Cómo aprender a besar con Eli Brown

28| El primer corazón roto de Dawn.

Tomé mis cosas lo más rápido que pude. Me puse de pie y sin más preámbulos, comencé a caminar, dejando a Eli atrás.

 

Cuando estaba a punto de cruzar la calle, Eli tomó mi mano, deteniéndome. Me volteé para mirarlo.

 

Su expresión se veía confusa, y lo comprendía. No le había dado explicaciones, pero no era el momento de dárselas ahora mismo, lo que tenía que hacer podía contárselo después.

 

Era como una inyección directa de adrenalina, ya que con una sola pregunta, el mundo de mi comprensión se iluminó de repente. En verdad quería decirle, pero si lo hacía ahora, lo más seguro es que terminaría aplazando la situación con Samuel, algo que no quería hacer más.

 

―Espera un momento, ¿a dónde vas? ―le di un apretón a su mano, haciendo nuestro agarre un poco más fuerte. Comencé a ponerme nerviosa ante el contacto físico que compartíamos.

 

Su toque no era nada nuevo para mí, pero esta vez, después de todo, se sentía diferente. Como si fuera la primera vez que sostuviera mi mano.

 

―No te preocupes, Eli, estaré bien, es solo que no puedo decírtelo ahora, ¿de acuerdo? ―lo miré a los ojos, con la respiración entrecortada ―Prometo contarte todo una vez lo haga.

 

Apretó los labios unos segundos, asintiendo no mucho después.

 

―¿Y qué hay sobre mi respuesta? ―me tomó la otra mano. Ladeó su cabeza, observándome con ansiedad. El corazón me revoloteó al verlo. Me reí, acercándome un poco más a él, cerrando el poco espacio que había entre nosotros.

 

―A las doce en punto.

 

―¿A las doce en punto, qué, panqué?

 

―A esa hora, cuando el año acabe y uno nuevo comience será cuando te diga la respuesta a lo que me has preguntado hace un rato.

 

―Prométemelo.

 

Acaricié sus manos con mis pulgares, regalándole una sonrisa.

 

―Lo prometo, naranjita.

 

Una sonrisa comenzó a dibujarse sobre su boca, una pequeña, pero llena de orgullo, como si hubiera logrado algo maravilloso.

 

―Pero ahora debo irme, de verdad. Antes que el día se acabe y tenga que regresar a casa.

 

―¿Quieres que te lleve?

 

Oh, oh.

 

Me quedé paralizada.

 

En verdad no me vendría nada mal un aventón, me ahorraría bastante tiempo y podría terminar todo más pronto, pero al decirle a Eli que iría con Samuel después de su confesión, no pensaba que podría interpretarse de una buena manera.

 

Si quería hacerle saber lo que sentía a Eli, sería cuando no tenga ataduras y pueda ser libre de poder salir con él sin remordimientos.

 

―A mi casa.

 

―Vamos, súbete.

 

El corto camino de regreso pude ver cuán retraído se veía el rubio, tal vez se estaba haciendo pensamientos que no eran acertados. Hasta se sacó el audífono del oído, y se había cubierto el rostro con su cabello.

 

De alguna manera podía intuirlo ya que estaba mucho más serio de lo normal.

 

Sentí que se estaba escondiendo de mí. Aún no superaba esa inseguridad que venía atada a su sordera. Tal vez se sintió así cuando no le respondí o cuando de repente quise irme. El corazón se me encogió.

 

Me llevé una mano al pecho, empuñando la tela de mi ropa.

 

―Eli, yo…

 

―Ya llegamos, Dawn. ―paró el auto.

 

¿Dawn? ¿En verdad me había llamado por mi nombre? No me había llamado así desde… nunca.

 

―Nunca me has llamado así.

 

―Así te llamas, ¿no? ―evitaba mi mirada mientras charlaba conmigo. Estaba pintando una línea entre nosotros.

 

Se estaba retrayendo.

 

Me odié por breves segundos.

 

―Dime “panqué” ―pedí, volteándole el rostro con la mano, obligándolo a que me viera―. Nunca me has llamado por mi nombre. Y si lo has hecho, no has sido así de frío jamás.

 

Siguió sin decir nada, todavía evitando mirarme a los ojos. A pesar de que no me encaraba, mantenía su vista fija en mis labios. No movía su mirada de ahí.

 

―Esto no tiene nada que ver con tu sordera, naranjita. Es solo que debo hacer algo realmente importante antes de darte una respuesta.

 

―Vas a rechazarme, ¿cierto? Por eso estás huyendo. De seguro tú tampoco te fijarías en alguien sordo. Soy un estúpido. ―se rio con amargura, pasándose una mano por su cabello.

 

Abrí mi boca de la sorpresa. Sus ojos bailaban de un lado a otro. Me quité el cinturón de seguridad y me acerqué a él.

 

―¿Cómo te hago entender que tu sordera no es un defecto? ― Hablé lento y conciso, para que pudiera leerme los labios. Lo tomé de la nuca y lo atraje hacia mí, abrazándolo― Así como eres me gustas, no cambiaría nada de ti. Así como eres te quiero.

 

Me di el placer de poder confesarme en voz baja a sabiendas que él no podía escucharme. Aún no se había colocado de nuevo el audífono.

 

―Lo siento, no te escuché…

 

Me aparté de él, tomé su aparato auditivo y se lo coloqué con cuidado. Noté su oreja roja e irritada, tal vez por haberlo usado tanto tiempo.

 

―Eli Brown, no hay nada mal contigo, ¿me entiendes? ―le repetí palabras que antes había dicho― No hago esto porque creo que tu sordera es algo malo o algo por lo cual sentirme avergonzada o cualquier otra cosa que pienses.

 

―No me mientas, Dawn.

 

―Nunca lo he hecho, ¿cómo te hago entender?

 

Su rostro cargaba una expresión neutra. Tomó mi mano y me jaló hacia él. Juntó nuestras frentes y cerró sus ojos. Soltó un suspiro por la nariz, llevando su mano a mi mejía, acariciándola levemente.

 

―¿Me darías un beso, panqué? ―habló, llamándome al fin por mi apodo.



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En el texto hay: besos, aprendiendo a besar, panque

Editado: 23.08.2021

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