué se encarga él?
—Samuel tiene que lidiar con los negocios, lo están preparando, aunque irá a la escuela como una pantalla para conseguir el título. —Susurró —Papá tiene hoteles, algunos de los cuales están a nombre de Berta y Miriam, hasta que tengan mi edad.
—Tienes apenas diecisiete años Angelina, un poco ambicioso tu padre—dije irónicamente, llamando la atención de los cuatro presentes.
— ¿Qué sucede?—preguntó Penélope mirando a su hija.
—Se alteró porque le comenté del proyecto sobre el impacto ambiental, ¿Recuerdas? lo que encontré fue escalofriante. — mintió. Ahí dentro de esos vestidos y peinados se encontraba la Angelina que hacía de todo por cubrirnos, no había cambiado.
Los cuatro volvieron a su charla habitual y le susurré un "gracias" en el oído.
—No te equivoques, es la última vez que lo hago, solo te protegía por Ian. — me dijo bebiendo un aperitivo.
Nos despedimos cerca de las doce de la noche, luego de una larga noche de miradas escalofriantes y charlas de negocios. Subimos al auto y mi madre estaba feliz, mi padre se alegraba por ella, yo solo recordaba la cara de Ian y el precipicio y las rocas como si fuera con collage de todo lo que pasó ese día. En el camino a casa mi madre hablaba sin parar, sobre sus brillantes y futuras vacaciones, sobre cómo iba arruinar a los Berlusconi.
—Valentín tenes que ser ojos y oídos con Angelina, que no se te escape nada. Por cierto ¿Qué te dijo para que te alteraras? Conozco a mi hijo y no creo que sea sobre un problema ambiental. —dijo mi madre con sarcasmo.
—Entonces no me conoces en absoluto mamá. Angelina es verborragica pero no estúpida. —le contesté subiendo de tono mi voz cruzando mis brazos.
Mi madre permaneció en silencio, le había quitado la palabra, porque tenía razón aunque hubiese mentido, Angelina si estiró la lengua pero no la iba a descubrir, ni siquiera por el bien de su familia.
Mi padre fue el primero que bajó, tenía la costumbre de abrirle la puerta a mi madre, como un caballero, me hacía señas para que aprendiera de esa situación, que algún día, uno no muy lejano debería aprender. Entramos a casa y dejamos los trajes en la entrada, mi madre se dirigió a preparar un vaso de jugo para mí y mi padre revisó su celular que no paraba de sonar.
Me senté en la isla de la cocina, mirando sus movimientos.
—Mamá ¿Mañana que harás de almuerzo? para decirle a nuestra invitada. —pregunté sonriendo la iba a invitar a Dalila, ella aceptaría, solo quería ver la expresión de terror de mi madre y quizás organizar un pequeño caos en mi perfecta casa.
— ¿Quién viene?— preguntó nerviosa poniéndose las manos en la cintura. Sé con certeza lo reservada que es cuando se trata de nuestro hogar.
—Dalila Pousa, ella me enseñó a jugar al golf. — la cara de mi madre se ensombreció. Bingo
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Editado: 09.07.2021