Como Dos Gotas De Agua

Tomatito

Apenas escucho el sonido del silbato corro con todas mis fuerzas.

Son las siete de la mañana del domingo y Maureen y yo estamos en la misma deportiva donde trabajamos. Esta vez, en lugar de venir para ayudar a un grupo de chicos, ella vino para ayudarme a dejar de ser tan floja.

De acuerdo, no vinimos para eso, explícitamente.

Anoche dejamos por la paz el tema de Carson, hablando de la escuela, su cumpleaños, el trabajo... A la Anya de anoche le pareció genial la idea de entrenar cada domingo por la mañana para no dejar pasar tantos días sin actividad física entre cada entrenamiento, sobre todo cuando Maureen mencionó que a la que le tocaría correr este martes sería a mí. 

Anya del pasado... Jamás perdonaré a esa perra.

Otra vez estoy hiperventilando y viendo puntos de colores sin importar a dónde volteé a ver. Acabo de terminar la primera vuelta completa a la cancha de básquet, y aunque llegué hasta este punto sin bajar mi ritmo, sentirme bañada en sudor y ver a Maureen tan fresca en la mañana hace que la odie un poquito.

—¡Sigue Anya, lo puedes hacer aún mejor!

Si ella va a ignorar mi sufrimiento, yo voy a ignorar sus comentarios. Con los muslos quemándome por el esfuerzo, me agacho para tomar la botella de agua que trajimos, y cierro los ojos mientras le tomo para no sentir que los rayos del sol me queman los ojos.

—¡Llevas una y no nos vamos a ir de aquí hasta que puedas correr cinco seguidas! ¡Vamos, vamos, vamos!

Tengo ganas de contestarle que, si tanto quiere, que corra mejor ella sola esas cinco vueltas a la cancha. Pero tomando en cuenta que ella puede correr diez sin marearse de la manera en la que yo lo hago, desisto.

—Si no puedes ni con una hoy, ¿qué te hace creer que podrás con diez el martes? 

—Ya no quiero —rezongo.

—¡Hazlo por el dinero!

Aunque no mantengo el mismo ritmo que en la primera vuelta, consigo mantener el paso suficiente para no caerme mientras empiezo a trotar alrededor de la cancha una vez más. Casi puedo sentir a las palomitas y las papas fritas de anoche subir hasta mi garganta. Entre la respiración pesada y mis tenis azotando contra el suelo, me da pena ajena escucharme a mí misma intentar correr las vueltas a la cancha, ni siquiera entiendo cómo es que Maureen puede soportar tanto esfuerzo físico sin rechistar.

Paso a su lado una vez más y ella vuelve a gritarme palabras de ánimo, así que ignoro los puntos de colores de mi visión y mantengo el paso, sé que si intento ir más rápido me caeré al suelo, y aunque no suena mala idea fingir un desmayo y descansar acostada, el sol aún no ha calentado lo suficiente al piso, no me quiero tirar a congelarme sólo porque sí.

—¡Controla la respiración! ¡Uno, dos! ¡Uno, dos! ¡Uno, dos!

Sólo déjame ir y ya.

Para a quien no le ha quedado claro, internamente estoy llorando. Mucho.

Sé que mi amiga sólo quiere ayudarme, y sé que nadie nace pudiendo correr las cinco vueltas que me pide de una, pero ya no siento a mis piernas y, por otro lado, los brazos me pesan porque no sé qué hacer con ellos.

—¡Van dos! ¡Tú puedes Anya!

********

Abro los ojos cuando siento al chorro de agua golpear a mi rostro.

—Oye, qué te pasa —aunque pudo haber sido una pregunta, la afirmación que le suelto a Maureen está cargada de enojo.

—No te vas a querer ir de aquí con tanto sudor en la cara. Demasiada sal te va a entrar en los ojos si lo dejas escurrir.

Ugh.

Pudiste haberme dicho eso estando cerca de un baño, en lugar de tirarme encima el agua estando acostada.

Miro mal a mi amiga mientras me levanto del suelo, no con su ayuda, apenas sin hiperventilar. Entre lograr correr las cinco vueltas seguidas (lo que hizo que terminara corriendo más de diez hoy), sus respectivas pausas, y practicar algunos de los ejercicios con balón que tuvo Maureen el jueves, terminaron dándonos las doce del mediodía.

—Necesito comer otra vez.

—¿Vamos a tu casa o a la mía?

—A la que tú quieras manejar, sólo llévame.

Maureen ríe dándome un codazo, comenzando a avanzar hacia la salida.

Trajimos dos sándwiches y fruta para comer durante los descansos que nos dimos, porque ninguna de las dos pensó estar aquí tantas horas. Y aunque casi los vomito, agradezco infinitamente casi vomitar a cambio de no haberme desmayado.

Eso no quita el hecho de que otra vez camino raro y lento, siento el cuerpo hinchado y demasiado quemado a pesar del protector solar que seguramente ya sudé por completo, y he de tener una cara de muerta que por supuesto que no quiero ver.

—Maureen...

Me dirige una rápida mirada.

—Cárgame —lloriqueo.

—Aunque quisiera, no creo aguantar tu peso caminando de aquí al carro.

A pesar de que la diferencia de altura entre ella y yo es de tres centímetros, la adolescencia la hizo a ella mucho más delgada de lo que yo soy. Aunque ahora que sé que ella lleva quién sabe cuánto tiempo haciendo ejercicio a mis espaldas, empiezo a creer que más bien hizo trampa.

—Si de verdad haces tanto ejercicio, deberías poder cargar con el peso de tu mejor amiga.

Me dejo caer en peso muerto a su lado, pero ve venir mis movimientos así que me sostiene, no sin cierta dificultad.

—¿Acaso no puedes con el peso de nuestra amistad? —Lloriqueo de nuevo en su oído.

—¡Ya, babosa! Voltea al frente —dice Maureen en voz baja estirando su ropa, un gesto inconsciente que hace cada vez que mira a alguien guapo cerca.

No. No. De verdad no estoy lista para esto ahora.

—¿Quién viene?

—Voltea.

Empujo mi cabello hacia atrás en un intento de verme un poco menos desastrosa y levanto la cabeza.

Los bonitos ojos miel del chico de soccer están buscando la cancha de fútbol para mostrársela a sus acompañantes, otros tres chicos, que avanzan con paso firme atravesando la entrada principal.



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En el texto hay: amor, amistad, preparatoria

Editado: 14.07.2024

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