Aquella mañana había llegado con un grisáceo cielo encapotado, el frío se podía sentir hasta los huesos y el viento no paraba de silbar por encima del cuello de las cazadoras. Era el alocado mes de abril que comenzaba con sus lluvias, sus vientos y sus torrentosos aguaceros que se dejaban venir por las noches. Kevin, Hugo y Gabriel ya tenían rato atendiendo a los autos y abrigándose con los suéteres y las bufandas; Pepe se quejaba sobre la venta de sus paletas, y Gabriel hacía la apariencia de prestarle atención. De repente, un auto gris se detuvo a unos escasos metros de los muchachos.
—¡Hola! —los saludaba la amistosa voz que pronto se acercó a ellos.
—¡Hola, Erika! —Kevin corrió a su encuentro, Gabriel la miró de malhumor y Pepe, completamente idiotizado, sólo le sonrió.
—Hace frío, ¿verdad? —comentó la chica mientras se jalaba con los dedos las puntas de sus suéter de lana.
—Vaya que sí —y en su afán por saber cualquier cosa sobre Olivia, Kevin se asomó al auto.
—¿Buscas algo, Kevin?
—Si te soy sincero, buscaba a Olivia.
—Ella y Adriana irán al colegio más tarde. Estamos en exámenes administrativos y nos asignaron en grupos que difieren en horarios.
—Oh, eso suena bien.
—Sí, y la verdad es que es menos estresante. Pero bueno, no les quito más su tiempo, sólo pasé para llevarme algunas de las paletas que vende Pepito.
El rostro de Hugo se convirtió en un gigantesco tomate rojo.
—Qué bonito apodo me pusieron —ironizó mientras levantaba la tapa de la hielera y se mordía los labios entre su vergüenza.
Una vez que Erika pagó por ellas, y devolvió la sonrisa a todos sin importarle quien pudiera corresponderla, regresó a su auto y se alejó. A su paso, no quedó más que la vergüenza de Hugo y los ojos de Kevin siguiéndola mientras se perdía en la lejanía.
—No puede ser —dijo Gabriel lanzando la botella de limpiador al suelo—, y se supone que no ibas a vender nada.
—Es una ternura esa niña —comentó Hugo imitando el gesto perdido de Kevin.
Gabriel no dijo nada, miró a sus dos amigos y se reservó los comentarios para su enigmática cabeza.
Algo comenzaba a verse realmente mal, y a diferencia de lo que muchos pensaron al principio de nuestra historia… Sí, es verdad que los sentimientos amorosos de Kevin se estaban revolviendo, pues se estaba sintiendo atraído por una mujer. Las estrellas lo estaban intentando juntar, lamentablemente, esa persona no sería Olivia.
El reloj marcó las tres de la tarde, Olivia se hallaba en su habitación preparando todos sus libros y apuntes dentro de su mochila, pues al día siguiente tendría que manejar hasta el campus de su universidad solamente para recibir las notas de aquel examen que la mantuvo presa varios días. Sin embargo, y sin que ella lo esperara, alguien tocó en el vidrio de su ventana.
—Kevin —se dijo en medio de una sonrisa. Se miró al espejo y se acomodó la maraña de su cabello que comenzaba a perder el tinte rubio.
—Hola —Kevin la recibió con una sonrisa.
—Pensé que aun seguirías en tu trabajo. Son apenas las tres.
—Decidí salir antes.
—¿Y eso?
—Ya casi se acerca navidad.
—Kevin —Olivia se comenzó a reír—, para navidad falta todo un año.
—Está bien, puede que aun falten unos cuantos meses.
Liv enarcó una ceja.
—Bueno, faltan muchos, pero nunca es tarde o temprano para dar un abrazo o juguete navideño.
—Un abrazo te lo considero como coherente, pero, ¿un juguete?
—Vamos a dar un paseo, Olivia, pero esta vez sí voy a requerir de los servicios de tu asesino con ruedas.
—¡Por fin!
Olivia y Kevin salieron, pues luego de despedirse de Julio y Nicole, los cuales se hallaban trabajando en la oficina de su casa, los dos jóvenes dieron paso al largo camino que daba el manejar desde la casa de los Palacios hasta la casa de Kevin.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó la joven aparcando frente a una vieja cerca de metal.
—Es mi casa.
—¿De verdad me has traído aquí?
—¿No te agrada la idea?
—¿Bromeas? Es fabuloso. Tengo muchas ganas de saludar a tu mamá.
—Pues menos palabras y más actos, nena. Ven, acompáñame.
Al entrar, a Olivia la invadió una enorme pena y amargura, pues los tratos de hace un par de meses seguían pesando sobre su espalda.
—Oye —Olivia dio un pequeño salto cuando sintió las manos del muchacho sobre su cadera—. No quiero que estés así. Recuerda que ya solucionamos las cosas, Liv.
—Me siento…
—Excelente. Así es como quiero que te sientas, ¿de acuerdo?
—¿Vas a estar conmigo?
—Siempre, nunca te olvides de eso.
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Editado: 18.02.2023