Cómo aprender a besar con Eli Brown

25 | Culpabilidad, mentiras y regalos.

Lo miro atontada. El corazón se me estrujó.

 

Me dolió escuchar esa confesión salir de sus labios porque ahora sabía que no podía corresponderle. Me llevé una mano al pecho, empuñando la tela de mi saco.

 

¿Y ahora qué le decía? ¿Cómo le hacía saber que me gustaba, pero que no lo quería? ¿Cómo le confesaba eso sin herir sus sentimientos?

 

No teníamos mucho tiempo saliendo, pero a pesar de que tanto Samuel como todos en el instituto sabían que había estado enamorada de él por tanto tiempo, ¿ahora cómo le hacía saber que ya no lo quería? Así, de un día a otro ya no me interesaba más.

 

Todavía recuerdo el día después de mi primera borrachera, cuando Jules y Connor me dijeron que había invitado a Samuel a salir y que me había dicho que sí. La manera en que me había emocionado al recordar el primer beso que me había robado o la primera vez que me tomó de la mano.

 

Me sentí culpable, porque a pesar de haberlo hecho inconscientemente, estoy jugando con él. Y Samuel no se lo merecía.

 

Los ojos se me cristalizaron, pero no quise derramar lágrima alguna. En cambio, le regalé una sonrisa falsa, agachando mi cabeza.

 

No podía decírselo ahora, no cuando me había dicho que me quería. Quería esperar un poco de tiempo para terminar las cosas con él ya que, si lo hacía ahora, arruinaría la navidad y año nuevo de ambos.

 

―Supongo que te tomé por sorpresa, ¿no? ―se rio nervioso, rascándose la nuca.

 

―Sí, lo siento, es solo que no me lo esperé. ―volví a mirarlo, todavía manteniendo mi sonrisa.

 

Al final, una lágrima terminó por rodar a través de mi mejilla. No podía con la culpa.

 

Samuel cambió su expresión a una preocupada. Tomó un paso hacia mi y me envolvió entre sus brazos.

 

―¿Qué pasa, pequeña? ―recargó su barbilla sobre la coronilla de mi cabeza.

 

 

“Oh, nada, es solo que me acabo de dar cuenta que no te quiero y planeo terminar contigo”.

 

No, en definitiva, no podía decir eso.

 

―No es nada, ignórame ―me aparté de él―. Vamos, hagamos algo divertido, ¿sí? Tengo bastante tiempo antes de regresar a mi casa.

 

Limpié mi lágrima en un movimiento rápido, cambiando también mi ánimo. No pensaría en esto hasta que en verdad lo requiriera. Por ahora, iba a disfrutar lo que restaba del año.

 

―Música para mis oídos ―sacó su móvil de su bolsillo, revisándolo―. Mejor aún ―sus ojos se iluminaron―. Acabo de recibir un mensaje de mi madre diciéndome que no van a regresar hasta dentro de dos horas más. Harán algunas compras después de ir a visitar a mis tíos.

 

Agitó el teléfono en el airé, mostrándome el mensaje. Tragué duro.

 

Sin previo aviso, me jaló hacia la sala donde se encontraba un gran televisor. Acordamos en ver una película, estaban pasando una navideña, romántica. Samuel preparó palomitas y chocolate caliente para comer mientras veíamos la película.

 

Me ayudó a quitarme el saco y el gorro que llevaba puesto antes de sentarnos en el sillón. Samuel se acomodó en la esquina de este, golpeando a un lado de él para que me sentara enseguida de él. Abrió su brazo cuando tomé asiento.

 

Quería que me recargara en su pecho. Tomé aire. De a poco fui recargándome en él. Samuel soltó una pequeña risa al notar que me encontraba nerviosa de estar en esta posición, pero no dijo nada más, sino que acomodó su brazo sobre mi pecho, casi abrazando mi cuello, sin llegar más abajo.

 

Solté el aliento que estaba reteniendo.

 

Siendo sincera, creo que no presté demasiada atención a la película. Me reía cuando Samuel lo hacía y estaba en acuerdo con los comentarios que él soltaba de vez en cuando.

 

Lo único que toqué fueron las palomitas y el chocolate, el cual ya no se encontraba tan caliente como al principio.

 

―¿Dawn? ―reaccioné cuando escuché mi nombre ser llamado por el castaño. Me incorporé para prestarle atención.

 

―Dime. ―le sonreí.

 

Se quedó serio, observándome con ojos grandes. Cambió su posición cómoda por una más recta, lo cual me hizo girar mi cuerpo hacia él para prestarle atención. Hizo un puchero con los labios, volteando hacia abajo, sonriendo un poco.

 

Me tomó de las manos con sus pulgares trazando pequeños círculos en el dorso de estas. Cuando alzó la vista, sus ojos se vieron iluminados.

 

―¿También me quieres, verdad? ―se mordió el labio por breves segundos― Sé que tenemos poco juntos, pero lo que dije hace un rato era verdad, es solo que tú no me correspondiste. Pero si no estás lista para corresponderme, no es necesario que lo hagas, es solo que no quiero perderte. ―besó mis manos.

 

Caquita, ¿qué rayos hago ahora?

 

Entré en pánico, intentando ocultarlo lo mejor que podía y rogando que mi nerviosismo no me delatara.

 

Me reí bajo, imitando sus acciones anteriores antes de animarme a hablar. Respiré profundo, sabiendo que lo que estaba a decirle era la mentira más grande que podría decirle jamás.

 

Pero, aun así, lo hice.

 

Antes de decir algo, me acerqué a él, besándolo, como si estuviera disculpándome en avance antes de engañarlo.

 

―Claro que sí, Samuel. Muchísimo.

 

¿Lo peor? Se lo creyó.

 

***

 

―Connor llamando a rojita, Connor llamando a rojita. ―sentí cómo golpeó dos veces mi cabeza suavemente con sus nudillos.

 

Giré mi cabeza a ambos lados, por fin regresando a la realidad, donde estaban mis amigos, viéndome con curiosidad.

 

―¿Sí?

 

―Que prestes atención, panqué. Estamos a punto de comenzar con el intercambio que hemos acordado, ¿recuerdas? ―habló Eli a mi lado.



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En el texto hay: besos, aprendiendo a besar, panque

Editado: 23.08.2021

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