La semana pronto llegó a su fin. En un abrir y cerrar de ojos, el viernes había llegado, y Nicole decidió levantarle el castigo a su querida y caprichosa hija, no sin antes dejar en claro una severa advertencia de que, si el incidente anterior, o cualquier otro que atentara contra su vida e integridad, volvía a repetirse, Julio se enteraría de los acontecimientos.
—¡Ahora sí! —gritó Adriana mientras lanzaba los vestidos y zapatos de Olivia fuera del armario—. Vamos a salir, nos divertíremos como siempre lo hemos hecho, y aparte regresaremos temprano para que tus padres no se molesten. Ustedes déjenlo todo en mis manos, que yo me encargo del resto. Primero iremos a comer, después daremos una vuelta al centro comercial, y cuando se llegue la noche, pasaremos a cualquier discoteca que esté de moda. ¿Sabían que mi segundo nombre es Adriana Diversión?
—Yo siempre pensé que te llamabas Adriana Michelle.
—También. Pero primero va Diversión.
—¿Y según tú —Liv tomó uno de sus propios vestidos—, a dónde planeas llevarnos? Siento que ha pasado siglos desde la última vez que salí de mi habitación. Y no, la escuela no cuenta como salida.
—Yo qué sé. A cualquier lugar, menos aquí.
—A donde sea, pero que pueda respirar. ¡Siento que me ahogo!
—¿Te sientes bien, Liv? —Erika pasó sus dedos entre el cabello de su amiga, pero la mirada de Olivia se dejó caer sobre el vestido que minutos antes había recogido.
—Sí, no se preocupen. Estoy bien.
—Si no tienes ganas, podríamos quedarnos a ver películas y comer palomitas como lo hacíamos antes de que te fueras a Malibú.
—¿Y perdernos una noche de eterna fiesta? Olivia está perfecta para dar una vuelta con sus dos mejores amigas. ¡Mírala!
Y en respuesta, la joven trató de sonreír.
Mientras se arreglaba el cabello, Olivia mantuvo su mirada en el espejo, sus amigas terminaban de ponerse sus vestidos al fondo de su habitación, y ella, en completo silencio trataba de enfrentarse a sus propios sentimientos. Hoy no quería ponerse tacones, hoy no quería ponerse vestidos cortos, maquillaje y bolsos caros. Hoy solo quería estar cómoda y feliz. No estaba con James, estaba con sus amigas, y a pesar de ello, sentía la carga negativa de aquel hombre que le susurraba una y otra vez: sin todo eso no te vez bonita.
—Liv, ¿estás bien? —Erika apoyó su mano sobre ella.
—Sí, estoy bien. Estoy tratando de decidir si ponerme tacones, o solamente… usar tenis.
—¿Tenis? No pensarás usar un vestido con deportivos, ¿verdad? Se vería espantoso.
—Deja que se ponga lo que quiera, Adriana.
—No discutan. Creo que sí terminaré poniéndome un par de plataformas —falsificó una sonrisa—. Además, ya es tarde y al final de todos nuestros planes iremos a una discoteca. No creo que ir con tenis sea tan… ¿apropiado?
—Exacto. No lo es.
Antes de salir, Olivia tomó su cartera de la mesa y metió varios billetes junto con sus tarjetas. Las tres amigas se veían hermosas, completamente preciosas y dispuestas a disfrutar de la mejor noche de la semana, una semana que se debían por todo lo que había sucedido.
—¿Cuánto falta para que comience el Carnaval? —Erika se apoyó en el asiento en el que Olivia manejaba.
—Yo que sepa es hasta el mes de mayo.
—¿Carnavales? ¿Desde cuándo nosotros somos de carnavales? —Olivia se comenzó a reír.
—Nunca hemos ido a uno, pero esta vez sí quiero ir. Me han dicho que es hermoso y… colorido.
—Olivia tiene razón, jamás hemos sido de Carnavales, pero créanme que si en esos festejos se sirve alcohol, ahí estaré presente.
—Y Erika y yo podríamos hacerte segunda.
—Eso nunca lo dudes…
—¡¡¡Aaaah!!!
Olivia consiguió frenar antes de que el accidente pasara a mayores, otra vez, pero lo que no logró, fue evitar el enorme susto con el que Adriana y Erika gritaron. Las tres se aferraban a sus cinturones, y al frente del parabrisas, una carita medio adormilada y cansada por el sol de la tarde la observaba con irritación.
—¿¡Otra vez tú!? —Liv golpeó el volante.
—¡Lo mismo me pregunto!
—No pienses que esta vez voy a salir para saber que estás bien, ¡idiota!
—¡Vieja loca! —y en un acto de imitarla, Kevin golpeó con ambas manos el frente de su auto. Después se alejó.
—¿Qué me dijiste, piojoso de…? ¡Repite lo que me dijiste!
—¡QUE ESTÁS LOCA!
Pero aquella respuesta fue la gota que derramó el vaso. La joven se quitó el cinturón de seguridad, miró al muchacho que caminaba alejándose de la carretera y se fue detrás de él.
—¿¡Qué demonios te sucede!? —le gritó.
—Lo mismo me pregunto sobre ti. Comienzo a creer que de verdad quieres asesinarme, Olivia.
—¡Eres tú el que se pone en medio de la calle!
—¡Síííí! Seguramente yo tengo deseos de morirme y busco que algún auto me dé la eutanasia gratis. Además, ¡saliste de la nada!
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Editado: 18.02.2023