Kevin y Erika se hallaban sentados frente al puesto de helados, mientras compartían un cuenco de fresas con chocolate. Sin embargo, ninguno de los dos, aparte de no decirse absolutamente nada, ni siquiera se habían mirado. El lugar le traía recuerdos, tristes, amargos y hermosas rememoraciones de una chica que encontró su felicidad mientras corría entre la fuente de agua, devoraba su helado y reía a carcajadas mientras cantaba Les Rois Du Monde.
—Siempre me he preguntado qué se sentirá estar debajo de las corrientes de agua cuando estas bajan —aquella pregunta de Erika fue la daga que apuñaló su corazón.
—No tengo ni idea —Kevin apartó la mirada.
De pronto, un recuerdo llevó a otro, y a otro, y a otro más hasta que finalmente reparó en la canción, en la canción que Olivia le había cantado mientras tocaba el piano y recitaba las mismas palabras que Erika, disfrazada de la Princesa Anneliese, le cantaba al Rey Dominick.
¿Puedes ver que tú me gustas? Mis ojos lo dirán.
—Oh no, no, no. ¿Qué hice? —Kevin se frotó las sienes. ¿Así o más claro para entender de quién estaba enamorada Olivia?
—¿Te pasa algo, Kevin? —preguntó Erika, cansada de ver el mismo rostro que siempre intentaba fingir una aparente sonrisa.
—Lo siento. No me veo bien, ¿verdad?
—Kevin, no soy una tonta. Sé perfectamente lo que te pasa. La extrañas, ¿no es así?
—¿Te refieres a Olivia?
—No eres el mismo sin ella —le sonrió mientras le acariciaba la mano—. Cuando tú y ella estaban juntos, parecía ser que en cualquier momento un arcoíris partiría en dos la ciudad.
—Erika, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Por supuesto.
—Había una película de Barbie, no recuerdo bien cómo diablos me dijo Liv que se llamaba…
—Kevin, ¿estás consiente que hasta la fecha hay más de diez películas de Barbie?
—No, creo que no. Pero recuerdo la canción. Era de una chica que se enamoraba de un chico, y que le gustaba mucho, y esta le pedía que la amara como era en realidad.
—¿La princesa y la Plebeya?
—¡Exacto! ¿A Liv le gustaba esa película?
—Era su favorita después del Lago de los Cisnes.
—El otro día, Olivia tocó aquella canción en el piano de su casa, y bueno, en aquel entonces no entendí el trasfondo de aquella letra…
—Kevin —Erika le apretó la mano—, ¿Olivia te dijo que le gustabas?
—Creo que sí.
Al principio, un incómodo silencio hizo que Erika apartara la mano de él. Ella también lucía indispuesta, y a pesar de que aquella respuesta podría haberla herido, simplemente no lo hizo.
—Erika —el muchacho aniquiló el silencio—. ¿Qué sientes por mí?
—¿Yo? Te quiero… Sí… te quiero.
—¿Estás segura?
—¿Por qué me lo preguntas?
—Porque quiero que seas sincera.
Sus ojos se le llenaron de lágrimas.
—No puedo serlo.
—¿Por qué no?
—Porque llevo días preguntándome si solo fue un impulso de alegría… el cual ahora parece haber muerto con el paso del tiempo.
—¿Qué más?
—Kevin… no quiero herirte.
—No lo vas a hacer. Te lo prometo.
—Al principio pensé que tú y yo seriamos como, como tú y ella. Aquella madrugada, cuando te presentaste en mi casa, me hiciste muy feliz. Tu propuesta y tus palabras me hicieron sentir un cosquilleo en el estómago…
—¿Pero?
—Pero luego vi a otra persona, y entonces me dolió darme cuenta que yo debería estar con él, y no contigo. Perdóname.
Después, hubo otro nuevo silencio, pero esta vez Erika fue quien lo rompió.
—¿Olivia te cantó?
—Sí.
—Y te cantó la canción que Erika canta con el príncipe Dominick.
—Creo. No sé cómo se llaman los personajes.
—Te dijo que le gustabas,
—No juegues con mis sentimientos, Erika, por favor.
—No estoy jugando. A su manera, Olivia te dijo que le gustabas.
—Crees que…
—¿Qué?
—Nada, puedes olvidarlo.
—¡Dímelo, Kevin!
—Había noches en las que dormía con Olivia, en su cama, abrazados sin hacer nada más que hablar de nuestro sueños y de nuestras vidas.
—A veces me sorprende la ceguera de algunos hombres. ¡Kevin! ¿Qué otra señal estabas esperando? ¡A Olivia no solo le gustabas, sino que estaba completamente enamorada de ti! Ni a James le permitía dormir con ella.
—¿Importa de algo ahora? Ella ya es feliz.
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Editado: 18.02.2023