Fueron las cinco quince cuando Kevin llegó a su casa. Su madre estaba dormida, y todo estaba en silencio. El muchacho se arrastró hasta encerrarse en su cuarto, y tras verse al espejo, empezó a llorar.
Detestaba pensar en su vida y en su futuro, detestaba la idea de pensar que todos sus días serían así. No quería seguir peleando, no quería que le pegaran y humillaran. Todo el mundo relacionado con Olivia comenzaba a fastidiarle, y su odio era tan grande que por primera vez, desde hace meses, se arrepintió de haberla conocido.
—Te pegaron, ¿no es así?
—Mamá —se dio la vuelta intentando sonar natural—. Pensé que ya estabas dormida.
—No me cambies el tema.
—No, no me ha pasado nada.
—Hasta aquí siento el olor de la sangre. ¿Por qué fue?
Kevin se sentó en la cama.
—Porque quise sentirme de un lugar al que yo no pertenezco.
—Nadie tiene derecho de decirte a donde perteneces.
—Lo sé. Pero ya estoy harto. Ya no puedo.
—¿Qué sientes por la señorita Olivia?
—En este momento, la aborrezco.
—¿Y en general?
—Daría mi vida por ella.
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Editado: 18.02.2023