Las manos me sudan y tengo la boca seca pero siento que he hecho un buen trabajo. Roberto está a la salida del escenario y me da un abrazo que dura un rato.
- Estoy tan orgulloso de ti –me dice frotándome el pelo.
Sé que está emocionado y orgulloso de verdad, la emoción y el orgullo de un padre que quiere todo para su hijo. Intento contener el llanto que amenaza con desbordarme y voy al baño a lavarme la cara.
A lo lejos veo que Allegra está esperándome en el parking, junto a mi coche. Sospecho que no puede estar ahí e intento descifrar su expresión, mitad serena y mitad triste. Es bastante obvio que mis discurso no le ha dejado indiferente, aunque con ella, quién sabe. Observo que hay una buena franja de piel entre sus vaqueros claros y su camisa rosa pálida. Aprovecho para intentar quitar hierro al asunto.
- ¿Está permitido que las chicas buenas en colegios caros enseñen tanto?
Me acerco más al coche. Pone los ojos en blanco y esboza una media sonrisa.
- Depende de quién sea el cachas que venga a darnos la charla –se encoje de hombros.
Dejo mis cosas en el maletero y me acerco a ella.
- ¿No deberías estar en clase? –digo quedamente.
Asiente con la cabeza y se acerca un poco más. En un abrir y cerrar de ojos le tengo abrazada a mí con mucha fuerza. Aprovecho para aspirar su aroma, siempre diferente pero siempre a ella.
- Lo siento –me abraza más fuerte–. Lo siento. Lo siento –repite.
- ¿Qué sientes? Eso es parte del pasado. Las cosas fueron así, no es culpa de nadie.
Se separa de mis brazos y me examina con sus ojos vidriosos de color miel en busca de algún rastro de tristeza.
- Por lo menos, ya estamos empate en esto también –le digo–. Tú también sabes las piezas rotas de mi puzle.
- Gonzalo, por dios. Eso no es nada con mi historia de amor adolescente.
Ladeo la cabeza y frunzo el ceño. No quiero verla preocupada.
- ¿No soy yo tu primer amor platónico?
Alza la ceja y niega con la cabeza.
- De platónico nada. ¿A dónde me vas a llevar? –pregunta curiosa.
Estallo en una carcajada, y le froto la cabeza como si fuera una niña pequeña.
- De eso sí que nada. Pásalo bien en química. Te traigo la merienda luego, si quieres.
Aprieta los labios y me mira con rabia. Me enseña el dedo corazón y se da la vuelta de nuevo hacia el interior del edificio. Rompo a reír y no puedo evitar decirle algo.
- Descuida, ¡te recojo a las tres!
Subo al coche y me dirijo al local donde he quedado con los Chavos. Tras varias llamadas por fin he conseguido que acepten mi propuesta. Cuando llego me dan una gran caja y me dicen que desaparezca. La meto en el maletero y la abro cuidadosamente por un costado. Hay cientos de bolsitas de plástico con polvos y pastillas. Varios kilogramos. Espero quitármelas de encima lo antes posible.
He quedado con mis amigos para comer algo por ahí en una cafetería cerca de donde estudian. Aparco como puedo y cuando llego ya están los tres sentados en la mesa mirando la carta. Deben estar diciendo alguna chorrada porque se ríen como si no hubiera mañana. Les he echado de menos.
- Aquí está la nenaza que ahora se dedica al bricolaje –dice Mikel.
- Sabemos la razón por la que nos ha vendido el cabrón. Hay una chica que también se dedica al bricolaje –le sigue Edu.
- Y se inventa de excusa que tiene que ayudar a Kike con la mudanza –se bufa el primero.
- Basta ya, cotorras. Ya estoy en casa de nuevo.
- ¿Quién es la chavala? –pregunta Guille más sutilmente.
- Es complicado.
- ¿Cómo de complicado?
No me van a dejar rendirme, lo sé.
- Todo lo complicado que puede ser una mocosa hermana de tu cuñada –digo irritado.
- ¡La hermana de Nora! –vociferan a la vez– Si es igual que la hermana...
- Si está igual de buena, no hay problema –apunta Edu–. Acordaos de la prima. Encima ni si quiera presenta, todas para él.
- Bueno, ¿te la has beneficiado ya? –inquiere Mikel.
- Claro que no.
Me miran extrañados y se miran entre ellos.
- Pero, ¿habrás estado quedando con alguna otra, no?
Niego con la cabeza y ellos se vuelven a mirar entre ellos. ¿Tan raro es? Un poco sí pero es Ale, nunca la usaría para eso. Aunque tampoco quiero nada con ninguna otra. Como rápido evadiendo su interrogatorio sobre los últimos días como puedo.
- Tengo que irme –les digo dejando un billete de veinte aun sabiendo que debo mucho menos.
- ¿Ya?
- Ale sale a las tres. Voy a recogerle –me levanto de la silla y cuando estoy a punto de salir por patas, vuelvo a girarme–. Por supuesto que me gusta y por supuesto que iré a por todas pero cuando sea el momento. No voy a hacer lo mismo que con las de una noche si a ella le quiero para mucho más. Nos vemos, tíos.
Conduzco mi Honda relajado. Dejo atrás el pensamiento de que lo que tengo en el maletero me llevará a la ruina porque por primera vez en mucho tiempo voy a decir a alguien que quiero que se quede a mi lado. El sistema automático del coche me informa de que tengo que echar gasolina y paro en la gasolinera más cercana. Me dirijo a pagar y veo un libro de un autor italiano que me dijo Allegra que le encantaba y lo compro también.
Cuando llego al aparcamiento de nuevo, cojo un bolígrafo de la guantera y le pongo una dedicatoria. Le encantará, de eso estoy seguro.
Le veo salir muy contenta con sus amigas, les da un abrazo y viene hacia mí, haciéndose la interesante. Apoya la mano en mi hombro y me da dos besos como si saludara a un conocido. De eso nada, le cojo de la cintura y le acerco a mí. Estamos a escasos centímetros de distancia y solo se oyen nuestras respiraciones entrecortadas. Me mira provocadora y se muerde el labio. Hasta aquí la hermanita pequeña de Nora. Me hago con su boca y ella se abandona en un beso profundo y se acomoda entre mis brazos. Unos instantes después le separo recordando que estamos en el parking del colegio. Algunos chicos miran divertidos la escena.